DÉFICIT DE DELEITE Y LA FELICIDAD

Vive como si no fueras a morir nunca, actúa como si fueras a morir mañana” (Lin Yutang)

José Álvarez Alonso

El 20 de marzo ha sido proclamado por las Naciones Unidas como el Día Mundial de la Felicidad. Perú acaba de ser calificado entre los países “más felices” del mundo: número seis en el ranking mundial de felicidad, según el Barómetro Global de la Esperanza y Felicidad publicado por la ‘Red Independiente Mundial en Investigación del Mercado’.

No es mala noticia, y revela el buen momento que vive el país en términos económicos, y las buenas perspectivas para el próximo futuro. Esto a pesar de los tremendos problemas sociales y económicos que todavía aquejan a nuestra sociedad, y a la persistencia de bolsones de extrema pobreza, sobre todo en la selva y en el sur andino, y los consiguientes conflictos.

Esta buena noticia, sin embargo, es un motivo para reflexionar sobre algunos condicionantes de la felicidad. Pese a las lisonjeras noticias mediáticas, vivimos en una sociedad cada vez más dominada por la infelicidad, y esto a pesar de que a medida que avanza la ciencia y la técnica y prospera la economía se eleva el nivel de vida y las cosas son más fáciles. El problema está en el enfoque: cada vez somos más intolerantes ante las frustraciones y al dolor, elementos inevitables de la vida.

Se nos inculcan valores como la superación, la competitividad, la autorrealización, la búsqueda del éxito personal y la disciplina y el esfuerzo, como vía para lograr la fortuna y las posesiones que se supone nos darán seguridad, placer y felicidad. Pero no se nos enseña tanto a vivir cada instante con plenitud, a buscar la satisfacción en las pequeñas cosas, en los momentos de la vida cotidiana, y a enfrentarnos a las frustraciones y al dolor. Y cuando llegan, porque siempre llegan, se produce la infelicidad, la depresión y un sinnúmero de problemas sicológicos y orgánicos asociados.

Tampoco nos enseñan bien a controlar nuestra mente, y vivimos a merced de ella y sus emociones. La mente busca instintivamente la excitación, el placer, y quienes se dejan llevar acríticamente por ello terminan siendo esclavos de sí mismos. Los casos más extremos son los de las personas adictas a emociones extremas (deportes extremos y cosas por el estilo y, por último, las drogas).

Pero casi todos los miembros de las sociedades modernas padecemos lo que los expertos llaman “déficit de deleite”.  Nos han ‘educado’, más bien manipulado, para buscar el placer en el consumo de productos de mercado (desde programas de televisión hasta comidas y los diversos productos de la industria del entretenimiento) y estamos perdiendo la capacidad de disfrutar de lo que nos da cotidianamente la vida, cosa que saben hacer muy bien, por cierto, las sociedades tradicionales, y en especial, las amazónicas. Algunos posmodernos se han creído al pie de la letra la farsa de la pseudofelicidad consumista que satirizaba el gran Groucho Marx: “Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: Un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…

El gran filósofo francés Jean Paul Sartre afirmó: “Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace.” Lamentablemente, la sociedad moderna nos inculca valores como competitividad y prosperidad económica por encima de la vocación y el gusto personales, y por supuesto por encima de solidaridad y generosidad. De ahí que encontremos a muchos más infelices en los países ricos que en los pobres. No es casualidad que los habitantes de países como Georgia, Azerbaijan, Brasil y Mozambique (los cuatro países más felices del mundo, todos en vías de desarrollo) superen con mucho a los súper ricos Estados Unidos o Alemania y Francia (que ocupan puestos muy atrás en la lista).

Es frecuente escuchar que la felicidad no es una meta, sino que es una búsqueda, un camino, una actitud en la vida. Yo pienso que la mayor felicidad está en la lucha por un ideal. Tener algo por lo que esforzarse, un entorno (familiar, laboral, amical) con quien compartir penas y alegrías, y una razonable seguridad económica y social son algunos de los atributos de la felicidad, según los estudiosos.

No  me cabe duda de que una de las razones de la alta calificación en el índice de la felicidad de los peruanos en general, y de los amazónicos en particular, es esa actitud positiva y optimista en general hacia la vida, esa capacidad de disfrutar de las pequeñas cosas del presente sin obsesionarse con los traumas del pasado o con las incertidumbres del futuro.