VELOCIDAD, VELOCIDAD

Por: José Álvarez Alonso

 

«¿Sabéis cuál es la fracción de tiempo más pequeña posible e imaginable?», preguntaba mi profesor de antropología filosófica, con una sonrisita socarrona y un sentido del humor más británicos que castellanos; los estudiantes se afanaban sacando fracciones de milisegundos, pero la respuesta era otra: «Es la fracción de tiempo que transcurre entre que se pone un semáforo verde y el conductor del vehículo que está detrás te mienta a la madre», soltaba entre las carcajadas de sus alumnos. Bueno, esa fracción de tiempo infinitesimal en Iquitos (Iqts para los iniciados, que hasta las palabras hay que abreviar para acabar antes) se ha convertido todavía en una fracción menor, en realidad negativa: en nuestras calles, la mentada de madre no espera a que se ponga el semáforo verde, sino que estando aún rojo ya están tocando el claxon y, en sus entresijos, acordándose de los predecesores de quien está delante de ellos, hasta la tercera o cuarta generación. Y cada vez con más frecuencia se ve a algunos conductores desaprensivos avanzar hasta cruzar la pista contraria aún antes de que cambie el semáforo…

 

¿Qué pasó en nuestra tradicionalmente apacible, tranquila, sosegada, hasta lánguida ciudad, donde la vida discurría despacio, al paso de la potente pero lenta corriente del Amazonas, se esté convirtiendo en una ciudad crispada, nerviosa, acelerada, donde muchos conductores circulan como si los persiguiese el tunchi? ¿Qué hizo que las gentes menos apuradas y más tolerantes del mundo se estén transformando en personas cada vez más exasperadas, intolerantes, apuradas, hasta agresivas? Antes la gente gustaba de comparar la diferencia de caracteres entre los conductores charapas y limeños, pero cada vez muchos de nuestros motocarristas se parecen más a los vilipendiados conductores de combis…

 

Cabe aclarar que en las estrechas, maltratadas y congestionadas calles de Iquitos la excesiva velocidad es la causa principal de los accidentes de tránsito con consecuencias fatales (uno de cada tres accidentes, en promedio, son causados por exceso de velocidad). La velocidad excesiva es menos justificable cuando aquí se puede cruzar la ciudad de lado a lado en menos de 20 minutos; según el reglamento de tránsito, la velocidad máxima en ciudades es de 40 km/h en calles y jirones, 60 km/h en avenidas, y 30 m/h delante de colegios y hospitales. Muy pocos respetan estos límites. Y eso también repercute en la contaminación sonora, pues a más velocidad más ruido, especialmente si se trata de vehículos sin silenciador. Especialmente en las noches, cuando las calles lucen casi vacías, algunos desalmados se dedican a recorrerlas como alma que persigue el diablo, por supuesto metiendo inmensa bulla con sus tubos de escape manipulados, alterando la tranquilidad de los hogares.

 

Probablemente los científicos sociales tengan sus teorías, así como los sicólogos y siquiatras, sobre esta creciente afición a la velocidad, pero yo voy a ensayar alguna. La velocidad es como una válvula de escape para la frustración y el desencanto, amén de ser como una droga para los adictos a la adrenalina. La gran mayoría de los apurados son jovenzuelos (fisiológicos o mentales) con la testosterona a flor de piel, y con necesidad de demostrar que son alguien de la forma que sea: metiendo bulla, llevando atuendos llamativos, tatuajes, piercings y otras vainas, pintando mensajes agresivos o figuras estrambóticas en sus motocarros, o circulando a toda velocidad.

 

Da la casualidad que los conductores que circulan a mayor velocidad son aquéllos con vehículos más ruidosos, más pintarrajeados de forma agresiva, y con aspecto personal más antisocial; y son los que provocan más accidentes con graves consecuencias. No me cabe ninguna duda de que estos mismos son aquéllos que se dedican a delinquir en las noches, y participan como apoyo en las bandas organizadas que cada vez con más frecuencia atacan a los hogares y negocios de Iquitos. ¿Qué esperan para sacarlos de las calles, señores policías, serenos, fiscales y demás funcionarios responsables de cuidar el orden y la tranquilidad en nuestras calles?

 

En Lima han iniciado en estos días operativos masivos contra los conductores que exceden los límites de velocidad, y se han impuesto cientos de substanciales multas, pero en Iquitos no se oye del asunto. Aquí algunos antisociales se pasean a toda velocidad por las calles, llegando a duplicar límites permisibles delante de colegios y hospitales, y la Policía mira para otro lado. Ya hace años la Municipalidad aprobó una medida para colocar minijibas delante de colegios y hospitales -como existen en todos los países civilizados- para obligar a los conductores a bajar la velocidad. Esperemos que la actual gestión haga realidad esta excelente medida.

 

Para información de munícipes y policías, existen unos aparatos muy sencillos, que asemejan una pistola, que podría utilizar la Policía para detectar y sancionar a esos indeseables adictos a la velocidad. Las multas que establece la legislación peruana son significativas: 432 S/. Si la policía comenzase a poner algunas y se difundiese por los medios, se acabaría pronto esa lacra: «el miedo guarda la viña…»

 

Hace unos años circular por Iquitos podía ser hasta relajante, había mucha gente que salía a pasearse tranquilamente en moto para refrescarse, y había también muchas bicicletas; hoy manejar moto en Iquitos, y peor aún una bicicleta, es un deporte de alto riesgo, por el caos vehicular, por la velocidad excesiva de los conductores, y porque se desprecia olímpicamente las normas de tránsito, ante la tolerancia policial. Ni hablar de pasear a pie por la ciudad: en las calles céntricas cruzar una pista es casi imposible sin arriesgarse a ser arrollado por los locos al timón.

 

¿Volveremos algún día a ver la Iquitos apacible, tranquila, relajada, sosegada, de las décadas pasadas? ¿Esa ciudad donde la gente decía al apurado «mañana también es día, para qué te apuras»?