Emile Durkheim, considerado uno de los padres de la sociología, gracias a su obra titulada «El Suicidio», realiza el primer análisis de almacenamiento de datos de carácter sociológico, y lo hace con rigor científico. Toma como dato la tasa anual de suicidios que existen en varios países europeos desde la sexta década del siglo XIX, y cuando realiza el análisis se da cuenta que por períodos se mantiene constante, y luego hay picos que se corresponden con épocas de crisis económicas o de guerras. Por lo tanto, plantea Durkheim, el suicidio es, ante todo, un hecho social, cuyas causas son antes sociales que individuales o psicológicas.
Durkheim distingue 4 tipos de suicidios: el altruista, causado por la poca autoestima; el egoísta tiene lugar cuando los vínculos sociales son demasiado débiles para comprometer al suicida con su propia vida; el fatalista se da cuando, ante la ausencia de la presión y la coerción de la sociedad, el suicida queda libre para llevar a cabo su voluntad de suicidarse; por último está el suicidio anómico que es al que mayor importancia le da Durkheim.
El suicidio anómico es el que se da en sociedades cuyas instituciones y cuyos lazos de convivencia se hallan en situación de desintegración o de anomia, que es ni más ni menos que la ausencia de ley o conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación. En las sociedades donde los límites sociales y naturales son más flexibles, sucede este tipo de suicidios, concluye uno de los fundadores de la sociología moderna.
Obviamente, que las condiciones han cambiado, y han entrado otros factores en juego, como el consumo de drogas y el alcohol desde temprana edad, el uso de las nuevas tecnologías de información y comunicación que no garantizan el diálogo familiar, sumado eso a una crisis del capitalismo mundial que ha derrumbado a la precaria estabilidad planetaria que hace vislumbrar un futuro para nada promisorio en los jóvenes de hoy; coincidiendo con Durkheim, que el suicidio es, ante todo, un hecho social.