Conocí a Juan Carlos en el campo de fútbol del club deportivo Colegio Nacional de Iquitos. Fueron felices momentos de los años 1993 y 1994, en que docenas de padres del colegio San Agustín de Iquitos, nos entusiasmábamos para formar dos poderosos e invencibles equipos del deporte de masas. Era un campeonato de la categoría de menores, donde participaban niños y adolescentes de todos los barrios, organizado por aquellos héroes anónimos del deporte loretano. Aquellos que no tienen sueldo, aquellos que con su propio peculio promueven en nuestros mozos y niños los valores de solidaridad y amistad en los campos de fútbol. De aquellos que tienen que aprender los políticos y autoridades en sus gestiones. Aquéllos que como en la Parábola del óbolo de la viuda, daban y posiblemente dan de lo que no tienen para mantener viva la llama de amor por un mundo mejor. Seis de la mañana, a veces, otras a las nueve, pero desde muy temprano los padres (mujeres y varones) nos levantábamos a preparar los refrescos, a ver si los implementos deportivos estaban completos y, a levantar a los muchachos. Con lluvia o sin ésta llegábamos muy temprano para ver los otros partidos hasta que llegaba la hora de la emoción. Cómo no recordar al yuca Scavino, a coco Hernández, a Paquito Bances, al gordo Zumaeta, al choclo Arana, a John Soregui, a Manzana Casanova, al chato Arias, a Rengifo Boza, a Mauricio Sotomayor, a Mario Arévalo (qué tal mancha), y a muchos muchachos, hoy ya maduros, que en la memoria del otoño se han ido de la mente pero no del corazón. Cómo no recordar a aquellas madres y padres que a veces querían entrar a la cancha a defender a sus cachorros y a querer arrasar con los árbitros. Qué tiempos aquellos. Como en el tango de Carlitos Gardel, volver con la frente marchita y con las sienes del tiempo cubierto por la nieve, a recordar nuestro primer amor deportivo.
En ese estado emocional y deportivo conocí a Juan Carlos Rojas Campos, conocido cariñosamente por sus amigo como «cococoroco» Un buen estudiante, un pequeño que jugaba en un nivel de acuerdo a su edad menor al que el de nuestros hijos. Un puntero derecho, cimbreante, veloz y goleador. En esos campos deportivos conocí, también, a don Juan Rojas, papá del joven que mencionamos. Un hombre que iba muy temprano al escenario deportivo llevando varios baldes de refresco, no sólo para los dos equipos, sino para los otros equipos que no tenían posibilidades. Generoso como él solo. Recuerdo haberle visto pagar muchas veces la cuota de otros delegados rivales para el árbitro y el alquiler de las canchas. Es que padre e hijo tenían en la mente y en el corazón las enseñanzas de una extraordinaria dama, trabajadora, empresaria, caritativa, y especialmente creadora de un moderno método educativo que se viene aplicando en nuestro departamento desde hace tres o más décadas: el método educativo peruano. Una mujer a quien conocí casualmente y solicitándole el auspicio para editar uno de mis libros que hoy se utiliza en casi todos los colegios y que muchas autoridades no quisieron apoyar «La noche de los mashos». Una mujer luchadora, con principios bien establecidos y que lo promovía en sus profesores, en sus niños y en los padres de familia. Una luchadora incasable, perseverante, como muchas de nuestras mujeres loretanas. Una dama a quien tenemos que recordar con letras mayúsculas: PASCUALA CAMPOS DE ROJAS. La volví a ver después de más de 30 años, cuando llegó a ver su centro educativo y yo buscaba a Juan Carlos en la calle sargento lores, venía a pasar un tiempo con sus queridos niños y su familia. No pudo con el dolor que le ocasionaba ese maldito monstruo de mil cabezas que es el cáncer, tuvo que regresar al centro hospitalario donde la trataban. Antes de viajar reunió a sus profesores, a sus trabajadores y a sus niños y desde el fondo del corazón con palabras llenas de fe y esperanza se despidió acariciando a sus pequeños, a sabiendas que ya no los iba a ver más, pero, a sabiendas que desde el cielo ella estaría con ellos en cada momento de sus vidas. La navidad de este año no será lo mismo en la escuelita de niños, ni en la casa familiar de los Rojas Campos. Sabemos que la ausencia física de un ser querido como la madre y especialmente de una madre como Pascualita, es dolorosa, así hagamos versos y escritos de consuelo. Pronto pasará el dolor para todos los que la conocimos y comprenderemos sus enseñanzas de valores y de fe en un mundo mejor. Pronto sus familiares, sus hijos y su esposo, entenderán que ella desde la diestra de Dios los estará guiando en este mundo convulsionado por conflictos y violencias y donde es necesario gente de buena voluntad como anunciaba el Galileo y como lo fue la querida profesora Pascualita. Pronto los inocentes niños que no conocen de esta tragedia, entenderán que ella los estará guiando con la luz de su aura de educadora. Gracias PASCUALITA CAMPOS DE ROJAS, en nombre de los niños y jóvenes que formaste durante décadas y de los padres de familia. Siempre estarás en nuestros corazones, en esta navidad y en todo el tiempo. Que dios te tenga a su diestra.
4.5