*Aquellos seres que ahora, cada día más, se les ve tirados en las calles, los parques, etc.
Imaginamos que sí. Porque cuando uno es niño, puede tener infinidad de carencias materiales, incluso afectivas, pero la alegría siempre está a flor de piel en estas fechas. Sobre todo, porque hay gente a la que le gusta compartir con los más necesitados en Navidad.
Luego van creciendo, ya no forman parte del grupo beneficiado en estas fiestas, entonces se sienten excluidos. Siguen creciendo, en cuerpo y años, miran a su alrededor y no encuentran aliciente.
La pobreza que antes había jugado a las escondidas con ellos, sale airosa y les hace crujir el estómago de hambre y quebrar el corazón como una galleta, por la pena y desolación de no contar con nadie que los salve, de las necesidades que los abruman.
Pero nunca falta una mano. No una mano amiga, sino una interesada en ingresarlos al mundo alucinado y dañino de las drogas. Y de ahí, sí que no hay quién los salve. Menos aún, cuando no cuentan con una familia a la que les interese.
Para ellos la Navidad es pasar por calles llenas de luces, repletas de colores rojos, verdes, juegos, gente comprando, comiendo, sonriendo, apresurados por tener una noche buena. Para ellos, su noche buena, es una noche cualquiera, una más de las que pasan en el húmedo suelo de cualquier calle de Iquitos.
Pero no todo es tristeza. Siempre hay parroquias y gente bondadosa que no mira la edad de los desprotegidos del mundo como adultos mayores sin familias, o personas que gustan de alucinar con diversas sustancias para escaparse del destino que los cogió con tenazas sin que ellos lo pidieran.
Ahí está el padre Walker Dávila, de la parroquia Bagazán, que, sin ser Navidad, tres veces a la semana junto a sus agentes pastorales, les entrega desayuno y almuerzo a los olvidados, aunque aún estén presentes en esta vida.
Bien por todo el equipo de la parroquia Bagazán. Bien por todo lo que hacen a favor de las personas que llegan hasta su vereda a consumir un alimento para seguir sobreviviendo.





