-Internos del penal pareciera que solo esperan la hora final
-Confiesan internos con VIH quienes se han acostumbrado al calmante de las pastillas mientras la vida se les escapa día a día.
Es lo que se pudo sacar como conclusión luego de conversar con dos internos Juan David (32) y Robin (53) ambos infectados con el VIH. Sus cuerpos hablan por ellos y lo dicen todo, los médicos de los hospitales no les dicen nada y su intuición les recuerda ante cada dolor que el mal avanza incontenible sin que puedan encontrar, por lo menos, el alivio de morir fuera de los barrotes de fierro que por las noches se hacen más fríos, como la frialdad mostrada por algunos trabajadores del sector salud para con ellos, que realmente hace escarapelar el cuerpo.
«A mí me metieron en la cárcel solo por besar a un joven de 16 años, era todo una venganza preparada porque yo recién había llegado a vivir en una quinta de la Av. La Marina. Estoy acá desde el 2006 desde hace dos años estoy mal, así como me ven» dice Juan David, quien debe haber hecho algo más que dar un beso a un joven pues la justicia le ha dado 20 años de cárcel.
Agrega: «Ahora siento que se me enduran las piernas, en las noches se me enfrían, la medicina que me dan acá (pastillas) no me hacen nada, las piernas se me hinchan, boto agua y materia en la parte baja de mis pies. Yo caí mal acá quizá de la preocupación, afuera estaba bien no tenía nada, ahora mis nervios se tiemplan es un dolor grande» dice agregando que la única hermana que tiene acá a veces lo va a visitar porque no cuenta con dinero.
Mientras que Robin ingresó hace tiempo por droga, ahora cuenta con 53 años. Su cuerpo pálido en extremo y sus ojos con algunos destellos de miedo, parecen presagiar el futuro que le espera mas no se rinde y pide que lo regresen al hospital para que le hagan transfusión de sangre. «Antes estuve en el hospital Iquitos pero me han regresado porque dicen que no tienen unidades de sangre, yo espero que se pueda conseguir para que me programen y me coloquen para mejorarme, como no había rápido me dieron de alta. Acá tomo las pastillas que nos dan para el dolor y de nuestro tratamiento» contó Robin.
Testimonios que en carne viva exponen las infinitas carencias de un país que se debate entre la vida y la muerte, entre la luz de la esperanza y la oscuridad de la realidad cotidiana. En resumen un país al que le falta una política diferente para tratar a los seres humanos que por uno u otro motivo fueron a parar a los penales. De los que nadie está libre.