Por: Rulfer Vicente Huamani (*).
El Estado a través de las instituciones públicas generan un conjunto de oportunidades al alcance de los individuos y de las organizaciones de una sociedad y entre sus deberes se establece: “garantizar la plena vigencia de los derechos humanos; proteger a la población de las amenazas contra su seguridad; y promover el bienestar general que se fundamenta en la justicia y en el desarrollo integral y equilibrado de la Nación.
Dentro de esos límites, las instituciones del Estado, toman decisiones y ejecutan las acciones que mejor respondan a sus necesidades e intereses. Razón por el cual sus colabores cumplen visitas de trabajo en todo el territorio nacional, en esa tarea y en el marco de proyectos de inversión pública y privada, tuve la oportunidad de navegar los ríos de la amazonia y visitar varias comunidades nativas y centros poblados.
El recuerdo permite la proximidad de la experiencia adquirida, siendo un acto continuo; justamente las experiencias nos permiten evocar de manera selectiva y voluntaria alguna de nuestras vivencias. Una de las experiencias que revolvieron mi identidad peruana y mi condición de viajero esporádico fue cuando navegué el rio Putumayo desde las localidades fronterizas de Tres Fronteras hasta San Antonio del Estrecho y de San Antonio del Estrecho hasta la Comunidad Nativa de Remanso, distritos teniente Manuel Clavero, Rosa Panduro, Putumayo y Yaguas, provincia del Putumayo, departamento de Loreto. Debo precisar que, acceder a los afluentes del rio Putumayo es muy complicado y difícil, incluso para muchos, es imposible. Es de saber que, las consecuencias económicas post pandemia de COVID-19 en general ha reformado los modos de vida y modos de producción de las 56 comunidades ubicadas en el alto Putumayo y 25 comunidades de la zona baja del Putumayo y afluentes que pertenecen principalmente a los Secoya, kichwa y huitoto quienes conviven pacíficamente con colonos provenientes de diversas partes del país y de Colombia. A estos pueblos originarios les ha sido difícil recuperar su estabilidad económica, que ha conllevado a redefinir muchos aspectos de la convivencia social.
Para llegar a esta remota zona y casi completamente aislada del resto del país, es necesario conseguir boletos y abordar los vuelos cívicos del Grupo Aéreo 42 de la Fuerza Aérea Peruana FAP- Iquitos, son vuelos de apoyo civil para contribuir a la integración de los pobladores en condición de pobreza extrema y vulnerable sobre todo en los espacios fronterizos de Perú y Colombia de la región Loreto. Como es sabido, el principal medio de acceso y retorno es la vía aérea, siendo el aeródromo de la localidad de San Antonio del Estrecho y el aeropuerto militar de Gueppí, los más importantes. Asimismo, el servicio de aeronaves GRU42 (hidroavión de flotadores) de la Fuerza Aérea del Perú, una asistencia que acuatiza (despega y aterriza en una superficie de agua) en el Rio Putumayo en las localidades de Soplín Vargas, Remanso y ocasionalmente en la localidad de Yaguas.
Tras el aterrizaje de la aeronave los pasajeros cada quien de acuerdo a las motivaciones del viaje inician sus labores programadas. En mi caso, con una mochila con algunas chucherías, una caja de cartón abastecido con un variado y selecto rancho frio inicié la travesía fluvial que duró tres días desde la localidad de Tres Fronteras hasta San Antonio del Estrecho capital de la provincia, esto en un pequeño pequepeque con motor Honda gasolinero de 13 Hp. Una vez acordado los costos del viaje con el propietario y motorista, quien afirmaba ser un conocedor de la ruta y experto navegante, además de confirmar que nos acompañaría un practicante, luego de los preparativos le informé las paradas a considerar en varias localidades y cumplir con el registro fotográfico y toma de puntos UTM, con mucha gentileza asentía las indicaciones. Ya navegando por una hora o más, llegamos a la primera localidad a visitar como debía ser apresuré cumplir mi labor, así sucesivamente, estuve registrando localidad tras localidad, además realizaba tomas fotográficas panorámicas a las localidades de paso y parajes del lado peruano y colombiano, obviamente las diferencias eran claras, el lado colombiano presenta mayor deforestación para la actividad ganadera. Al anochecer del primer día pernoctamos en una vivienda particular en la localidad de Puerto Victoria, de hecho, el viaje es muy agotador, mis compañeros de viaje el motorista y el proero, cual cómplices iban charlando sobre sus travesuras y amoríos, comprendiendo la buena vibra y para no molestar, cual reyezuelo iba sentado en una silla de plástica contemplando y registrando cualquier evento fortuito. Al anochecer del segundo día a duras penas y con la ayuda de una linterna de mano logramos llegar a la localidad de Nuevo San Juan.
En estos tres días de recorrido pude evidenciar cómo la económico de la cuenca alta del Putumayo gira alrededor del peso colombiano, donde predomina el comercio de productos de origen colombiano en ambos lados del río Putumayo. Otro dato importante es que muchos pobladores de ambos países, se conocen y hablan con el mismo acento, obviamente el “dejo colombiano”, en verdad me sentí un “extranjero” en mi propio país, una sensación extraña para los visitantes, tampoco se necesita decir de dónde eres, no hace falta revelar los motivos y la labor a realizar. Se da por sentado que, durante las ventas, prestación de servicios y diálogos circunstanciales la expresión “A la orden señor” del vecino colombiano al vecino peruano es advertido con cordialidad y amabilidad.
Finalmente, los “vecinos” del Putumayo continuarán compartiendo los avatares de la vida, los problemas sociales y las dificultades económicas, aunque no prevalezca el SOL peruano y los céntimos no tengan ningún valor comercial, el eterno vecino siempre estará “a la orden” señor.
- Licenciado en Arqueología de la Universidad Nacional San Luis Gonzaga de Ica – UNICA; arqueólogo de la Dirección Desconcentrada de Cultura de Loreto – Ministerio de Cultura.
