En el proceso electoral que se avecina, ante la posible derogatoria de la facultad del voto preferencial en las próximas elecciones, los entendidos en la materia coinciden en afirmar que dicha medida debería estar supeditada a toda una reforma que permita el entendimiento de la gran masa electoral, del proceso eleccionario del 2011.
Se debe tener en cuenta que dicha reforma debería centrarse en lograr una nueva forma de hacer política, ya que con la eliminación del voto preferencial si bien se logra evitar reyertas y distanciamientos entre integrantes de un mismo partido, en cambio se introducirá en una especie de enajenamiento respecto al sistema político, que permitiría al elector llegar a considerar la eliminación del voto preferencial, como una expropiación.
Originado en las elecciones de 1978, el voto preferencial se instaura desde entonces en una forma que matizó el acto electoral, que permitió al ciudadano expresar su preferencia por uno o dos integrantes de una misma lista, lo que hizo romper el orden de lista, establecidos por los partidos.
Los entendidos aseveran que la citada norma, exhibe un doble efecto, por un lado refuerza a la democracia, permitiendo un orden institucional adecuado, pero por el otro constituye un escollo a la verdadera instancia democrática, pues por su aplicación en el acto electoral, se desatan verdaderos enfrentamientos internos que desnaturalizan y desacreditan a la democracia.
Debe tenerse en cuenta que una vez elegido el cuerpo legislativo nacional, muchos congresistas dejan de coordinar con sus pares en el Congreso, debido a que estuvieron enfrentados internamente durante la campaña y el proceso electoral consiguiente. Esto, sin duda, debilita aún más la endeble estructura partidaria.
Muchos afirman que existen aún más elementos que permiten obligar a la eliminación del voto preferencial, pues sólo así se evitará los carnavales electorales que lesionan políticamente a la democracia.