Por: Fernando Herman Moberg Tobies
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@FernandoMobergT
El avión acaba de aterrizar, es más del medio día, y el imponente sol recuerda a Marcelo lo caluroso que es Iquitos, mira por la pequeña ventana que está al costado de su asiento, el vapor caliente se levanta con el aire en la pista de aterrizaje y se pierde en el cielo despejado, aquel cielo indeciso que alguna vez acunaron sus sueños.
Ya no podía viajar seguido a la ciudad donde nació, los años pasaban y las distancias también, Marcelo vive en Europa, a donde partió becado a realizar sus estudios de Maestría y al finalizar tuvo que quedarse cinco años para ejecutar su tesis como parte de un proyecto social que fue elegido como modelo. El éxito y la soledad lo acompañaban, extrañaba a su familia.
Mientras espera su maleta en la sala de recojo de equipaje, mira la foto de su padre en el celular, ya con canas en el cabello que demuestran que el tiempo para seguir soñando se va agotando y no como el aún lo puede hacer. Recuerda cuando regresaba de algún viaje de representación cuando estaba en la universidad, era aquel hombre callado, sin expresiones aprendidas que demostrasen su amor, quien lo esperaba, serio, justo y orgulloso, interesado en escuchar cada detalle de las ponencias que Marcelo daba y de los resultados de su participación.
Le había costado muchos años llegar a comprender a su padre, recién en la universidad llegó a entenderlo, a perdonar sus errores inconscientes, la falta de tiempo y aceptar la forma como pensaba. Carlos era un empresario que se había levantado solo, hacía de todo dentro de lo correcto para mantener el estilo de vida que él consideraba que se merecía su joven esposa y su nuevo hijo, que era el primero en ese entones. Llegaba cansado a casa, sin energía para jugar con el cuerpo lleno de vida de Marcelo que se trepapa a su encima y le pedía jugar con él. Los negocios hacían que el almuerzo se convierta en: cuando alguien quiera comer que se sirva y que no espere al resto. En el colegio a las justas aparecía en el día del padre para demostrar a Marcelo que si le interesaba. Carlos quería estar con su familia, pero sabía que si no cuidaba su trabajo, los corruptos, coimeros y desleales, le quitarían las obras que su empresa construiría, bajándole la mano a algún político oportunista y sin palabra, y él no sabía cómo explicar eso a su pequeño hijo que era la razón de su esfuerzo y al mismo tiempo de su distancia obligada.
En la adolescencia la rebeldía está en su máxima expresión, que si no es dirigida sabiamente, la crisis puede durar toda la adultez. Marcelo veía a su padre como un banco que saciaba sus necesidades económicas, Carlos ya intentaba acercarse a él, pero sentía que no había un lazo adecuado por donde entrar y captar su atención, no conocía lo que pasaba por los pensamientos de su hijo y el saludo con un beso en la mejilla, era solo la muestra del talvez agradecimiento que quedaba.
Suspira, se admira a donde ha podido llegar, venciendo los vacíos que la vida quería que conociera para poder crear algo que beneficiara a la humanidad, las lágrimas invaden su rostro, admite que aprender muchas cosas llevan años, imagina a su padre esperándolo tal vez ya con unos centímetros disminuidos por la edad, apoyado en la barra del estacionamiento del aeropuerto, deseando ver el esfuerzo invertido a costa de la marchitación de su cuerpo y el sufrimiento de la incomprensión con la cual caminó muchos años trabajando por dinero que condiciona las oportunidades del humano artificial, y conduce a descuidar a la familia.
Marcelo lo mira, Carlos está con su típico jeans, un polo simple, y el brillo de sus ojos que reflejan el Gran Hombre en que renació, sonríe al ver a su hijo, inmóvil, aún sin muchas expresiones, pero Marcelo ya lo conoce, y sabe que por más de la distancia, los dos llegaron a unir sus lecciones y llenar sus almas. Se abrazan por primera vez largamente, los latidos acelerados del corazón de Carlos, le dicen a Marcelo lo mucho que lo ama, que lo ha extrañado, que le pide perdón por no haber estado siempre para él cuándo de repente lo necesitaba y que sus problemas no le permitían percibir.
Las palabras no son el único medio para expresar lo que uno piensa, siente y cree. Marcelo camina a su lado hacia el carro, se le viene a la mente un hermoso dicho que él quisiera que sea practicado y bendecido: “Y EL PADRE SE VUELVE HIJO, Y EL HIJO SE VUELVE PADRE”. Marcelo jamás descuidará ni abandonará a su padre en la vejez, a pesar de los errores del pasado, de las molestias y la falta de tiempo, él estará siempre ahí para él.