Una de los relatos más enternecedores de la biblia es aquel sobre el joven, rebelde, cansado de la chacra y con ganas de conocer el mundo, que toma su herencia y se larga de su casa dejando en la soledad y tristeza a su padre.
En el relato bíblico, después que el joven va por el mundo botando su dinero de la herencia con “amigos” de fiestas y jaranas, con mujeres que le “amaban” solo por su fortuna hasta acabarlo, se da cuenta que cuando ya no tiene un solo centavo en el bolso tampoco encuentra amigos. Todos le esquivan, nada para comer ni beber, anda de aquí por allá con hambre, rebuscando en la basura, maltratado por aquellos a quienes invitó banquetes, hasta que encuentra un chacarero que le envía a cuidar y alimentar sus chanchos sin paga alguna. El amo no le da de comer, así que tiene que hurgar en los restos de comida de los cerdos, se pelea con ellos y puede sobrevivir, hasta que reflexiona y dice: porque estoy sufriendo aquí cuando puedo ir donde mi padre que tiene sus bienes, pedirle perdón y restaurar lo que hice y pedir perdón a Dios.
Toma las pequeñas cosas que tiene y se dirige a la casa de su padre pasando una serie de peripecias. Al llegar a la hacienda los perros le ladran, los sirvientes lo apalean y no lo reconocen hasta que sale el patriarca de la familia y se acerca y lo reconoce y llorando lo levanta y expresa abrazando al sucio joven: fuera de aquí sirvientes, es mi hijo menor. Perdón padre mío, no te hice caso, perdí mi herencia, pero vine a ti para que me des refugio y yo con mi trabajo restauraré lo perdido, contesta el joven. El anciano padre llora lágrimas perladas de dolor y alegría y envía a los sirvientes a bañarlo vestirlo con la mejor ropa de la casa paterna y organiza una fiesta, maten al mejor ganado, hoy me gozo de alegría, el hijo que tenía perdido ha regresado. El arrepentimiento sincero y el perdón del padre devuelven a la casa paterna la paz que tanto faltaba.
Cuando en la noche llega el hermano mayor observa la casa llena de luces, cantos y bailes y se pregunta: ¿Qué pasó? Sale el padre y al ver mal humorado al hijo mayor que mostraba envidia al ver que el agasajado era el joven rebelde, es cierto hijo mío, a ti nunca te hice una fiesta, pero comprende, el hijo que yo tenía perdido ha vuelto.
Hermoso relato de perdón, pero, también en el hijo mayor se puede observar lo que acontece en la sociedad actual. Un hermano mayor que representa la sociedad con envidia, con hipocresía y que siempre estará echando la culpa a su hermano menor de todo lo que suceda aunque este no haya cometido pecado o delito alguno. Es quizá la segunda lectura de esta sociedad actual.
Recuerdo muy bien, cuando salió una promoción del grupo de rehabilitación de la madrecita Isabel, uno de ellos fue a trabajar en la casa de huéspedes de la calle Arica, de pronto, uno de esos días una de las huéspedes, una hermana gritando denunció al compañero para decir que le había robado a la hora de limpiar su cuarto. Es él, porque él es así, dijo esta hermana hipócrita. Después de una larga investigación en que intervenimos todos y con la fe de la madrecita Isabel, encontramos que él no era culpable, sino otra huésped que quiso culpar al hijo pródigo que había regresado a la sociedad.
Amor, perdón, envidia y almas sucias que utilizan los errores de sus prójimos para obtener sus bienes acusando al hijo pródigo; todo eso hay en esta lección del Nazareno, hermosa lección.