77 de su inmolación.

– Sargento 2do. Fernando Lores Tenazoa: 104 años de su nacimiento

Es casi un hecho natural, el que en la vida de los pueblos que han sido escenario de hechos gloriosos  cumplidos por gente nacida en tales lugares, queden relegados en  un olvido punible, no en la mente de los que actualmente moran en dichos parajes, sino en la memoria de quienes fueron testigos del hecho de gloria y no lo colocaron en el altar que la patria tiene para sus hijos más preciados.

Quienes en verdad veneramos la memoria de los valerosos loretanos que ofrendaron su vida por una patria integra y libre, tenemos que deplorar el olvido, en los textos de historia, del sacrifico de un loretano ilustre que dio su valiosa vida indefensa de la integridad territorial allá en el legendario paraje  denominado Güeppi.

Su Nacimiento y niñez

Nace Fernando Lores Tenazoa el 27 de abril de 1906, de padre limeño Benito Eugenio Lores de 42 años; y madre San martinense.María Prostasia Tenazoa de 25 años. Precedían a nuestro, héroe en la casa paterna, dos hermanas mayores, Rosa y Luisa; vendrían después dos hijos más, los gemelos Julio y Josefina. Estudió primaria en el Colegio Departamental de Iquitos, regentado por el ilustre profesor Serafín Filomeno Peña.

A los 12 años y ante el abandono paterno, se vio obligado a trabajar en pequeños menesteres, como ayudante de carpintería en el taller de don Juan García un modelista español que le tenía especial aprecio. Luego hizo exhibiciones artísticas, haciendo teatro con don Linorio Pérez y el prestidigitador e ilusionista Julio Meza, trabajó también con Julio Dávila y el famoso Antonio Wong. Uno de los escenarios donde paseó su arte fue el Teatro Imperio en la Plaza 28 de julio, entidad que   después sería el Cine Loretano y posteriormente Cine Bolognesi. En estos escenarios Fernando actuó con el nombre artístico de «Perote».

El padre de  Lores era Comisario del Putumayo y jefe de la lancha «Iquitos», cuando, nació Fernando, el se encontraba cumpliendo su labor en el Putumayo, llegando a conocer a su hijo tres meses después  de nacido. La familia Lores vivía en la cuarta cuadra de la calle Arica, luego se  mudan a la calle Nanay y posteriormente al jirón Pastaza donde transcurrió la infancia, adolescencia y juventud del héroe. Luego del lamentable deceso de nuestro personaje, la Municipalidad cambió el nombre de Jirón Pastaza, por el de Sargento Fernando Lores;  que se conserva hasta ahora.

Su juventud

Fernando sabía que había nacido para cosas grandes, y tal sueño no podía extraviarse, ya había sido muchas cosas, mandadero, cargador, fabricante de zapatos, cómico, boxeador y también futbolista;  por  ello tomó una determinación que daría un vuelco total a su vida. De su trabajo  como  teatrista reunió un algo de dinero y preparó su largo viaje a la capital de la república. Acompañado de un grupo de aficionados y cubriendo la ruta por la vía de Moyobamba, Chachapoyas y Cajamarca, realizó actuaciones teatrales en cada una de tales ciudades, donde Fernándo hacía de actor, bailaba cantaba y tocaba guitarra; hasta que se hizo realidad el arribo a la ciudad capital.

Esa entereza de no dejarse vencer por las limitaciones casi insalvables, a las cuales  venció con coraje y dignidad, forjó en su ánimo ese temple que lo hizo dar su vida a la patria.

Sus primeros meses en Lima fueron duros, muy poco pero lo suficiente de su vida se sabe para hacer este relato ubicado en los días difíciles del héroe, quien en 1926 ingresa como conscripto voluntario a la Escuela Militar de Chorrillos, donde la disciplina militar encontró en él un inteligente seguidor.

Llega 1927 cuando asume el galón de cabo, con el que sigue su carrera militar hasta 1930 en que asciende a sargento segundo, grado con el que se da de baja en 1931. Una vez en la vida civil, lejos de la rigurosidad castrense del toque de silencio, la diana, la fajina y el rancho,  Lores decide retornar a Iquitos, eligiendo para ello la escarpada ruta del Pichis, por la cual hace un fatigoso viaje de 30 días, que le permitieron ver y abrazar nuevamente a su querida madre, sus hermanas y su adorada novia Cecilia Flores, fallecida recientemente. Existe un vídeo el que Cecilia frente a un grupo  de inquietos jóvenes estudiantes y admiradores del héroe, que la acosaron a preguntas sobre Fernando Lores, tratando de lograr el máximo de información sobre su vida y sus hechos, parecía que los jóvenes presentían que sería la última vez que verían a la amada de su héroe.

Era el uno de septiembre de 1932, cuando la situación política y militar del Perú frente a Colombia toma matices beligerantes, la misma que se anidaba en el corazón de los loretanos que denostaban al corrupto régimen del tirano Augusto B. Leguía  que secretamente había entregado  el trapecio amazónico a Colombia, convirtiéndola así en país amazónico.

El Héroe

Tal estado de cosas era motivo de airadas protestas de parte de una población que se sentía, traicionada. Siendo el punto más alto del coraje cívico, la famosa toma de Leticia por un grupo de loretanos,  para quienes el acto de rescate fue la nota reivindicante luego de tanta afrenta.

