Por: José Álvarez Alonso
A pesar de los esfuerzos de las grandes transnacionales contaminadoras de este Planeta, que han comprado conciencias y sobornado a científicos y periodistas para tratar inútilmente de demostrar que el cambio climático es un montaje de los «neocomunistas ambientalistas», las evidencias sobre la responsabilidad humana en esta catástrofe son cada vez más contundentes; y son suficientemente conocidas como para reiterarlas aquí. Lo que no se suele mencionar en los documentales de televisión y en los abundantes artículos de divulgación (fascinados con glaciares y casquetes polares que se derriten, y osos polares en peligro) es lo que está pasando o lo que podría pasar en nuestra Amazonía.
La semana pasada tuve la oportunidad de participar -invitado por la Dirección General de Cambio Climático del MINAM- en un interesante taller orientado a capacitar sobre el cambio climático a los tomadores de decisión de los Gobiernos Regionales de la Amazonía peruana. La bella Moyobamba -según muchos la mejor ciudad para vivir de Perú, debido a su clima benigno, su tranquilidad de pueblo grande, y sus hermosos paisajes- fue el escenario del evento. Esta ciudad está sufriendo ya los embates del cambio climático: la Ing. Yolanda Guzmán, invitada también al evento, y nacida en Moyobamba, comentaba que en su infancia era costumbre que la gente saliese a la calle en las noches con una chompa, porque hacía algo de frío. Ahora es una rareza que los moyobambinos tengan que usar chompa, ni siquiera cuando andan en moto por la noche. La exposición de una profesional del SENAMHI confirmó la percepción popular: entre otras anomalías climáticas, las temperaturas mínimas en Moyobamba han estado incrementándose sosteniblemente en los últimos años, a razón de más de un grado por década. Mientras tanto, por la deforestación en las cabeceras de las quebradas, el agua para abastecer la ciudad es cada vez más escasa.
Algunos se dirán: ¡qué bueno, que haga más calor! Pues no es tan bueno, cuando éstos y otros cambios en el clima están afectando seriamente la estacionalidad de las lluvias, los ciclos de crecientes y vaciantes, la fenología (floración y fructificación) de las plantas y otros procesos ecológicos a los que se han adaptado tanto la Naturaleza como el hombre en esta parte del Planeta. Al igual que en otras regiones amazónicas, en San Martín los campesinos están sumamente confundidos con esos cambios, porque ahora los frutales y otros cultivos no producen en una estación, y han disminuido las cosechas; han aparecido nuevas plagas en los cultivos, o se han incrementado las ya conocidas; las lluvias vienen a veces a destiempo, y de forma tan torrencial que producen más daño que beneficio, en buena medida debido también a la deforestación provocada en las cabeceras; cada vez deben cultivar el café en cotas más altas, amenazando los bosques de las cabeceras y agravando la crisis del agua.
Así que la ceja de selva, por un lado, sufre sequías estacionales, que afectan gravemente a la agricultura y a la acuicultura (cada vez se producen más conflictos por el agua), y por el otro, cuando llueve, se producen auténticas catástrofes. San Martín está pagando muy caro su descuido, por permitir que se deforeste casi un tercio de su territorio mayormente en zonas de protección -cabeceras de cuenca y pendientes pronunciadas. Y con el agravante de que tres cuartas partes de estas áreas se encuentran degradadas y abandonadas. Hoy todos en esta región hablan de reforestación, y se dedican ingentes recursos, tanto de fondos públicos como de la cooperación internacional, para tratar de recuperar algunos de los suelos degradados cubiertos por plantas introducidas, como el helecho «shapumba» y la mala hierba «casha usha», que agotan los suelos e impiden la regeneración del bosque.
