Es una verdad incontrastable que no se puede encubrir, el tema cotidiano es hablar del desgobierno; la descomposición social; de la alteración de la salud mental de sus pobladores que viven por años en el conflicto, y la agresión de unos a otros que se ha hecho rutina en esta metrópoli.
Basándonos en hechos tangibles podemos asegurar que este peligro podría alcanzar límites insospechados si miramos, que nuestro alrededor está sembrado con diez o quince mil facinerosos que con entera libertad y sin vigilancia se movilizan por las calles para atracar, violar y asesinar a indefensos pobladores y turistas.
Un asustado «forastero» nos contó : «Me invitaron a venir a esta ciudad, tenía una poderosa razón: salir de la asfixiante selva de cemento, provincia de asesinatos, terrorismo, secuestros, agresiones y asaltos al paso; esto fue sin duda la constante permanente que saturó mi inseguridad por lo que opté cambiar a Lima por Iquitos.
No ha pasado mucho tiempo y veo que aquí, está aflorando una vena, cada vez más creciente de desesperanza; los ciudadanos se están volviendo perversos, cunde el caos y la violencia por todas partes; en los funcionarios abunda la indiferencia, soberbia y falta de solidaridad donde el ser humano importa poco y nadie mueve un dedo para corregir y poner orden a este desbarajuste sin ley».
En dónde radica esta fragilidad para que no haya gobierno y organización?
Ratifica esto, lo que nos cuenta otro residente: Según nos dice fue testigo de un hecho sucedido en carnavales, mejor dicho fue un hecho carnavalesco que para algunos, fue motivo de una sonrisa. Pero el inusitado suceso no era para reírse, por el contrario fue el retrato de una ciudad de escasos valores; un atentado vergonzoso y humillante contra un ex diplomático y periodista peruano de la República Popular China de visita reciente en Iquitos, que fue víctima de un atrevimiento sin nombre, al recibir sobre su cuerpo acompañado con barro, miserias hediondas y palabras propias de un cencerro.
Con la paciencia propia de un diplomático, la víctima de tal miseria describió rápidamente la personalidad del agresor con razonamientos, que lo respaldaron al decir que la selva ya no es para los nativos y campesinos, sino para los montaraces, que seguimos siendo nosotros, sin echarle la culpa al otro o, justificar la pobreza que siempre será, la pila de agua bendita de la que todos queremos disfrutar para salir bien librados y santificados.
Pero más allá de esta anécdota desagradable, está presente y brilla la desintegración moral, en su forma más escandalosa, aunándose a esto además de la corrupción, esa gigantesca mancha amarilla que se desparrama inconteniblemente y es hoy un lugar común en nuestra estructura oficial lo que nos hace preguntar: ¿Encontraremos responsables?. No será que necesitamos desarrollar con mayor cuidado nuestra primera entidad formativa del desarrollo del hombre, esto es la educación en todos sus niveles, desde la etapa inicial hasta la educación superior.