Por: José Álvarez Alonso
Como a un buen número de iquiteños, no deja de sorprenderme la transformación, más bien metamorfosis, que ha sufrido Iquitos en las últimas tres o cuatro décadas. Vivo en la ciudad desde principios de 1983, y he escuchado multitud de historias sobre cómo era Iquitos unos años atrás, y todavía en algunos aspectos en esa época: una ciudad tranquila, amable, acogedora, quizás la más pacífica y tolerante del Perú, y con seguridad una de las más habitables, atractivas y turísticas. Los índices de delincuencia, no se cansan de repetir los menos jóvenes, eran bajísimos; un asesinato o un robo con violencia eran tan raros que la gente recuerda el que se cometió tal o cual año de la década del 60 o del 70. ¿Quién recuerda ahora los que se han cometido hace unos años? Son demasiados.
Los viejos también cuentan anécdotas sobre la tranquilidad de las calles: los vecinos salían a pasear en las horas vespertinas, y se sentaban a disfrutar del fresco en sus veredas, viendo pasar a la gente. Hoy eso sólo es posible en algunas calles secundarias y en barrios marginales donde el no ha llegado la locura del tránsito, porque cualquier calle asfaltada y, sobre todo, el centro de la ciudad, se han convertido en un pequeño infierno de ruidos ensordecedores, gases contaminantes, congestión y estrés. Con la anuencia municipal y policial, las calles han sido tomadas por una gavilla de adolescentes sin conocimiento y respeto alguno de las normas de tránsito, ni viso alguno educación básica y responsabilidad cívica; muchos de ellos no tienen edad para manejar, y menos para conducir pasajeros cuando de motocarristas se trata, y violan normas de tránsito, maltratan a sus colegas y a los pasajeros, y usan sus vehículos para cometer diversos delitos.
¿Qué fue del Iquitos que conocíamos? Los diversos alcaldes que ha tenido -o más bien padecido- la ciudad, se han preocupado por llenar de cemento las calles, pero poco han hecho por gestionar realmente la ciudad. Han crecido sostenible e inconteniblemente casi todas las plagas sociales -prostitución, alcoholismo, drogadicción, delincuencia, conflictividad laboral y familiar- a la par que el número de pistas asfaltadas o encementadas, pero se ha avanzado muy poco en los indicadores de desarrollo humano.
Por falta de planificación y de ordenamiento urbano, Iquitos ha crecido hacia adentro -ha «implosionado», dirían algunos-; se ha construido segundas y terceras viviendas en las huertas de multitud de casas, y han sido invadidos muchos de los espacios no urbanizados que existían en el casco urbano. Las calles céntricas y los servicios públicos no dan para más, pero no se hace nada por descongestionar la ciudad, no se implementa el plan de expansión urbana que sabemos existe desde hace años, que incluye la construcción de grandes avenidas para habilitar la periferia y permitir la construcción de nuevas zonas urbanas, como hicieron Lima y otras ciudades hace décadas.
Al mismo tiempo se ha permitido que, vía invasiones, surjan de forma desordenada multitud de barrios en la periferia, sin que se haya habilitado y saneado previamente los terrenos ni construido vías de acceso adecuadas; las consecuencias incluyen el hacinamiento, la dificultad de controlar los frecuentes incendios por problemas de acceso, y el incremento de los costos de instalación de los servicios básicos. Lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en las zonas inundables del norte de la ciudad no tiene nombre.
¿No hay otra forma de gobernar una ciudad que dejar que las cosas simplemente pasen? Si Iquitos todavía sigue siendo habitable no es precisamente por mérito de sus alcaldes, cuyas gestiones ha ido empeorando año tras año hasta llegar al desastre actual.
¿Es posible tabajar por una ciudad ideal?
