El mito de las piscigranjas comunales

Por: José Álvarez Alonso

Corría el año 1985; los técnicos del CENCCA (Centro de Capacitación Campesina de la Amazonía, cerca de Nauta) estaban felices: habían trabajado duro durante casi un año para construir, sembrar y luego manejar varias piscigranjas comunales en comunidades del bajo Marañón. La experiencia había tenido resultados muy variable: algunas comunidades habían abandonado el proyecto en plena construcción, otras habían sembrado los peces pero -por problemas entre los moradores- no los habían cuidado bien, y entre robos de peces y deficiente alimentación no habían conseguido cosechar prácticamente nada. Pero una comunidad había sido diferente, creo recordar que fue Santa Cruz: gracias al liderazgo de un carismático dirigente, habían trabajado arduamente durante todo el año alimentando a sus peces en grupos bien organizados, y toda la comunidad en su conjunto había realizado la cosecha de peces: una parte de se los habían repartido entre las familias, y otra parte la habían vendido en Nauta.

Mi amigo Santiago Álvarez, voluntario por ese entonces en el CENCCA, me contó lo que pasó después: él estuvo en cada una de las comunidades en las asambleas de evaluación de la experiencia de piscigranjas comunales. Por supuesto que la mayoría se habían mostrado defraudados, por los pobres resultados luego de tanto trabajo. Ninguna de estas comunidades quiso continuar con la experiencia. Pero al menos en la comunidad de Santa Cruz todo había resultado perfecto, como se había planificado; la gente estaba feliz, expresaban en la asamblea su satisfacción por los resultados, y comentaban sobre las incidencias, y sobre sus proyectos futuros. Pues bien, me comentó sorprendido mi amigo Santiago un tiempo después: los moradores de Santa Cruz nunca volvieron a sembrar su piscigranja.

Con Santiago y el Hno. Víctor Lozano, entonces residente en el CENCCA, nos estrujamos los sesos tratando de encontrar explicación a esto. En los años 80 corría más fuerte que nunca el mito de lo «comunal», un ideal más religioso y político que basado en la realidad de las sociedades amazónicas. Luego de consultas varias a antropólogos y sociólogos, comprendimos que la forma de producción amazónica tradicional no era comunal, como se nos había hecho creer, sino familiar. «La comunidad amazónica no es una unidad social de producción, sino la familia; las comunidades amazónicas son agrupaciones de familias en torno a una escuela, y sólo se organizan en «grupos de interés» (familias extensas y amigos) para ayudarse en las labores agrícolas familiares, y comunitariamente para cuidar espacios comunes, como el campo de fútbol, la escuela o el puerto», nos explicaron. Inútil cualquier intento de cambiar con un proyectito la idiosincrasia y la forma de organización tradicional de un pueblo.

Loreto tiene una larga historia de piscigranjas comunales. Mi primera experiencia con ellas fue a principios de 1984, en Intuto, alto Tigre. Durante casi un mes ayudé al Prof. Tomás Villalobos, director del Internado de Intuto, y a sus alumnos a reparar una piscigranja comunal en la Comunidad Santa Clara de Yarinal, en la quebrada de Intuto, alto Tigre, abandonada como tantas otras luego de ser construida y sembrada con mucho esfuerzo de parte de los moradores, y de una enorme inversión por parte del Estado. A pesar de que la tomó a su cargo el internado, tampoco pudieron hacer vida de ella, y pronto quedó totalmente abandonada, como otras similares en el río Tigre.

Lo increíble es que un cuarto de siglo después de los primeros experimentos comunales, y a pesar de los cientos, miles de experiencias fracasadas de piscigranjas comunales (y de forma similar, otros proyectos comunales, como granjas, chacras, etc.), continúan promoviendo este mito tanto ONG, como instituciones públicas (Municipios, PRODUCE, FONCODES) y la cooperación gubernamental internacional.

