No me refiero a los paquetitos de seis chelas, sean latas o botellines, sino al nombre popular que la gentita bien le da a los abdominales «esculpidos» en gimnasio, a fuerza de máquinas, o en el quirófano, a fuerza de silicona, que también los hay. Son el epítome, junto con bustos, pantorrillas y traseros artificiales, de la vanidad humana en estos tiempos de Dios.
Los exhiben los ‘sex simbol’ de la pantalla grande, los héroes de acción de Hollywood (porque su profesión se lo exige), algunos deportistas bien parecidos que alquilan su imagen por unos millones (porque del físico viven y con eso engrosan aún más sus abultadas cuentas), y un montón de devotos de su propio ego, entendido como corporeidad solamente, claro está. Porque hay otros egos basados en el intelecto y otras cualidades, que conviven sin problemas con papadas iguanescas, panzas pantagruélicas y demás símbolos de decadencia física consecuencia de la edad o de la gula.
Mi hijo me recrimina, cuando comento de forma crítica un comercial de una máquina maravillosa de hacer abdominales, protagonizado por un apolo con un ‘six pack’ de ensueño; su abdomen y su cuerpo en su conjunto parecen esculpidos en mármol, y alardea de ello a pesar de que el pseudo efebo sobrepasa el medio siglo.
«¿Qué hay de malo en cuidar el cuerpo, ah?», me dice provocador Sebastián.
«Nada, mientras lo hagas con moderación, como todo», le contesto. «Como en todo, hay que buscar el término medio: ni descuidar la salud y el ejercicio corporal, ni obsesionarse con la buena forma física y dedicarle la mitad del día, como hacen algunas personas. Parece que no tienen otra cosa que hacer, o que solo son cuerpo, animal, no tienen espíritu que alimentar ni algo más importante a que dedicarse. El pata ese del comercial, por ejemplo, vive de eso y con seguridad que para mantener ese físico tiene que dedicar no menos de 4 a 6 horas al día. ¿Puede hacer o debe hacer eso una persona normal? Por supuesto que no.»
Continúo razonando mientras mi hijo me escucha en silencio: La excesiva preocupación, y recalco, excesiva y obsesiva preocupación por el aspecto físico, por el estar en forma (fitness para los más alienados) es además un solemne acto de egoísmo. No hay nada de idealismo o altruismo en ello, ningún proyecto de vida integral, de construcción de algo nuevo, de hacer algo por cambiar o mejorar el mundo y el entorno en que vivimos. Esa obsesión por el cuerpo, además, está condenada al fracaso a mediano plazo, porque en unos pocos años, por más esfuerzos que una persona haga por mantenerse joven y bella, la decadencia física es indetenible, y termina por echar a la basura todo lo invertido en tiempo, esfuerzo, y dinero en retrasar el inexorable paso de los años.
¿Vale la pena invertir tanto por retrasar unos años el envejecimiento que de todos modos sabremos que llegará indefectiblemente?, le digo. ¿Por mantener, a fuerza de ejercicios a veces inhumanos, dietas rigurosas, y tratamientos costosos, una imagen física que corresponde a los 20 años cuando uno tiene 40?, pregunto. No me digas que no es patético ver a esas mujeres mayores (¡a veces hombres, más patéticos aún!) con su cara estirada, cargadas de maquillaje, botox, siliconas y demás intentos de disimular lo obvio, por rebajarse los años que tienen encima?
Una vejez llevada con dignidad es hermosa y honorable, una disimulada a fuerza de operaciones, tratamientos estéticos, dietas y ejercicios físicos extremos y otras vainas (atuendos y joyas costosas, por ejemplo) provoca lástima y vergüenza ajena. Cuando hay tantas cosas interesantes que hacer en esta vida, productivas, creativas, o entretenidas, cuando tenemos tan poco tiempo para compartir con la familia y con los demás en este mundo ajetreado, y si me pides más, cuando hay tantas causas nobles por las que trabajar, por las que luchar, me parece un absoluto despropósito que algunos dediquen buena parte o la mayor parte de su vida y energías (sin mencionar recursos) a verse bien físicamente. Qué desperdicio. Carne de cripta como cualquier otra.
Porque aunque hay gente que hace ejercicio en familia o con amigos, y aprovecha para relajarse, conversar o pasear por el campo (¡qué suerte los que pueden hacerlo!), la mayoría de los citadinos usa los gimnasios para esculpir sus cuerpos. Y cualquiera que haya entrado en uno de ellos, o los haya visto desde la calle (a estos negocios les gusta mostrar a través de tremendas vidrieras a sus devotos de Santa Corporeidad sudando con la caminadora o haciendo pesas) comprobará que el ejercicio es un mero acto individual, en el que no media mayor comunicación con el que está al lado. Muchos incluso hacen ejercicio con audífonos, aislándose aún más de los demás y del entorno.
Yo no creo, la verdad, que la gente obsesionada por su apariencia y por su figura, obsesionada con mimarse a sí mismos, sea más feliz que la que lleva con dignidad algunos rollitos, o una pancita producto de la maternidad o la edad; yo creo que, paradójicamente, termina siendo la más infeliz, al contrario de la gente que se preocupa un poco más por los demás… Y además, el excesivo cuidado del cuerpo no suele correr paralelo con la preocupación por el cuidado del espíritu, que -aunque algunos no lo crean- es lo que nos separa de nuestros primos los cuadrúpedos.
Así que, le digo a mi hijo, debes hacer ejercicio para estar sano y sentirte bien contigo mismo, y repito, debes hacer ejercicio, no seas de esos relajados que se dejan abandonar por el sedentarismo y los malos hábitos alimenticios, y terminan con diabetes u obesidad. Pero no te obsesiones con tener unos abdominales como los de Hugh Jackman o unos bíceps como los de Schwarzenegger, ni le dediques más tiempo al cuidado de tu cuerpo del que le dedicas a tu familia, a tu trabajo o a tus hobbies favoritos. Cada cosa en su medida… Recuerda eso de «mente sana en cuerpo sano», que decía San Agustín ya hace 1500 años.
Mi hijo me escucha en silencio y, raro en él, no contesta a mis argumentos. Parece que lo he convencido, aunque no sé si es por propio interés, porque la conversación se produce durante nuestra habitual media hora de ejercicios diarios en el parque, que él siempre trata de acortar un poco…