Acción Popular: 59 años de vida al servicio de la democracia, de las libertades y del Perú.

Por: Fernando Meléndez Zumaeta
Presidente del Consejo Regional de Plan de Gobierno de Acción Popular de Loreto.

 

El Partido Político fundado por Fernando Belaúnde Terry, el 07 de julio de 1956; el próximo 07 de julio de 2015, cumple 59 años de una vida fecunda y fructífera al servicio de los más elevados intereses de nuestra querida patria: el Perú.

Este 07 de julio del 2015, el pueblo peruano recuerda con gran emoción cívica y patriótica nuestras luchas para restablecer la democracia y recuperar las libertades en nuestra patria; recuerda  con entusiasmo y optimismo nuestras luchas para devolverle al pueblo peruano la alegría de vivir en un país libre de tiranías y autocracias. Acción Popular combatió y venció a los gobiernos dictatoriales de 1956, de 1979 y del 2000. Nuestras luchas continúan contra los gobiernos indolentes y corruptos. La tarea que nos espera a partir del 28 de julio de 2016, es el combate contra la delincuencia común, el crimen organizado, el sicariato, el narcotráfico y la eliminación del terrorismo. Debemos recuperar el crecimiento económico, la explotación responsable y racional de nuestros recursos naturales para generar renta y la correspondiente redistribución para continuar nuestra lucha contra la pobreza y pobreza extrema; para generar trabajo, bienestar y progreso en las familias del Perú.

Esta fecha la rememoramos en medio de encontrados sentimientos por la ausencia material de Violeta Correa de Belaúnde, de Fernando Belaúnde Terry y, de Valentín Paniagua Corazao, mis primera palabras tienen que ser de homenaje fervoroso a estos tres ilustres peruanos y correligionarios, que no dudo están con nosotros en espíritu, igual que ayer en los momentos aurorales, de gloria y júbilo partidario y patriótico. A ellos les decimos que a pesar de la muerte, su espíritu está con nosotros, vivo y palpitante, que mientras existe Acción Popular, vivirán en nuestras mentes y nuestros corazones, sus ejemplos de vida, su indeclinable devoción al Partido, a la Democracia a las Libertades Plenas y sus ferviente amor por el Perú, nos sirven de guía permanente en nuestro accionar en el ejercicio de la función pública y de la política como ciencia de gobierno y arte de gobernar; la coherencia entre la palabra y acción demostrada, su entrega a sus ideales de justicia social, a los valores éticos y morales, a los principios que enarbolaron y especialmente su servicio puesto de manifiesto al pueblo peruano excepcionalmente hacia los más pobres y olvidados de la patria.

En esta hora de evocación, no podemos olvidar a todos cuantos lucharon por legarnos esta organización política y, en especial a aquellos que ofrendaron sus vidas en defensa de los principios del Partido, de la Democracia y de las Libertades del Pueblo Peruano, ya sea a manos de adversarios extraviados o ya sea por la insanía terrorista. A ellos nuestro recuerdo y gratitud y, la seguridad de que jamás olvidaremos su sacrificio y que lucharemos incansablemente porque sus sueños encarnen pronto en la realidad dolida del Perú, los anhelos por los cuales lucharon.
Por otra parte, también corresponde analizar la situación actual; el Perú y mundo viven un nuevo tiempo. La caída del muro de Berlín que simbolizó la conclusión de la guerra fría, como en su día el descubrimiento de América, abrió el camino a un mundo nuevo y cerró una etapa de la historia universal. Nació la era de la información y del conocimiento. Esa revolución ha transformado al mundo. Ha creado nuevas relaciones económicas y sociales, ha cambiado la relación  del hombre con la sociedad y, naturalmente, ha trastocado las bases de sustento de la política, de la sociedad y del Estado. Han cambiado demasiadas cosas y Acción Popular tiene la obligación de adecuarse a estos cambios, caso contrario está confinada a su extinción en el tiempo.

Ha cambiado el hombre cuyo individualismo se ha acentuado, por obra de un pragmatismo, que parece comprometer seriamente los sentimientos de cooperación y cohesión social. La sociedad, siguiendo el impulso disgregador del individuo, pretende sustraerse del control del Estado y establecer su propia normatividad, ha fomentado el particularismo de los grupos sociales y económicos, ha hecho renacer viejas diferencias étnicas que niegan o perturban la unidad o la identidad nacional; los regionalismos se han acentuado y reclaman su cuota de poder e intereses de claro sentido corporativo, defienden fieramente sus privilegios o sus derechos. Todo favorece la disgregación y hace más penosa y difícil la creación o la conservación de las identidades colectivas y la tarea de integración social sin las que Estado y la sociedad no pueden supervivir.

La Política que pretendía y logró unificar, en el Estado – Nación, las aspiraciones sociales, económicas y políticas de las sociedades modernas y que incluso se empeñó en proveer seguridad y bienestar, ha tenido que renunciar a su protagonismo exclusivo y excluyente. Debe contentarse, apenas, con el liderazgo de los procesos sociales y con una participación en la gran mesa de decisiones universales que han pasado a manos de organizaciones internacionales cuando no, a empresas transnacionales o a la sociedad civil que, desde adentro exige más y más participación.

Y así, el Estado que nació y se afirmó, soberanamente, sobre su territorio y que ejercía un efectivo control social por virtud del monopolio de la normatividad, de la coacción y de la definición de las decisiones colectivas, no puede seguir gobernando ni administrando, con la prescindencia de la sociedad o de la comunidad internacional. Ha perdido su soberanía, en el plano económico. Hoy se la disputan, en el exterior, los organismos internacionales y, a veces, las empresas transnacionales que gobiernan no solo sus políticas financieras y fiscales, sino sus decisiones de desarrollo y hasta sus compromisos sociales. La informalidad, por su parte, niega y desconoce la autoridad del Estado, en su propio territorio, y decide por sí y ante sí, el curso de una economía que crece, cada vez más, al margen de las previsiones de la política fiscal.

Su soberanía en el plano político, debilitada por inevitables relaciones de interdependencia internacional y de compromiso con los intereses de los inversionistas, ya no es capaz de enfrentar, por sí solo, las redes internacionales del delito o está sujeto a restricciones en el aprovechamiento de sus recursos o en la definición de sus políticas, mientras su poder es cuestionado, cada vez más, por demandas de descentralización y de participación de la regiones y por la exigencia de una sociedad civil que aspira a autorregularse y a participar activamente en las decisiones que le conciernen e incluso en las de carácter general. Su soberanía cultural en la era del conocimiento ha sido fulminada, por obra de la informática que ha borrado toda frontera o límite a la cultura, ahora, universal y al alcance de todos… Continuará… ¡Adelante!

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