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UN MACONDO EN EL PUINAHUA

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ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel

Cómo cuando un pueblo decide dejarlo todo para vivir mejor y en menos de un año logra cierto bienestar. Ahí está el ejemplo de Jayco y Abel en Nuevo Jorge Chávez.

La mejor escena cinematográfica de la serie “Cien años de soledad” se aprecia en el capítulo 8, a los 32 minutos. Con tomas aéreas y un diálogo extraído de la misma novela, se aprecia a los coroneles Aureliano Buendía y José Raquel Moncada conversando mientras juegan una partida de ajedrez. “Todos los políticos son la misma mierda, Moncada. La única diferencia es que los liberales van a misa de cinco y los conservadores a misa de ocho”, dice Aureliano”. Mientras, Moncada responde: “Eso es cierto, por eso es que esta guerra no tiene ningún sentido. Los demás jefes liberales están negociando con el gobierno y van a firmar, Aureliano, ya todos están cansados, son más de diez años”.
El 30 de setiembre del 2023, Jayco Ricopa Bardales y Abel Soria Rubio comandaron una travesía fluvial similar a la que se produjo en la novela de Gabriel García Márquez. Tenían un claro objetivo: vivir mejor y desarrollarse personal, familiar y comunitariamente. Los motivos de ese éxodo fueron distintos a los que llevaron a fundar Macondo. Más de 70 familias, cansadas de los dimes y diretes y la convulsión permanente, decidieron dejarlo todo y comenzar de cero. Cruzaron el río Puinahua y se establecieron al frente de lo que había sido su territorio ancestral. Dieciséis meses después de esa partida ambos ribereños están convencidos de que aquella fue la mejor decisión. Cuando se los pregunta si se arrepienten de esa migración, automáticamente exclaman: ¡de ninguna manera!
Una de las personas que me convenció de que visite el lugar aún se muestra incrédulo al recordar lo que hicieron estas familias; cuando narra lo que hoy es Nuevo Jorge Chávez cree que los hechos merecen la publicación de un libro, porque debe ser uno de los pocos casos en que en tan corto tiempo una población toma posesión de un lugar sin invadirlo y establece reglas de convivencia que van de la mano del objetivo común de una vida mejor.
La tarde que visité el lugar – porque me indicaron que estaba “a sólo diez minutos de acá” y ante la mirada firme del agente municipal – era domingo. Casi todo el pueblo regresaba luego de haber visto el triunfo de su equipo ante “C.N. Jorge Chávez”. La alegría era contagiante, no de superioridad sino de satisfacción; no de jerarquía pedante sino de triunfo futbolístico. Mientras en Arabia Saudita Real Madrid sucumbía ante Barcelona, en Manco Cápac el clásico entre “los Jorge Chávez” lo ganaba el pueblo recién formado.
Esa misma tarde hablé con las dos autoridades, el teniente gobernador y agente municipal. Ambos tienen las cosas claras. Está bien pedir, pero también hay que dar. Por ejemplo, si piden que se instale el servicio de energía eléctrica, ellos contribuyen con la colocación de postes. Si piden que los apoyen en criterios de ubicación de calles y veredas peatonales, ellos se esmeran en instalar dispositivos para que la gente arroje los artículos inservibles en uno de los tres tachos de la vía pública. De esta manera, que puede ser considerada simple, hoy pueden mostrar orden y cero conflicto social.
Mientras hablaba con Jayco y Abel, fue imposible no recordar esa escena de la serie, disponible en Netflix. Cuando el bote se alejaba de Nuevo Jorge Chávez y las casitas se empequeñecían con sus techos de calamina, la analogía con ese Macondo de la fantasía brotó como generación espontánea. Más de medio centenar de familias se han instalado en el lugar, alejándose de esas luchas muchas veces fratricidas, donde pocos ganan y todos pierden, incluso la vida.
Más allá de la semejanza con Macondo y de los liberales y conservadores contemporáneos que se puede ver en la política local, la gran enseñanza de Nuevo Jorge Chávez es que resulta posible lograr el bien común haciendo algo fuera de lo común: vivir en paz social, con discusiones y diferencias, y lograr que los pobladores mejoren la calidad de vida. Eso es lo que se puede ver navegando desde Iquitos, menos de diez horas río arriba por el Ucayali, entrando al Puinahua.
Jayco y Abel son autoridades, no autoritarios. Hablar con ellos a cualquiera le devuelve la esperanza de un mundo peor. Que no sean personajes de novela no les excluye de protagonizar una historia totalmente novelesca en un país tan convulsionado.

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