Por: José Álvarez Alonso
La anécdota me la contó Mario Cohn-Haft, un amigo ornitólogo norteamericano, por aquel año (hará unos diez) investigando las aves para su tesis doctoral en la zona de Manaos, Brasil. Bill Gates había organizado un viaje turístico al Amazonas, y para el efecto habían traído un lujoso yate desde Norteamérica, que surcó los dos mil kilómetros de cauce hasta el río Negro. El magnate llegó en su jet privado a Manaos y se trasladó en helicóptero directamente al yate.
Los organizadores del tour habían estado buscando con anticipación un guía de alto nivel en la zona, de preferencia norteamericano, y contrataron a mi amigo ornitólogo para la acompañar a la expedición. Bill Gates había llegado al Amazonas con algunos amigos, y se la pasaron jugando largas horas al póker dentro del yate; apenas asomaban al puente de cuando en cuando para echar un vistazo al paisaje, sin bajarse nunca de la lujosa nave. Sólo en una ocasión llegó mi amigo a prestar sus servicios de guiado a Gates, y fue cuando por única vez bajaron a visitar una comunidad indígena, y al escuchar un idioma extraño Gates le preguntó a mi amigo qué estaban diciendo. Por supuesto que no pudo traducir, y su labor de guiado acabó ahí.
El viajecito seguramente le costó a Gates varios millones de dólares, y movilizar a decenas, sino cientos de personas para preparar la logística, la seguridad, sin hablar de la «huella de carbono» dejada por la movilización de aviones privados, yate desde el Pacífico al Rio Negro, helicóptero y otros… Y todo para…; bueno, para un brevísimo paseo por una comunidad indígena y algunas miradas distraídas desde la borda del yate, entre partida y partida. Se fueron sin disfrutar de la hoy Maravilla Natural Mundial. ¿Tanto para tan poco? Finalmente hubiesen podido jugar al póker en alguna de sus mansiones en USA.
En realidad, lo que Gates buscaba probablemente era un espacio para estar con sus amigos alejado del mundanal ruido y de los negocios. Y eso se puede conseguir por mucho menos. No me cabe duda que el placer que lograron Gates y sus amigos en sus costosísimo viaje no supera al que logran cuatro amigos que se juntan a jugar al póker en torno a una ‘chabelita’ o un ‘margarito’. Que para lubricante social, tanto vale y vale tanto un ‘etiqueta azul’ o añejo de 15 años que un chuchurrín de media luca. ¿Creen que el disfrute de un platasapa comiendo caviar de a 1000 dólares la onza disfruta más que un amazónico empujándose un tacachito con aguajina, a dos lucas el combo? Pues no.
Bien decía Oscar Wilde que los placeres sencillos son el último refugio de los hombres complicados. No sé si soy complicado, pero mis placeres son sencillos y baratos, como creo que de muchos de los lectores: conversar con familiares y amigos, leer un buen libro, ver un buen documental o una buena película; cocinar e invitar a familiares y amigos a comer y conversar; pasear por el bosque o la montaña, observar pájaros, nadar…
«Cazar, bañarse, jugar y reír: esto es vivir», reza un grafiti (pinta) en una piedra del foro en la ciudad romana de Timgad, en la actual Argelia. La aristocracia de la Roma clásica hizo alarde de excesos bien conocidos y celebrados, pero también supo disfrutar de la vida sencilla, como demuestra la vocación «bucólica» de algunos de sus poetas, sabios y hombres más renombrados. Cabe citar las celebradas Églogas o Bucólicas de Virgilio, auténtica exaltación de la vida campestre y del contacto con la naturaleza, y las poesías de Horacio, magistralmente traducidas al cristiano por Fray Luis de León: ¿Quién no se ha sentido inspirado por los famosos versos?: «¡Qué descansada vida / la del que huye el mundanal ruido / y sigue la escondida senda por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido!»
Hay mucha gente que piensa que ser feliz requiere de mucho dinero, y olvidan que las mejores cosas de la vida son gratis, o casi. Mirando revistas, telenovelas y películas algunos sueñan con ser ricos algún día para alcanzar una supuesta y fútil felicidad, olvidando disfrutar de las cosas sencillas de nuestra vida cotidiana, de las personas que nos rodean, y de los momentos en nuestra vida haciendo las cosas que nos gustan en contacto con los seres queridos. Y no es raro que lo hagan matando los buenos momentos por dedicarse obsesivamente al trabajo, y por ver y utilizar a los otros como objetos de explotación.
De nuevo, como en tantas cosas, una de las claves quizás está en la moderación y el equilibrio. El gran Platón escribió hace casi dos milenios y medio: «El hombre es un auriga que conduce un carro tirado por dos briosos caballos: el placer y el deber. El arte del auriga consiste en templar la fogosidad del corcel negro (placer) y acompasarlo con el blanco (deber) para correr sin perder el equilibrio.»