Por: Héctor Vargas Haya
Instalado por San Martín, en 1822, y presidido por Francisco Xavier de Luna Pizarro, José Faustino Sánchez Carrión y Francisco Javier Mariátegui, se inició el Congreso Constituyente con tres cuerpos legislativos: Tribunos, Senadores y Censores, por mandato de la Constitución de 1826. La Constitución de 1828 lo redujo a dos cámaras. Únicamente, por la Carta de 1867, se intentó el fracasado ensayo de una sola cámara, que por sus funestos resultados hubo que retornar al sistema bicameral, por la Constitución de 1933, en la que los integrantes de la Comisión Dictaminadora Carta, sostenían:
“El sistema de la cámara única era una invitación a la ligereza y a la imprudencia, aún en pueblos de temperamento reflexivo, porque una asamblea sin el contrapeso de otra asamblea respira en un ambiente sicológico de omnipotencia y de irresponsabilidad, y que esta disposición peligrosa se acentuaba en naciones como la nuestra, perteneciente a razas nerviosas mal dispuestas al cálculo sereno y a las lentitudes de la previsión, razas inexpertas por añadidura en los secretos de tan difícil ciencia como es la de gobernar. Tienen excusa los partidarios de la cámara única en países de fuertes tradiciones políticas, como Inglaterra, donde el regulador de una segunda cámara puede quizás ser sustituido con otras fuerzas controladoras de que carecen las inorgánicas democracias sudamericanas. Esas fuerzas son una opinión pública activa, un electorado vigilante, partidos antiguos, corporaciones y gremios poderosos, intereses organizados prontos a la defensa, prensa veterana y educación política difundida. Pero allí donde todo esto falta o es escaso, el poder de la cámara única es un poder expuesto, por carencia de límites externos, a todos los excesos de las dictaduras parlamentarias”. Por la Constitución de 1933, vigente hasta 1979, el Poder Legislativo adquirió uniformidad democrática con las más organizadas repúblicas. Su solidez reposaba en la existencia de sólidos partidos políticos.
Hasta el periodo 1963-68 los parlamentarios carecíamos de sueldo, sólo se percibía una dieta de unos cuatrocientos o quinientos dólares. A partir de 1980, el sueldo de los legisladores no superaba los mil dólares. No existían los llamados gastos de representación ni los prepuestos operativos que convierten a los legisladores en una suerte de empleadores. Había sólo un asesor por cada comisión ordinaria. Los gastos de viajes y hospedajes eran solventados por la Tesorería de las cámaras sólo cuando se trataban de misiones oficiales. Las funciones de legislar y fiscalizar no requerían de viajes ni de visitas protocolares, que generalmente terminan en reuniones sociales. El Congreso funcionaba todos los días.
Es a partir de 1992 que el Congreso sufrió crucial retroceso, debilitamiento institucional, agravado con la desaparición de los partidos políticos. Estamos, ahora, como en los albores de la República. El Parlamento ha perdido majestad con una solitaria reducida institución, agravada por su orfandad, al sentirse sola y sin el indispensable contrapeso de una segunda asamblea, como funcionan en las verdaderas democracias del mundo. El sistema bicameral es indispensable, porque un Poder Legislativo de esas características, además de cumplir la tarea de ser revisoras recíprocas en el control de las propuestas legislativas, cobra respetabilidad y majestad, evita las improvisaciones y fracasos muy frecuentes ahora, como resultado de entusiasmos eufóricos, de estampida, por la emoción, el apasionamiento y hasta por una suerte de tentación totalitaria. Los legisladores en una sola Cámara adoptan aires de omnipotencia, al sentirse únicos, sin la posibilidad de la oportunidad de la que deben gozar las instituciones y los ciudadanos interesados en los temas en debate a los que les es posible acceder en el ínterin entre una cámara y otra.
La Constitución de 1979 amplió el número de legisladores a ciento ochenta diputados y sesenta senadores, en concordancia con la población, tal como se estila en todo el mundo y se elige un diputado por cada cien mil o ciento cincuenta mil habitantes. Es muy importante un mayor número de legisladores capaz de conferirle al Poder Legislativo, prestancia, majestad y autoridad. En las naciones de régimen federal, funcionan cámaras legislativas federales, garantía de la verdadera descentralización.
Es falso que el funcionamiento de dos cámaras generarían un mayor presupuesto, salvo que se institucionalice el dispendio. Es bueno saber que antes de 1990, el Congreso integrado por dos cámaras y con un total de doscientos cuarenta legisladores: senadores y diputados, sólo consumía poco más del tercio presupuestario del actual pequeño Congreso. El Congreso ha ido abultando su presupuesto con desmedidas dependencias, se ha convertido en una especie de inmobiliaria que administra numerosos edificios, que para darles utilidad se ha tenido que inventar dependencias y teóricas actividades amén del caudaloso incremento burocrático.