Amazonía, cementerio de proyectos

En la Propuesta de Desarrollo para los Pueblos Indígenas elaborada en el 2009 en la Mesa de Diálogo N° 4, del Grupo Nacional de Coordinación para el Desarrollo de los Pueblos Amazónicos, los indígenas aprobaron el siguiente punto: «No deben insistir las instituciones públicas ni las ONG en impulsar modelos demostradamente fracasados de acuicultura comunal (piscigranjas comunales), ya que el modelo de producción indígena es familiar o de familia extensa (grupos de interés).»

«La Amazonía es un cementerio de proyectos», suele decir el antropólogo Jorge Gasche. Vienen los cooperantes o los políticos de turno, ven el hueco lleno de cadáveres -de proyectos- y siguen cayendo en él, añadimos nosotros.

Pero ¿ven realmente? Porque creo que aquí lo que hay es una tremenda, absoluta y irresponsable ignorancia. Todo el mundo cree saber qué hacer en la Amazonía para solucionar los problemas de su gente. Aparecen unos asesorcillos de tres al cuarto, y le convencen al alcalde de turno que hay que hacer esto o aquello; o vienen unos ingenierillos muy versados en agronomía o cualquier otra ciencia adaptada a la Costa, a Europa o Estados Unidos y, sin investigar ni un día, o ni siquiera leer algunos informes de proyectos anteriores o algo de literatura especializada, ya creen saberlo todo y tener la solución para cualquier problema. Con frecuencia ni consultan con expertos locales, ni con las comunidades «perjudiciarias», por supuesto; aunque a veces también los profesionales amazónicos que ‘saben algo’ tienen su parte de la culpa: a sabiendas de que no funciona lo comunal, apoyan los proyectos por ‘ganarse alguito’.

Leo en la prensa que el alcalde de la Municipalidad Provincial de Maynas, en plena campaña reeleccionista, inauguró con bombos y platillos varias piscigranjas comunales en el Nanay. Y sus panegiristas hacen cálculos de los miles de peces que van a cosechar esas comunidades al cabo del año. Yo puedo asegurar que en menos de un año estas piscigranjas comunales se habrán sumado a los cientos del mismo tipo, abandonadas, a lo largo y ancho de la región. Para saber lo que va a pasar en un año recomiendo leer los ´publicherrys´ de algunas ONG internacionales -con fotos incluidas de hermosas gamitanas supuestamente cultivadas por la comunidad, esto es, mientras financió el proyecto-, y visitar ahora las piscigranjas comunales de las comunidades ‘prejudiciarias’: ni una está funcionando, al menos como comunal. Quizás algunas fueron recuperadas por una familia para su uso privado, pero la mayoría son un monumento a la ineptitud, a la ignorancia y, también, a la corruptela, porque a sabiendas que van a fracasar, impulsan un modelo por ganarse los chivilines de consultorías, viáticos y ‘coimisiones’.

¿Alguna vez los políticos y los i-responsables de proyectos lograrán aprender de los errores de otros, estudiarán un poco la realidad y la idiosincrasia de esta gente y esta tierra, y dejarán de experimentar en la cabeza de los pobres amazónicos?

2 comentarios en “El mito de las piscigranjas comunales

  1. Muy buen articulo de Pepe Alvarez, esas son las cosas que nosotros los Loretanos NO VEMOS y nos molesta cuando un «afuerino» nos hacen ver las cosas y lo peor de todo es que NO QUEREMOS ACEPTAR nuestra realidad.
    Gracias por tu caracteristica sinceridad de decir las cosas y felicitaciones por tu ESPAÑA CAMPEON MUNDIAL.

  2. muy interesante el articulo pero lo que no dijo es que los hombre loretanos son flojos y mas aun los de cuello y corbata ya que a ellos les gusta las cosas faciles en otras palkabras no les gusta sudar trabajando solo robando y cheleando , mas bien aplaudo a las loretanas a esas mujeres que si trabajan para el bienestar de sus hijos e incluso mantienen al marido

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