Amazonía bajo amenaza
Mi presentación en el evento versó sobre algunos de los impactos del cambio climático en la Amazonía, y las posibles alternativas para adaptarse y quizás mitigar sus efectos. La Amazonía, un ecosistema bastante estable por millones de años, no es tan resiliente como algunos suponían. Según algunos estudiosos, entre 35% y 45% de deforestación total es el umbral máximo que soportaría esta cuenca antes de que su clima colapse: efectivamente, la Amazonía es el único ecosistema del Planeta que produce su propio clima, ya que alrededor del 50% de las lluvias son generadas por la evapotranspiración del mismo bosque, y buena parte del resto (que tiene su origen en la humedad del Atlántico) no se precipitaría si no hubiese bosques sanos en la superficie. Y si colapsa el clima amazónico, desaparecería el bosque tal como lo conocemos, y se liberarían a la atmósfera ingentes cantidades de CO2, lo que contribuiría a incrementar el clima global en al menos un grado. Algo que ni el Mundo ni los amazónicos deberían permitir.
Según algunos estudios, si siguen las actuales tendencias la Amazonía habría perdido en menos de 30 años más del 35-40% de sus bosques, por degradación o deforestación a tabla rasa. Eso nos pone en un escenario realmente peligroso.
Loreto no es inmune al cambio climático, y aunque no sufra tantos estragos como San Martín o Amazonas, ya se está comenzando a apreciar preocupantes signos de que algo no anda como debiera en nuestros bosques y ríos. Fructificación de especies silvestres y cultivadas fuera de época; cambios en las estaciones y en los regímenes de crecientes y vaciantes de los ríos; disminución de las pesquerías (un efecto sinérgico de la deforestación y contaminación de las cabeceras de los ríos y el cambio climático, con la falta de manejo y el descuido de las autoridades responsables de su gestión), y otros indicios más auguran problemas crecientes de cara al futuro cercano. Hay que tener en cuenta que las poblaciones indígenas y ribereñas de la selva baja dependen de la salud y productividad de los ecosistemas terrestres y acuáticos para su supervivencia, por lo que cualquier alteración de éstos afectará gravemente -y ya lo está haciendo- su economía y calidad de vida.
Buscando alternativas
Interesantes los análisis y propuestas de los funcionarios amazónicos que participaron en el evento. Hubo debates y planteamiento diversos sobre asuntos tan álgidos como la política forestal y agropecuaria, los biocombustibles, los proyectos de carreteras y vías férreas, etc. En lo que sí estaban de acuerdo prácticamente todos es en que se debe promover la conservación y aprovechamiento sostenible del bosque en pie, y la reforestación de áreas degradadas. Y todos concordaron en que se avecinan tiempos muy difíciles para los amazónicos, si no se toman las medidas de mitigación y preventivas ahora, antes de que sea tarde.
Hubo un virtual consenso en que la mejor estrategia para adaptarse y tratar de mitigar en algo el cambio climático en la Amazonía es proteger y manejar los bosques. Son demasiado valiosos -por su potencial de producción sostenible de recursos y servicios, y de mitigación de cambio climático- como para seguir cambiándolos por cultivos o ganaderías de ínfima rentabilidad. Deben descartarse de plano todos aquellos proyectos y programas que promuevan el cambio de uso de bosques primarios. Los biocombustibles y otros cultivos comerciales deben ser promovidos sólo en áreas deforestadas, que hay bastantes. Si bien las comunidades rurales tienen todo el derecho a practicar su agricultura tradicional, se debe diseñar proyectos para promover el uso del bosque en pie, con valor agregado -con actividades como las que impulsa, por ejemplo, el PROCREL-GOREL, con apoyo del IIAP, en torno a las áreas de conservación regional- al tiempo que se promueven tecnologías para diversificar y mejorar la eficiencia y productividad de sus cultivos.
Los tomadores de decisión de las regiones amazónicas deben tener cada vez más en cuenta en sus planes y programas los escenarios futuros frente al cambio climático, y no agravar sus devastadores efectos con propuestas desarrollistas trasnochadas y sin base técnica, o decisiones populistas más orientadas a captar el favor de los votantes del momento que buscar la sostenibilidad y los intereses de las generaciones por venir.