Fue necesario que se diera tal episodio, para que se descubriera la oprobiosa entrega de nuestro territorio a otro país. Esto hizo que el dique de contención que se dio con el rescate de Leticia, cediera y diera paso a la reacción cívica donde hasta las damas loretanas pusieron su cuota de valor, al ser las primeras que manifestaron su rechazo al entreguismo de Leguía, creando un movimiento de damas presidido por la señora Josefa Calderón. Tales damas desarrollaron una intensa acción cívica, organizando colectas públicas, presentaciones culturales y funciones de cine. El calor cívico era intenso.

Fue ese escenario el que sirvió para animar a Fernando Lores a retomar la carrera de las armas y alistarse nuevamente en el ejército peruano, siendo destinado a la compañía del Capitán José Victor Tenorio Hurtado, jefe del mismo grupo donde estaba enrolado Alfredo Vargas Guerra, otro paradigma de heroísmo loretano. Pues cuando fue cercado por el enemigo, herido y al borde la muerte, se arrojó a las turbulentas del Putumayo, llevando con el arma el, el  arma que la patria le dio para defenderla.

Una vez culminados los aprestos de guerra, Lores y los soldados que marchaban al frente de guerra, se embarcan en la lancha «Clavero» el 19 de febrero de 1933. Una enfervorizada multitud despidió a los hombres que iban al frente a defender el honor y la integridad del país. La madre y la novia del héroe lloraban inconsolables, presas de premoniciones que signaban el destino final de un hombre valiente que supo defender la heredad nacional aún costa de su vida.

El arribo a Gúeppi, mostró una realidad consternante, tal lugar pese a lo estratégico de su ubicación, carecía de  todo, era increíble que el alto mando hubiera tratado con tanto desdén a un lugar tan importante para el desarrollo de acciones guerreras, que sirvieran para dar el triunfo a nuestras tropas.

Para los estrategas peruanos, era imperativo mantener invicto a Güeppi, para evitar el avance enemigo sobre otras posiciones defensivas del Perú, era vital que el enemigo no franqueara tal barrera, la misma que estaba en los planes colombianos pues sabían de su  importancia, de allí que decidieron concentrar al grueso de su tropa contra esa posición, llegando a destinar 1,300 efectivos, apoyados con cañoneras y aviones piloteados por mercenarios alemanes, contra 190 combatientes peruanos, la caída de Güeppi era inminente.

En  la mañana del 26 de marzo  de 1933, las tropas colombianas se pusieron en movimiento para realizar una operación fulminante. Poniendo en práctica un operativo envolvente por aire, agua  y tierra, desbordaron a  las tropas peruanas, que en sus frágiles defensas, no pudieron  soportar la arremetida descomunal del enemigo.

Fue entonces que se dio la orden de repliegue. Fue en ese dramático instante que aparece Fernando Lores quien fue designado  por el comando para presentar batalla a las tropas colombianas al lado de siete efectivos a quienes Lores llamaba sus «Tenazoa» en significativo homenaje a su anciana madre.

Distribuyo a su escaso pelotón de tal manera que al disparar cambiaran constantemente de  ubicación, para dar el efecto de un número superior de combatientes. Lo que se buscaba era ganar tiempo para recibir refuerzos. Pero al parecer Fernándo Lores había, nacido para ser grande en los momentos más dramáticos para la vida del país; y así quedo manifestado ese mediodía del 26 de marzo de 1933.

Lores era consciente de la difícil situación en que se encontraba y decidió jugarse el todo por el todo. Corría de un lado a otro sin dar tregua al enemigo, disparando su fusil ametralladora en todas direcciones para dar idea de mayores efectivos, pero la estrategia pese a ser de las mejores no dio resultado y los hombres de Lores comenzaron a caer.

Casi vencido, llorando íntimamente  la muerte de sus compañeros, Lores decide abandonar su posición defensiva y pasa al ataque en un acto de magnifica imprudencia que lo convierte en el guerrero más grande de la historia del ejército peruano, pues lucha aún en el estertor de la muerte, como para dejar de ver el paso enemigo sobre su sagrado suelo patrio.

Luego de seis horas de encarnizado enfrentamiento la desigual lucha se inclina a favor del más fuerte, el enemigo que pese a su superioridad numérica, tuvo que bregar duro para poder adjudicarse un triunfo que les hubiera sido fácil obtener si no hubiera estado   frente a ellos un Fernándo Lores combatiente y dispuesto a dar su valiosa vida, antes que permitir el ingreso del enemigo al suelo patrio.

Los héroes mueren  con las armas en la mano  y Fernándo Lores, abandonando su trinchera sale a la lucha a pecho descubierto, cubierto de sangre por las múltiples heridas recibidas, Lores sigue luchando, hasta el instante en que los colombianos lo rodean y le piden rendirse, admirados del temple  y valor de tan digno enemigo, más el héroe no acepta la rendición, pero sus heridas eran de muerte y poco a poco cae asiendo con fuerza su arma;  y aún tiene fuerza para desairar al médico colombiano que trata de mitigar sus heridas, negándose a ser tocado por manos enemigas y maldiciendo  al invasor, a los 27 años  expira. Eran las once y 30 de esa mañana cargada de olor a pólvora y con un cielo entristecido por la partida de un hombre llamado LORETO – Perú.

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