Por: Luís Roldán Ríos Córdova rioscordova2020@hotmail.com
Al ver lo que ocurría en La Parada, Lima, Perú, muchos pensamientos han volado para calificar los hechos monstruosos que han causado evidentemente, indignación y vergüenza. Lo primero que se me vino al pensamiento fue esta interrogante:… ¿Delincuencia Marca Perú?
Ya con el cerebro menos caliente, sólo sentí profundo pesar por lo ocurrido en esos lamentables sucesos sobre el cual no pretendo hacer un análisis sociológico de las razones o torpezas que han llevado a tan grave situación, éstas pueden ser muchas y complejas, sólo quiero hacer una apreciación ético-moral desde un punto de vista más emocional que racional.
Lamento los hechos en sí mismo, no es la forma de entendernos entre seres humanos evidenciando ingratitud por el don maravilloso del pensamiento y del habla que Dios nos ha dado. La sociedad peruana ha ofrecido al mundo desdichada imagen que me causa vergüenza como humano, pues, me ha dejado además, en una incómoda situación de no saber cómo explicar a los niños semejante miseria al que puede ser capaz de llegar el ser humano.
Hay otras sociedades donde se comenten peores atrocidades, cierto, pero no se trata de sentirnos bien por eso, se trata de fundamentar el por qué nos preciamos de civilizados.
¡Mátenlo…mátenlo!…Era el pedido con sabor a fiesta contra el policía a quien acababan de derribar de un certero piedrazo. Evidentemente son personas entrenadas en ese deporte, categoría al que está ingresando la delincuencia en el Perú.
La pata colgada de la yegua, aquel inocente animal que no entendía ni siquiera para qué estaba ahí en medio de una horda al cual los animales se alegrarán de no pertenecer. Ensañarse con sentimiento asesino por encima de la condición de indefenso del policía y de la yegua es una actitud que evidencia, por encima de su propia jactancia, ser una actitud propia de humanos, el error más dramático de Dios. ¿De qué dignidad, de qué derechos humanos podemos hablar bajo las sombras de estos hechos?
No comparto esa forma de solucionar los problemas ni del gobierno ni del pueblo, comparto la idea que sin perder la capacidad de discusión y de diálogo prevalezca el principio de autoridad en el marco del imperio de la justicia de donde viene la paz.
Se dice que no fueron comerciantes quienes tuvieron esa actitud (me cuesta decir, «propia de animales»), si pues, pero los que los contrataron sabiendo cómo se comportan estos engendros, es porque son la misma cosa.
Todo sería más digerible si esas actitudes habrían sido en defensa propia o en una guerra donde, o matas o mueres que generalmente se da en defensa de los intereses territoriales que cada guerrero defiende con su vida; pero no, era sólo un enfrentamiento entre peruanos por cuestiones económicas alejadas de la conciencia, de la ética y de la moral, condiciones humanitarias de donde se dice nace la dignidad de humano que en esa manada no existe más allá del alcohol, de las drogas y de algún dinerito, seguramente corolario de una sociedad que mayoritariamente no conoce de disciplina cívica ni social, porque nunca ha entendido el concepto de patria, El Perú siempre ha sido un estado o un país de nadie, por eso es una sociedad que no se toma en serio, al calco y copia le llama creatividad; al delito, viveza criolla; amigo de lo ajeno, al ladrón.
Cierto, no es la mayoría que llega al nivel de degeneración vista en La Parada, pero sí, mayoritariamente el que no tiene de inga tiene de mandinga en cuanto a indisciplina cívica y social; nadie (es un decir cercano a la verdad) respeta nada, las leyes y normas son requisitos generalmente no indispensables ante el dinero. El principio de autoridad no existe, se ha suicidado.
Los actos delictivos se dan en todas partes, eso es cierto, pero los peruanos hacen denodados esfuerzos para no perder el récord Guiness.
No es que me gusta que las cosas sean así, pero son así, pues.
Si queremos mejorar tenemos que aceptar las cosas como son. Nadie se cura si no acepta estar enfermo, del mismo modo, si esta sociedad no acepta su enfermedad no podrá comenzar su terapia de rehabilitación desde la familia, desde la educación, desde el Poder Judicial, desde el Gobierno, desde el Estado y desde la confianza que un peruano tenga de otro peruano, mientras estos indicios no aparezcan seguirán siendo estos hechos un acto delincuencial Marca Perú.
Lo siento por los pocos peruanos que viven el concepto de patria en su requerida dimensión, lo siento por los pocos honestos y justos, lo siento porque esos pocos no pintan las características distintivas de una sociedad. Lo siento, pues.