POR: JUAN SOREGUI VARGAS.
Cambalache, en el diccionario de la real academia de la lengua española significa trueque o cambio de objetos de poco valor. En el tango del título de la presente nota se hace referencia a este manejo de cosas y servicios de muy baja calidad, la canción escrita, aproximadamente por los años 50 por un porteño argentino, es un canto de denuncia al robo, a la coima o mordida, a una sociedad que no tiene escrúpulos para enriquecerse, a la codicia, a la falta de solidaridad y amor al prójimo, a la escasez de valores en todos los estratos de la sociedad.
El que no llora no mama y el que no roba es un gil, dice una parte de la canción y eso lo vemos en la mayoría de nuestra sociedad. La mayoría de Intelectuales, obreros, doctores, secretarios, empresarios de toda laya, siguen al pie de la letra esta parte de la canción. En el 506 y en el siglo XX el mundo es una porquería, canta el compositor hace más de 50 años, como si fuese el gran sacerdote del oráculo del templo de Delfos. Y, cierto, no solo el siglo 20, sino ahora en el 21. Los inmorales nos han igualado, cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón. Dale no más que allá en el horno nos vamos a encontrar, canta el porteño. Es decir en el infierno. El mundo es un cambalache, antes y ahora, una venta de conciencias, en la que no se sabe quién es el ladrón, si el bien vestido con corbata y birrete y culto o el pobre y miserable. Una canción que parece una profecía de lo que está ocurriendo en la actualidad en el mundo y que no parece tener salida. Los religiosos nos dicen tienen que acudir a la iglesia, cualquiera que sea, y de pronto se conoce que el líder del movimiento sale embarazando o abusando sexualmente de una menor o un menor.
La mayoría de políticos que mienten para ganar poder y dinero, compran todo lo que está a su alcance, y, en este mundo globalizado y consumista ¿quién no está a su alcance? Muchos, por eso, han decidido autoexiliarse, huir del sistema, de alguna manera, sucumbieron ante el intento. Pero, huir no es la solución, tenemos que enseñar a nuestros descendientes que existen cosas buenas en el mundo, buenas personas, pero que también están los del otro mundo, los del inframundo, y educarles para practicar los valores de solidaridad y amor al prójimo, pero identificando lo malo que está a veces cerca a ellos y defenderse de estos monstruos de la codicia y del abuso, con todas sus fuerzas físicas, mentales y espirituales. De esta manera formemos generaciones de líderes perfectibles y con credibilidad, con amor al prójimo y, estoy seguro que de este modo podremos vencer a estos demonios del inframundo de la coima, del soborno, del latrocinio, de la compra y venta de conciencias y seremos merecedores de ese paraíso perdido, del edén que nos habla el Nazareno. Hagamos de nuestro hogar, de nuestro barrio, por más pobre que sea, un templo de enseñanza del bien y aprender a defenderse del mal. No está en los templos ni en las religiones, está en nosotros, en nuestros genes que tendremos que educar para ser bien manejados en la actual sociedad, adaptar nuestra conducta fabricada para vivir bien y de buena manera. No perdamos las esperanzas, a pesar del tango profético de hace más de 50 años, tendremos un mundo mejor. Hagamos que el mundo no sea una porquería.