Por: José Álvarez Alonso
Viendo a algunos así llamados profesores vociferando, insultando, agrediendo, mintiendo en mil idiomas en cuanto medio -y cuarto- de comunicación funciona en esta ciudad me ha convencido de que esos no son los maestros que yo quiero para mi hijo. Y no creo que los quieran muchos padres. No, esa no es la forma de comportarse de un educador; qué niveles de envilecimiento de las personas y de la dignísima profesión de maestro. Uno siente vergüenza ajena observando a esos personajes, en cuyas manos los padres tienen que confiar la educación de sus hijos en la etapa más delicada del desarrollo. Felizmente la mayoría de los profesores no son así, porque si ese fuese el caso habría que cerrar la puerta y apagar la luz… Yo también he sido profesor y tengo muchos amigos y parientes profesores; conozco profesionales extraordinarios, con una vocación y una dedicación admirables, que sé que no se sienten en absoluto representados por estos grupos vocingleros, violentistas y procaces.
Las formas en este caso lo son todo: cualquier reclamo razonable se convierte en deleznable cuando en vez del argumento, el razonamiento, la gestión y la negociación se recurre al insulto, a la amenaza, a la mentira más descabellada, a la agresión física, y a cuanta bajeza uno se pueda imaginar. Los antiguos sabios, muy dados al debate filosófico, sabían calificar esta clase de polémicas: cuando una persona, en vez de contestar los argumentos del contrario, se dedicaba a calificarlo o descalificarlo con ataques personales -algo tan habitual en algunos malos dirigentes- daban por demostrado que no tenía la razón; a ese pseudo razonamiento se lo denomina argumento «ad hominem», ‘dirigido a la persona’. Ni qué hablar cuando en vez de calificativos se profieren insultos o se llega a la agresión… «Quien se pica pierde», reza la sabiduría popular.
Es posible que algunos de los reclamantes de un puesto en el sector Educación hayan pasado la famosa nota 14 (lo que por cierto no les da derecho a un puesto, pues es un concurso público por un número limitado de plazas), pero no aprobarían un examen de actitudes. Quizás esos grupos minoritarios de profesores vociferantes, agresivos, intolerantes, estén capacitados intelectualmente para dar clase, pero no están capacitados moralmente para educar. No y no. Por eso reafirmo mi humilde opinión: el concurso de méritos para la carrera magisterial, en principio muy encomiable, tiene una falla garrafal: sólo valora las aptitudes, el aspecto intelectual, mas no así las actitudes y las cualidades morales. Y yo diría que en educación son más importantes estas últimas que las primeras. Espero que pronto el Ministerio de Educación evalúe también, de forma permanente, no sólo los conocimientos sino las actitudes de los profesores en las aulas y en su relación entre sí y con los alumnos; muchos que hoy llegan incluso a ocupar puestos de directores por su nivel de conocimientos -y de dirigentes por su verborrea- serían descalificados por su ínfima calidad humana.
Porque el conocimiento, finalmente, lo puede adquirir por su cuenta el alumno; autodidactas ha habido y sigue habiendo en el Mundo, y algunos han llegado a genios. Pero los comportamientos y los valores no se aprenden solos, se imitan. Y yo no quisiera, bajo ningún concepto, que mi hijo imitase los comportamientos, las actitudes y los pseudovalores que he observado en las últimas semanas en TV y he escuchado en Radio de algunos profesores y dirigentes de profesores. Dios nos libre. Prefiero que le dé clase un profesor que haya sacado un 13 pero que transmita bondad, comprensión, tolerancia, veracidad y otros valores tan venidos a menos.
Los últimos eventos acaecidos en torno a las protestas de un sector de los profesores revelan hasta qué punto se ha profundizado la crisis de este sector. La cobarde y violenta agresión que sufrió la Prof. Efrocina Gonzales, Directora Regional de Educación, y la lamentable violencia ocurrida en Requena con saldo innecesario de profesores y padres de familia heridos, son gotas que han venido a colmar un vaso ya muy lleno. La dirigencia sindical llevaba semanas, meses, calentando el escenario con calificativos e insultos, sazonados de falsedades sin cuento en torno a las razones del conflicto y sobre las personas involucradas. Al margen de lo razonables que sean algunas de las reivindicaciones laborales -por lo que sé, no solucionables en Loreto sino en Lima- esas no son formas de reclamar derechos. Vaya ejemplo para los niños. Y qué patético papelón el de algunos así llamados periodistas, repitiendo las falsedades e insultos o dándoles cabida para que insulten y mientan en sus medios…
No voy a analizar aquí la complicada problemática de Educación, que obviamente tiene reivindicaciones muy justas y razonables, comenzando por los malos sueldos y por el ínfimo presupuesto destinado por el Gobierno a Educación. Sin embargo, la sensación que tiene un gran sector de la opinión pública es que ciertos reclamos laborales son ya una exageración, y que solamente se preocupan por sus intereses gremiales y no por los alumnos, los que siempre salen perjudicados con los frecuentes paros y huelgas, y por el mal ejemplo que ven en ciertos comportamientos. ¿Acaso se ve a los ingenieros forestales montando carpas delante del Programa Forestal para que los contraten, o a los agrónomos delante del Ministerio de Agricultura, o a las enfermeras haciendo lo propio delante del Ministerio de Salud? Y hay muchos por ahí pateando lata…
¿Cuándo será el día que los buenos maestros puedan dirigir con decencia, honestidad, y buenas propuestas su sindicato? ¿Cuándo será que maestros ejemplares dirijan el SUTEP y éste se convierta en el sindicato que los docentes realmente necesitan, que lucha con dignidad y buenas formas por sus derechos, que no se presta a la corrupción, y que por encima de todo defiende y lucha por una mejor educación para los niños y niñas de la región y del país?
