Por: José Álvarez Alonso
Iquitos es una ciudad que impresiona al visitante extranjero, por muchas cosas que la hacen única en el mundo. Ser la última ciudad grande del mundo sin conexión por carretera es una que se suele citar mucho, por ejemplo. Últimamente, sin embargo, las malas parecen estar creciendo más que las buenas. Cuando llegué a Iquitos a principios del 83, todavía era una ciudad tranquila, con un aire provinciano que me encantó, como a tantos otros visitantes extranjeros que conocí por aquellos años. La gente alegre, acogedora, extrovertida, conversadora, relajada… Muy poca delincuencia, bastante ordenada y limpia, muy poco tránsito y casi nada de ruido. En las calles del centro todavía era común ver a la gente salir al final de la tarde con su mecedora a la vereda a conversar y a ver pasar a los transeúntes (sí, todavía la gente caminaba bastante) y a las ocasionales motos y carros que hacían taxi, además de los “llevo llevos” de ETUISA. No había todavía motocarros. Recuerdo que, en una nota que escribí para una revista extranjera, comenté del “aire de campamento cauchero” que todavía se respiraba en la ciudad, como si fuese todavía un asentamiento rural injertado en medio de la selva amazónica.
En las siguientes tres décadas he sido testigo, como todos los iquiteños, de la metamorfosis de esta urbe amazónica, cada vez menos selvática, si por selva se entiende naturaleza y tranquilidad. El crecimiento urbano desordenado, basado en invasiones de terrenos alimentadas por ese flujo imparable de migrantes de los pueblos y ciudades intermedias en busca de los servicios que allá no encuentran, y por mafias de traficantes que tratan de optimizar al máximo sus ganancias sin tener en cuenta mínimas consideraciones de planificación urbana, han ido creando una ciudad disfuncional en muchos aspectos.
A eso se suma el crecimiento “hacia dentro”, la construcción de viviendas de “agregados” dentro de las huertas de antiguas casas unifamiliares, en las que hoy se hacinan dos y hasta tres generaciones, incrementando la densidad poblacional en las zonas más céntricas a niveles para los que no estaba preparada la infraestructura urbana. La desaparición de Sachachorro, con su leyenda del agua que debían evitar los visitantes si no querían quedarse a vivir en Iquitos para siempre, es un símbolo de la falta de visión de las autoridades municipales, que incluso terminaron destinando a otros fines ese pequeño espacio que debió seguir siendo un espacio público.
La creciente delincuencia, la basura amontonada y dispersa por uno y otro lado, y la congestión vehicular en horas punta en las calles más transitadas (y que no estuvieron nunca planificadas para soportar esa carga) son quizás los problemas más visibles para los Iquiteños que los sufren a diario. Para un visitante extranjero, sin embargo, lo que más impacta es el insoportable ruido del tránsito, al que se suma el de negocios, fiestas y parrilladas callejeras.
Pese a todo ello, Iquitos sigue atrayendo, sorprendiendo y fascinando a muchos visitantes, algunos de los cuales se quedan a vivir sin ayuda del agua de Sachachorro. Y pese a todo, Iquitos sigue siendo elegida como uno de los mejores destinos turísticos del mundo. Hace unos años estuvo entre las 10 ciudades más visitables, según la famosa guía Lonely Planet. Ahora ha sido nominada a los World MICE Awards, junto con Lima, como el “Mejor Destino de Incentivos de América Latina 2023”.
A pesar de estos reconocimientos (entre los que se debe destacar el reconocimiento del Amazonas como Maravilla Natural del Mundo, en agosto del 2012, en ceremonia realizada en Iquitos) el turismo sigue sin despegar. Los iquiteños se quejan de que los turistas que llegan a Loreto para visitar la selva no quieren quedarse en la ciudad para hacer unos días de turismo urbano y disfrutar de la exquisita gastronomía regional, como sí lo hacen, por ejemplo, en Lima, Cusco o Arequipa. Bueno, sin ser estas ciudades un dechado de ordenamiento urbano o de tranquilidad, en mi humilde opinión han hecho muchos esfuerzos para ser algo más habitables para los propios habitantes, lo que también aplica para los visitantes, obviamente.
Volvamos al ruido callejero de Iquitos, por ejemplo, uno de los problemas más graves que podría ser resuelto sin grandes inversiones, solo con la aplicación firme de la ley. Este ruido es en gran medida provocado artificial e intencionadamente (y, por tanto, es evitable) por desaprensivos mococarristas y motoristas que retiran el silenciador de sus vehículos, pese a estar expresamente prohibido por la ley. A diferencia de otros delitos, donde es difícil identificar y capturar a los delincuentes, aquí están a vista y paciencia circulando por las calles día y noche sin que ninguna autoridad haga nada. Y el daño que estos desaprensivos hacen a la ciudad es inconmensurable: además de frenar el turismo urbano, afectan seriamente la salud de las personas y la educación de los niños (como demuestran numerosos estudios).
