Empatía

Por: José Álvarez Alonso

La primera vez que escuché la palabra empatía yo era todavía un adolescente, y me llamó mucho la atención; recuerdo perfectamente el momento, el lugar, y la persona que la utilizó. Es una palabra relativamente nueva, con un profundo significado para la vida personal y social.

La palabra proviene del vocablo griego  åìðáèåéá, formado por åí, ‘en el interior de’, y ðÜèoò, ‘sufrimiento, lo que se sufre’. Es llamada también inteligencia interpersonal, y es definida por los sicólogos como la capacidad cognitiva de percibir en un contexto común lo que otro individuo puede sentir; o, dicho de otro modo, es un sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, empatía es la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro. Es, por tanto una cualidad, o virtud, intrínsecamente humana, aunque algunos animales domésticos parecen mostrar ciertos rasgos de empatía: hace unas semanas el mundo se asombró con las imágenes de un perro que defendía con bravura a su amo caído por un infarto en una calle de Nueva York; un policía lo mató de un balazo.

En lenguaje coloquial podríamos explicar la empatía como ”tratar de ponerse en los zapatos de otra persona”, o “ponerse en el pellejo de otra persona”. Seguro que una rápida ojeada a la gente a nuestro alrededor nos revela personas que tienen empatía y aquellos con los que la madre naturaleza no fue muy generosa a la hora de distribuir esa virtud. Son personas incapaces de sentir compasión, de sentir solidaridad, de ponerse en el lugar del otro e identificarse con su sufrimiento, o con sus problemas y sentimientos.

En una sociedad en la que el bienestar del conjunto depende de la colaboración de todos y cada uno de sus miembros, la falta de empatía es un grave problema, una patología social que tiene serias consecuencias. Y es particularmente grave cuando ocurre en servidores públicos y en políticos profesionales, aquellos que por definición tienen por profesión servir a los demás. Es particularmente intolerable en aquellos empleados públicos que, siendo pagados con los impuestos de los ciudadanos, los tratan como si fuesen sus subordinados o como ciudadanos de segunda. Que lo digan los indígenas y campesinos que acuden a una dependencia pública a hacer alguna gestión. Felizmente también hay muchos ejemplos de empleados que sí son amables y serviciales.

El caso de muchos políticos es de antología: sufren un ataque de ‘empatitis aguda’ mientras están en campaña, pero suele pasárseles rápidamente una vez que ganan las elecciones; hasta la siguiente campaña, claro…

Caso extremo de este problema social es la psicopatía: Según Wikipedia, ”los psicópatas no pueden empatizar ni sentir remordimiento, por eso interactúan con las demás personas como si fuesen cualquier otro objeto, las utilizan para conseguir sus objetivos: la satisfacción de sus propios intereses. Además los psicópatas tienen un marcado egocentrismo, una característica que pueden tener personas sanas pero que es intrínseca a este desorden. Esto implica que el psicópata trabaja siempre para sí mismo por lo que cuando da, es que está manipulando o esperando recuperar esa inversión en el futuro.”

Seguro que leyendo esta definición todos nos acordamos de alguna persona conocida que es así, o que al menos presenta ciertas características; abundan especialmente en ciertos medios como la política, ¿verdad? Aunque esta es una auténtica patología mental, hay muchas personas no enfermas que comparten algunos de sus rasgos y valores, que son lo más opuesto a los valores evangélicos, diga sea de paso, algo relevante si consideramos que más del 90 % de la sociedad nacional se dice cristiana.

Jesús afirmaba: “Haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti” (Mt 7, 12). Este no es, sin embargo, un principio nuevo: es una de las llamadas ‘reglas de oro’, esto es, principios comunes a muchas culturas y religiones a lo largo de la Historia. Aparece en los antiguos escritos egipcios y en las citas de los grandes filósofos antiguos. Platón decía: ”Que me sea dado hacer a los otros lo que yo quisiera que me hicieran a mí”, y Confucio: ”No hagas a otro lo que no te gustaría que te hicieran”.

Aunque sabemos que no es ‘políticamente correcto’ clasificar a la gente, las personas se las podría calificar sobre la base de su capacidad de empatía. A una persona que se le nota sensible a los otros, con empatía, automáticamente uno se siente conectado con ella, la admite en el círculo de mis amistades, la califica (si es el caso) muy positivamente…

Uno de los rasgos que mejor caracteriza a los amazónicos como complejo social es su capacidad de empatía, algo que llama la atención a quienes, provenientes de otras sociedades y realidades, observan y experimentan la cercanía emocional, la sensibilidad de la que hace gala la gente, especialmente los indígenas y ribereños. Cualquiera que ha viajado por los ríos amazónicos tiene anécdotas que ilustran la solidaridad y servicialidad de la gente, frente a propios o extraños, y la compara con la frialdad que caracteriza a otras sociedades quizás  económicamente más desarrolladas, y socialmente mejor organizadas.

Esta cualidad, que es prima hermana de la solidaridad, es uno de los valores más sentidos por los indígenas y ribereños amazónicos, es una de las que más sufren con la integración al mercado y a la sociedad de consumo. Uno de los mayores desafíos de los pueblos amazónicos es, precisamente, conservar sus valores tradicionales en una sociedad que incentiva y aprecia el individualismo, la competencia y el triunfo individual, con frecuencia a cualquier costo.