Llega un momento en que nos quebramos y afloran muchas lágrimas desde muy de adentro de nuestro ser, es que estaba ahí como aguantado porque la recomendación es en lo más posible superar rápido las penas y buscar estar alegres, estables emocionalmente.
Cuántos de nosotros no habrá querido gritar en algún momento, “cómo diablos piden calma”, si entrar en el Facebook y otras redes sociales es enterarte de muchas muertes que duelen, sentir mucha impotencia, y eso aparte de otras penurias propias de esta coyuntura como el quedarse sin empleo.
Entonces el temor, la ansiedad o el estrés, el miedo al contagio, los proyectos inconclusos, etc., es parte de la nueva normalidad, también, paralelo a las medidas preventivas como nuevas normas de convivencia dentro de la casa, en la calle y en los centros laborales.
Nos piden calma, por Dios, sí, la tenemos que sacar de dónde sea, pero llega un momento en que estallamos, déjennos estallar, siquiera unos minutos, hacer catarsis, sin reproches, más bien con comprensión y tolerancia, además de extender una ayuda que puede ser una palabra de aliento, un presente para el diario, lo que se observe o intuya que se necesita.
Ya está pasando, va pasar, mucha fe, mucha oración, y volvemos a pedirnos nuevamente calma, se veía venir, muchos no hicimos caso. Y claro que estamos a tiempo, cumplamos con las medidas preventivas, un esfuerzo más y seremos seres disciplinados por nuestra salud y por el bien de nuestra sociedad en general. Sí podemos.
Es importante también compartir que, si sentimos la necesidad de ayuda profesional para controlar nuestra mente, hagámoslo, sin miedo, es nuestro derecho y es función el Estado atender la salud mental de cada uno de sus ciudadanos. Exijamos ese derecho tan importante como la lucha contra el coronavirus y sus cepas.
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