Los maestros de antaño de volver a la vida, volverían a morir al conocer que se ha sancionado, en lo que va del año, a 125 docentes que hicieron mal uso del título de maestro, al haber cometido faltas administrativas, abandono del cargo, actos de inmoralidad, irregularidad en la rendición de cuentas de fondos pertenecientes a sus centros educativos, entre otras.
Que sepamos, en el pasado nunca se dieron estos casos. Ni pensar que un maestro haya cometido un acto de inmoralidad, menos todavía de haber abandonado a sus alumnos. Jamás. Pero los tiempos cambian, hoy, estos actos son cosa del diario, normal, para ser más claros. Por eso, la autoridad educativa tiene que aplicar sanciones a esas personas que denigran la función del maestro que debe ser, sobre todo, un buen ejemplo para los educandos, porque de lo contrario se estaría inculcando a los niños y jóvenes a seguir un comportamiento equivocado que a la larga les convertirá en cualquier cosa, menos en una persona digna de su familia y de la sociedad.
La mayoría de los casos se dan en las zonas rurales, a donde los maestros destacados a esos lugares no van a trabajar, pero sí cobran religiosamente. Esas son las consecuencias de tener como maestros a personas que por extrema necesidad se han metido a este sector, vaya a saber uno cómo. En ellos no hay mística, no hay voluntad para enseñar y educar, no hay identificación con su valioso trabajo formador de las generaciones que nos van a seguir.
En ese sentido, la labor del sindicato de maestros no solo debería centrarse en su lucha justa por sus reivindicaciones económicas, sino también en hacer de sus miembros personas comprometidas con su noble labor la que deben llevar con dignidad, porque se supone que el maestro es el guía al que niños y jóvenes siguen sus pasos y sus enseñanzas.





