De acuerdo a esta fecha que se celebra en el mundo religioso del catolicismo, al morir como que todos nos convertimos en santos, y es que el 1 de noviembre es una fecha muy importante en el calendario instaurado en el año 835.
Fue el papa Gregorio IV quien la estableció al consagrar una capilla en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, en honor a todos los santos, que en el transcurrir de los años se fue entendiendo en la celebración que recuerda a todos los que partieron de la tierra, físicamente.
Era una forma de recordarles y hasta el mundo de los espíritus hacerles saber que están en nuestros recuerdos, que todavía los amamos, que están presentes en nuestras vidas así se hayan ido y no gocemos de su presencia física, es por ello que se extiende la costumbre a visitar los campos santos, los cementerios.
Lo que se conoce también es que en aquellos años se celebraba en la víspera, o sea la noche del 31 de octubre el “Samhain” o Año Nuevo Celta, actualmente conocido Halloween o Noche de Brujas. Y se dice que lo que la iglesia buscada era opacar y finalmente eliminar esta festividad pagana.
En el tiempo lo que ha sucedido es que ambas festividades se han acentuado y son populares. La primera es entendida de diferentes formas según el país y los grupos comunitarios, pero en general es aceptada con mucho humor en cuando a lo que representan los disfraces en todas las edades.
Para muchos todavía no es muy comprensible el tema de dos celebraciones casi opuestas y seguidas. Como que primero tenemos al terror y luego la paz del descanso eterno en la figura de los difuntos, llamado también de todos los santos, por lo que podríamos asumir que tras fallecer podemos ser recordados como santos.
Esto toma sentido, en la costumbre muy humana de recordar todo lo positivo de una persona cuando muere, al punto que en son de broma se dice “no hay muerto malo”. Lo cierto es que con la instauración de los santos, los maléficos del “Samhain” no pudieron ser derrotados, pero los cristianos lograron una fecha más para gozar de la esperanza de la vida, más allá de la vida, en la figura de los difuntos.
Somos santos