Parece que los iquiteños ya se acostumbraron, o resignaron, a estos niveles de ruido, que resultan insoportables para los visitantes. Quizás sufren lo que se llama el “síndrome de la rana en la olla”: si se calienta el agua lentamente, la rana se cocina sin moverse. Pero si se la mete en una olla hirviendo, salta inmediatamente afuera. La perversa costumbre de manipular tubos de escape de motos y, sobre todo, motocarros, fue creciendo lentamente desde los años 90. No son la mayoría, ni mucho menos (quizás un 5%), pero basta que un motocarro ruidoso pase a toda velocidad por una calle en la madrugada para que despierte a docenas de vecinos. Si de un día para otros unos miles de motocarros apareciesen en las calles de Iquitos con sus tubos de escape manipulados, probablemente la ciudadanía habría reaccionado enérgicamente exigiendo a sus autoridades la solución inmediata al problema. Debe aclararse que el retiro del silenciador no les beneficia en nada, pese a algunas leyendas urbanas, más bien los ruidosos están poniendo en grave riesgo su salud al tener una fuente de nocivas vibraciones tan cerca de sus órganos vitales tantas horas al día.
La mayoría de turistas extranjeros que visitan Iquitos provienen de países del norte, en cuyas ciudades la tranquilidad es un valor muy apreciado. El ruido callejero de las calles céntricas de Iquitos supera hasta en 10 veces al promedio de un barrio urbano en una ciudad norteamericana o europea, lo que resulta insoportable para muchos visitantes que quizás se imaginaron pasando las horas vespertinas sentados en la terraza de algún café o juguería disfrutando de una bebida tropical y de una fresca brisa, o paseando por una avenida orlada de palmeras. Salvo el puñado de negocios del Boulevard, donde no pueden ingresar los vehículos, estas escenas son impensables en Iquitos, aunque son comunes en otras ciudades amazónicas, en Brasil o Colombia, donde los niveles de ruido callejero son más similares a los de ciudades del norte que a los de Iquitos. Me han contado anécdotas de algunos turistas llegados a Iquitos para pasar unos días saliendo despavoridos para Lima al día siguiente por este motivo.
El turismo es mencionado con frecuencia como una de las escasas alternativas más promisorias y sostenibles de desarrollo que le quedan a Loreto y a Iquitos, luego del colapso de las industrias petrolera y maderera. Promoverlo implica no poner maceteros en las calles, como algunos necios han pretendido, sino solucionar los problemas que ahuyentan a los turistas, entre los que destaca el ruido. Además de multar a los violadores de la ley, las autoridades deberían estar impulsando ya la movilidad eléctrica, especialmente de motocarros, que se están generalizando ya en Asia y África. Son mucho más eficientes y rentables que los de gasolina, pero requieren una inversión inicial más fuerte, y por tanto facilidades crediticias, y para la recarga de las baterías.
El ruido urbano es un problema perfectamente solucionable en un corto tiempo, lo que traería múltiples beneficios. Un problema que no requiere millones para ser resuelto, sino decisiones.
Soy «ex-turista», llevo viviendo 10 años en Iquitos y estoy de acuerdo punto por punto en lo que ha escrito usted. He echado raíces en Iquitos, tengo esposa e hijos, ya es tarde para marcharse pero desde luego si hubiera sabido en lo que convertiría Iquitos no me habría quedado. Y la cosa va a peor, la delincuencia está aumentando a niveles exagerados y para mí ir a Lima no es alternativa pues me parece una ciudad buena para visitar pero inhóspita para vivir en ella. Mi alternativa es vender mi casa y regresar a mi país con mi familia pero la crisis económica que aún afecta a Europa, mi edad y el tener que dejar atrás a familiares y amigos me echan para atrás. Quizá me pasa como a la rana en la olla, me sigo acostumbrado al aumento de la temperatura del agua y cuando esta entre en ebullición ya no me quedarán fuerzas para saltar fuera. Me quedé atrapado, como tantos otros, quizá más de los que usted cree, impotente viendo como las únicas acciones que las autoridades toman en apariencia son hacer batidas a las motos. Nada hay más cobarde que el dinero y el turismo, en el extranjero se sabe la situación de Iquitos y del resto del país, si sigue subiendo la delincuencia van a ahuyentar al turismo y a la inversión extranjera, un saludo.