EL PERRO CAZADOR

Por: José Álvarez Alonso

Estaba echado en una orilla del camino que comunicaba a la casa con una chacra cercana. Era un hermoso perro chusco, de raza mezclada, pero de gran tamaño, inusual para una comunidad indígena como Teniente Ruiz, en el alto Tigre, a escasos kilómetros de la frontera con Ecuador. Cuando pasé a su lado no se movió, pero me echó una mirada triste como pidiendo ayuda. Entonces me di cuenta de que en un costado tenía una enorme herida abierta, me dio la impresión que se veían los intestinos. Cuando me fijé mejor observé la gusanera que se movía entre la carne.

Cuando volví a la comunidad le pregunté a Enrique Cardoso, el jefe de la comunidad, por el perro herido. Me contó entonces que una lancha que había llevado mercancías para los campamentos petroleros aguas arriba, de bajada había parado en la comunidad a comprar víveres. Cuando atracó, el perro que iba en cubierta saltó a tierra y no hubo forma de hacerlo volver. «Déjenlo ahí», dijo el capitán. «Total, es un perro vago que se subió a la lancha en Iquitos».

El perro se acostumbró en la casa de Enrique, quien lo alimentó y llevó en sus correrías de caza por el monte. A pesar de haber sido criado en la ciudad, pronto se acostumbró a la selva. Era un animal vigoroso y entusiasta, que perseguía ladrando a los añujes, venados y sajinos junto con el otro perro de Enrique.

Pero un día el inexperto animal se encontró con algo que nunca había visto: una manada de huanganas. Creyendo que iban a correr como los otros animales que estaba acostumbrado a perseguir, se lanzó al ataque. Consiguió agarrar a un ‘maltón’ (juvenil) por los cuartos traseros, pero los gritos de este despertaron el instinto defensivo de la manada, y varios machos atacaron al pobre perro, dejándolo malherido y obligándolo a soltar a la presa.

Le dije a Enrique si no podía curarlo: «No se deja tocar, como no se ha criado aquí, es medio bravo. Pero se lame él solo, y como ya echó gusano, se va a curar, ya verás». Unos meses después volví a encontrar a Enrique y le pregunté por el perro. «Se sanó bien», me dijo. Ha vuelto a cazar, pero ahora ya sabe evitar las muelas de los sajinos y las huanganas. Buen perro me he ganado con la lancha esa.»

Los perros cazadores no son muy comunes en las comunidades amazónicas, porque viven poco. Es raro que uno viva más de dos o tres años, debido a los afilados dientes de los sajinos y huanganas, las heridas fatales que sufren al toparse con las escopetas hechizas llamadas «tramperas» o «armadillos», y las picaduras de víboras. Sabido es que en la madriguera del majás se aloja en ocasiones la serpiente más peligrosa de la Amazonía, la shushupe. Aunque hay perros que aprenden a evitarla, no son pocos los que han muerto intentando entrar al hueco del majás y han recibido la bienvenida de su huésped en plena cara. Mi gran amigo Majo, que en los santos campos de caza del paraíso descanse, y que no gustaba de los perros cazadores, recibió la mordida de la shusupe en su mano cuando a punta de machete intentó hacer salir de su hueco a un majás; se salvó de milagro, aunque le quedó la mano paralizada de por vida.

He observado muchos perros «sajineros» con las huellas de los dientes de sus presas. Recuerdo en particular un perro de propiedad de Artemio Aguinda, un excelente cazador Kichwa-Alama, del que conservo su foto junto a su dueño, porque mostraba una increíble herida en un lado de la cara, producida por una mordida de sajino: el animal le había arrancado totalmente el cachete y se podían ver todos los dientes de un lado de la boca, una especie de permanente y macabra sonrisa.

Caminando por los bosques de Loreto y Ucayali me he encontrado en ocasiones con tremendos árboles caídos, con hueco, que mostraban en alguna parte un hueco practicado con hacha. Cuando preguntaba a mis guías siempre he decían lo mismo: «aquí han muerto sajino, o majás, o añuje». He oído de casos en que un cazador suertudo consiguió que su perro hiciese entrar en el hueco de un palo caído a varios sajinos, e hizo su mes sin gastar un solo cartucho. Esto puede sonar bien para un cazador, pero no para el resto de la comunidad, que pronto ve cómo los sajinos desaparecen de su territorio.

El uso de perros de caza no fue muy común en la Amazonía hasta tiempos relativamente recientes, debido a la alta mortalidad de los canes cazadores. Pero actualmente los cazadores consiguen una provisión constante de perros nuevos provenientes de ciudades, como mi amigo Enrique, con lo que de algún modo se ha roto el ‘equilibrio’ natural que imponía la alta tasa de mortalidad en esta, digamos, profesión canina.

Debido a que tienen un impacto muy fuerte en la fauna de los bosques cercanos, los últimos años los perros cazadores comienzan a ser mal vistos en algunas comunidades. Persiguen a los sajinos, venados y añujes por kilómetros, y aunque no siempre logren meterlos en un hueco, los terminan ahuyentando de la zona. Las comunidades organizadas, especialmente aquellas que viven en torno a áreas protegidas como las áreas de conservación regional, incluyen entre sus acuerdos (reglamentos internos) poner límites a la cacería indiscriminada. Uno de los acuerdos más comunes es prohibir o limitar el uso de perros cazadores, y también de uno de sus enemigos principales, las tramperas o «armadillos», que también causan con frecuencia terribles accidentes entre las personas.