Gracias a un artículo de la periodista M. Meier en El Comercio me entero que el filósofo islámico Al-Farabi (también conocido en Occidente como Farabius o Alfarabi), ya en el siglo X de nuestra era, escribió sobre la ciudad ideal cosas tan lindas como: «la ciudad ideal es una sociedad ordenada en la cual todos se ayudan para obtener la felicidad… se parece a un cuerpo perfecto y saludable cuyos miembros se ayudan mutuamente para hacerlo perfecto y conservar la vida del animal.» Pero lo más importante del pensamiento de Al-Farabi es que nos muestra que la felicidad es posible en toda la tierra a condición de que los individuos se ayuden y trabajen de forma virtuosa.
También Al-Farabi escribe de cómo debería ser el gobernante ideal: «Debe ser de buena inteligencia y comprensión… y tener buena memoria, debe estar dotado de mucha perspicacia y sagacidad… Debe ser amante de la enseñanza y la instrucción… Debe amar la sinceridad y la verdad y a los que la aman… Amar la justicia… Y debe ser recto y dócil.» ¿A alguien se le ocurre algún parecido con nuestros recientes alcaldes? Diosito nos encuentre confesados…
Obsesionados con el cemento y el asfalto, las «obras» coimisionables, han descuidado los aspectos más fundamentales de la administración y el ordenamiento urbano; una ciudad puede prosperar sin cemento, lo han hecho por miles de años, pero no sin orden, sin educación, sin cultura, sin áreas de esparcimiento (incluyendo áreas verdes), sin inversión en fortalecimiento de capacidades de la población, sin trabajo con las organizaciones de base en los barrios; sin eso no puede haber desarrollo humano auténtico. Algunas iniciativas recientes, sin embargo, sí van en esta línea: ahí están las mujeres empresarias recolectoras de basura de San Juan, entre otras de este distrito.
En una reciente entrevista, el reconocido arquitecto limeño Miguel Cruchaga se quejaba de los escasos espacios verdes en Lima, que apenas llega a 1.4 m² por habitante, cuando el promedio recomendado por la OMS es de 8 metros -la ley peruana establece casi el doble- y afirmaba que «en una ciudad no todo es cemento, la naturaleza es sagrada, y debemos entender que en la vida siempre hay límites». Sobre el tráfico, aseguraba Cruchaga que Lima está a punto de explotar. ¿Qué podemos decir de Iquitos, donde el porcentaje de áreas verdes por habitante no llega ni a 0.378 metros, y en vez de expandir ordenadamente la ciudad se propone irresponsablemente construir más viviendas en los pocos espacios que quedan en el casco urbano, como el Campamento Vargas Guerra y otras áreas militares, y donde el Municipio se ha dedicado a talar los pocos árboles que hay en las calles?
Afirman los expertos que en Lima sobran 20,000 combis, además de otros vehículos vetustos. ¿Cuántos motocarros sobran en Iquitos? La desidia municipal, que en los últimos años ha permitido el incremento constante e irracional del número de estos vehículos, a pesar de la más que evidente saturación, no tiene calificativos.
Estamos a tiempo de exigir a los candidatos municipales propuestas para mejorar la habitabilidad y la gestión de la ciudad, más allá de kilómetros de pistas y otras promesas ramplonamente cementeras.
que problema, y es «caballito de campaña» ofrecer mas pistas, en lugares que no hay ni cañerías ni desagües. Existen en los bancos proyectos y financiamientos para urbanizaciones, ¡ah¡ pero son incompletos no hay «comisión»
Lo mismo pensamos que es de nuestro iquitos querido…. que paso… no hay nadie que lo pueda desarrollar….
Totalmente de acuerdo con el columnista. Da mucha pena ver como se deteriora dia a dia nuestra ciudad y nuestra sociedad sin que ninguna autoridad haga algo por cambiar el curso nefasto del desorden reinante. No se si es por falta de vision o por conveniencia economica que los alcaldes que van y vienen caen siempre en la indolencia y el arreglismo. Siempre he dicho que si queremos jactarnos de ser la capital amazonica del Peru, pues debemos lucir como tal, pero al paso que vamos mas parece que seremos la capital del desorden y la huachaferia gracias a la ineficiencia y al mal gusto de nuestras «autoridades».