Por: ROGER WALTER
Eran los años 1954, Iquitos tenía una población de 20 mil habitantes con sus recreos naturales como: los pocitos, la Arenita, Sachachorro, la salinera, Pucayacu, Moronillo, Paíno, entre otros.
En tanto el tiempo seguía su marcha «al compás del reloj» como la canción de Bill Halley y sus cometas, mientras que la rebeldía de Blasfemo, empezaba a sentirse con el fondo musical «El Rock de la cárcel» cantado por el Elvis Presley, motivándose con las películas: «Nidos de Ratas» con Marlon Brando y «El rebelde sin causa» con James Dean, en carteleras de las salas cinematográficas como «El Bolognesi» y el cine «Excelsior». En junio de este año cuando las aguas bajan y las playas salían a flote, llegó a la ciudad Ernesto Guevara de La Serna, en busca de su destino. Se embarcó en Pucallpa y entró a la ciudad de Iquitos por el puerto Morey. Por la tarde se dirigió a la plaza 28 de julio, encontrándose con don Pepe Centeno, en el balaustre del monumento. La simpatía, empatía y química se dio entre los dos, luego se dirigieron al restaurant «El cisne», situando en la esquina de la calle Bermúdez con Grau, donde estuvieron un par de horas tomando café con galletas. Los hombres y mujeres, montañas gigantes de inteligencia, se entienden por encima de las barreras religiosas, políticas, filosóficas o económicas. En este caso se trataba de dos íconos: Adolfo Hitler que se escapa de la historia y Ernesto «Che» Guevara que entraba a la historia universal. La ciudad de Iquitos fue la puerta de escape del «Führer» del tercer Reich, y la puerta de entrada del guerrillero mártir.
De Adolfo Hitler se conoce lo malo, pero se desconoce al Hitler bondadoso, gentil, querendón de las niñas y los niños, servicial, sencillo y sin vicios: no fumaba, no bebía licor, ni era abusador de mujeres de quienes siempre estaba rodeado. En cambio, el «Che» Guevara, romántico guerrillero que hasta las monjas se abrían el pecho para mostrar su imagen, era un gran picaflor, desde la chica loretana que le acompañó de Pucallpa, la peruana Hilda Gadea, que conoció en Guatemala, más los dos matrimonios en Cuba hasta morir en Bolivia acompañado de Tania «la guerrillera».
Es por eso y por mucho más, Blasfemo nos refresca con la poesía:
EL PICAFLOR
Yo soy
El eterno enamorado
veo a una mujer
y ya estoy cupido.
Las quiero
las idolatro
las venero
yo sin ellas me muero.
A la mujer
la necesito
más que a Dios.
A la mujer le veo
le toco
le siento
y a Dios
apenas le presiento
por eso canto
yo soy el eterno enamorado
veo a una mujer
y muero contento.