CUÁNTO VALE UN NIÑO

 

Por: José Álvarez Alonso

Diez soles el kilo –asumimos que pesaría unos cuatro kilos- es lo que costó un niño recién nacido vendido por una humilde madre loretana, según anunció la prensa en estos días. La mitad de precio que el lomo fino de res, y tres veces más barato que la carne de dorado. Me pregunto qué habrá pasado por la mente y el corazón de esta mujer, madre de cinco niños, y para variar, abandonada por su ‘marido’, para que se haya desprendido así del fruto de sus entrañas, aunque luego se mostrase arrepentida y acudiese a la policía.

 

Que el hombre se desentienda de sus hijos o los abandone es, desgraciadamente, casi ‘normal’ en estas tierras de Dios, pero no una madre loretana, reconocida por su abnegación con frecuencia heroica para sacar adelante a sus hijos, muchas veces sola. “Haragán maqui, bizarro ullo”, dice el chascarrillo popular. Muy ágiles y diligentes para engendrar, pero lentos y haraganes para criar a sus hijos como Dios manda.

 

Hace unos días me enteré de un caso: un conocido, padre de una preciosa niña de unos cinco añitos, ha comunicado a un amigo común que no volverá del extranjero -adonde viajó por motivos de salud- y abandonará a su familia en Iquitos. Era un padre común y corriente, quizás ‘del tercio superior’, a juzgar por su actitud cuando jugaba con su hijita, a la que mostraba un cariño extraordinario, lo que en su momento le mereció algunos muy positivos comentarios de mi parte. No entiendo qué pasa por su cabeza, cómo un padre puede desechar así a una familia, dejar en el abandono a su esposa e hijos, sin preocuparle lo que puedan sufrir esas personas a las que supuestamente le une el más poderoso vínculo que existe en la tierra, el amor paternal. Hasta los animales ponen en riesgo sus vidas para cuidar a sus hijos.

 

He conocido demasiados casos como éste, padres que abandonan un hijo tras otro de uno y otro “compromiso”, comportándose como seres inferiores, gusanos, moluscos… No voy más arriba en la cadena evolutiva, porque hasta entre los insectos, los reptiles y los peces hay especies que cuidan con esmero a sus hijos, ni hablar entre los mamíferos y las aves… ¿Qué hace que un hombre se comporte como un molusco, se olvide de lo que le hace humano, y con la muestra del más absoluto egoísmo y falta de entrañas condene al abandono afectivo, a la orfandad, y con frecuencia a la miseria y al hambre, a sus tiernos e indefensos hijos? En los primeros años de vida, el padre (también la madre, claro) es lo máximo para un niño: es su ídolo, su héroe, el referente para su vida… Me imagino lo que puede sentir un niño que adora a su padre cuando le dice su mamá: tu papá no va a volver más…

 

Pienso en mi hijo de once años, con el que me unen vínculos de afecto superiores a cualquier emoción o sentimiento que yo haya conocido. No puedo concebir que estuviese sufriendo o careciendo de algo sin que yo me preocupase y perdiese el sueño. No podría tragar un bocado pensando en que quizás él podría estar pasando hambre. Pienso que en lo que sería capaz de hacer, de sacrificar, por su bienestar, por crearle condiciones para un futuro mejor.

 

Nuestra tolerante sociedad casi no considera delito el abandono de los hijos, hay miles de casos impunes a nuestro alrededor. Sin embargo, ¿qué es robar o mentir al lado de condenar a un niño al abandono afectivo y la miseria material, y con frecuencia moral? Esta sociedad persigue a los ladronzuelos de poca monta, que está bien, pero consiente y tolera a quienes cometen el crimen más horrendo de la humanidad: herir el alma, matar la inocencia, frustrar las ilusiones y los sueños de un futuro de un niño.

 

Está bien, la ley establece la obligatoriedad de una pensión alimenticia del padre para los niños, pero eso sólo es factible cuando el padre ha reconocido legalmente a los hijos. ¿Cuántos niños no reconocidos por sus padres biológicos hay en Loreto? Miles, probablemente decenas de miles. Ante esta lacerante realidad nuestra sociedad no tiene respuesta, a pesar de que tiene terribles consecuencias para el futuro de los niños.

 

Y no sólo físicas e intelectuales, debido a las dificultades materiales de las madres humildes de alimentar, vestir, curar y educar adecuadamente a sus hijos: es bien sabido que los niños fruto de familias disfuncionales con frecuencia crecen con problemas afectivos, emotivos, de integración, de autoestima… No todos los niños abandonados por su padre están predestinados, obviamente, pero las estadísticas no mienten: un alto porcentaje de los delincuentes y desadaptados provienen de familias disfuncionales, con frecuencia hogares rotos por abandono del padre, más raramente de la madre. Quienes hacen eso deberían ser señalados con el dedo, excluidos de cualquier círculo social o político, castigados socialmente, ya que penalmente no se puede.