Fernando Herman Moberg Tobies
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@FernandoMobergT
Cada vez que emprendo algún proyecto me asesoro con personas que el tiempo los ha traído a mi vida cumpliendo un papel fundamental, con quienes siempre estoy agradecido. Al regresar de un viaje familiar llegué a Lima, dejé mi maleta en el departamento, llamé pidiendo taxi y acudí a reunirme con alguien que me enseñó a ver las cosas de una forma muy amplia y objetiva, docente de la Pontificia Universidad Católica del Perú, asesor honorario de DROMUS – UCP, promotor de La Neurociencia, médico investigador egresado de la Universidad Nacional de San Marcos, Hans Contreras Pulache.
Conversamos alrededor de dos horas, de los nuevos estudios que anda investigando y de los proyectos que quiero promover. Como cada vez que nos encontramos me deja una interesante lección, y en esta oportunidad fue sobre el adolescente, datos de un estudio que realizó y les comparto parte del paper de la inédita investigación:
El adolescente como sujeto del sistema educativo
De modo general, la adolescencia se suele considerar como un momento real en la vida de una persona que se caracteriza en tanto instancia de transición entre un entorno educativo (niñez) y un entorno laboral (juventud/adultez). La adolescencia ha sido explorada desde diversos ángulos al momento de la realización de una aproximación científica. Todo esto ha redundado en la existente y abundante evidencia empírica dentro del marco de la neurociencia, y por ello: nos proponemos elaborar una aproximación socioneural de la adolescencia que sea de utilidad a la exigencia de los actores de un sistema educativo.
La evidencia coincide en caracterizar a la adolescencia como un periodo de construcción, de organización, de (re)configuración y estructuración de las redes neuronales, o de los llamados “mapas mentales”. Esta es sin duda una forma de ver a la adolescencia: una forma de caracterizarla. Otra perspectiva, más en una línea neurobiológica, plantea que durante la adolescencia existe: i) una poda “sináptica” como realidad de la corteza cerebral, y ii) un fortalecimiento de las redes neuronales asociadas a formas específicas de actividad (social) de la persona. Al mismo tiempo, se ha sustentado que durante la adolescencia ocurren varios picos en el neurodesarrollo cortical: en términos de concentración de “materia gris” (corteza); así: la última área de la corteza en estructurarse es la llamada: corteza prefrontal (en las áreas de asociación frontales: dorsales y mediales).
A partir de estudios de neuroimagen, se ha comprobado que la actividad de los áreas prefrontales es diferente (en términos de una menor actividad metabólica) en adolescentes que en adultos (más precisamente: adultos-jóvenes) frente a pruebas y juegos de diverso orden “cognitivo”. De tal forma que se ha propuesto que durante la adolescencia: la corteza prefrontal todavía no ha logrado su pleno potencial de estructuración (y por tanto de: actividad).
El equipo de investigación en neuroimagen de Nitin Gogtay y colaboradores ha revelado evidencia longitudinal de la dinámica anatómica que sigue el desarrollo de la corteza cerebral durante las dos primeras décadas. La muestra de estudio reúne a 13 personas que entre los 4 y 21 años fueron evaluados, periódicamente, con imágenes de resonancia magnética funcional.
Se pudo ver cómo la corteza cerebral no es algo estático, sino se va moldeando, va tomando forma. Este moldeamiento es resultado de la integración (preferimos el término “integración” más que “interacción”) del sujeto en un entorno social, de lo cual resulta su constitución como persona. Las áreas paleocorticales se estructuran más rápidamente que las áreas neocorticales.
Toda esta evidencia ha contribuido a que, desde la neurociencia se conciba a la adolescencia como un periodo en que el sistema nervioso se estructura, toma forma, y que esta (in)formación: sigue un proceso: tiene lugar en último término en la estructuración de la corteza prefrontal. Es más: se incide que la adultez, posterior a la adolescencia en la investigación contemporánea: representaría el momento de la vida de una persona en que su corteza prefrontal estructuraría de modo virtuoso la integración del sujeto en sociedad, poniendo de manifiesto el logro cada vez mayor de libertades como ejercicio de las capacidades de una persona.
El paso de la adolescencia a la adultez estaría presentando la integración autónoma del sujeto en la sociedad: y ésta refleja ya no una estructuración del sistema nervioso, como nos dice el neurodesarrollo: sino esencialmente una reestructuración del sistema nervioso: en términos de reorganización: en otras palabras: con la adolescencia, para el pensamiento neurocientífico “termina” la estructuración del sistema nervioso de una persona.
Estos estudios, sin embargo, hablan muy bien de la dinámica que sucede en el sistema nervioso, pero no son suficientes para explicar las relaciones de integración de esas dinámicas con la historia de vida personal (que es ante todo: subjetiva, pero también: material: las tradiciones, la cultura, la política, y la economía). En otras palabras: estos estudios hablan bien del cerebro del adolescente: pero no nos hablan del adolescente como tal. La crítica metodológica a este nivel radica en que estos estudios están asumiendo una posición universal: un modo único en que sucede el neurodesarrollo.
Urge plantearnos esta visión pero desde la relativización del concepto: el neurodesarrollo es único en el sistema nervioso pero en tanto se integra a un sistema social que también es único: en el sentido de personal, y en el sentido de: tradicional, cultural, económico, y político.
Como se ha hablado tanto del cerebro del adolescente, es decir de la abstracción, se ha popularizado una confusión general, que ha llevado a la ridiculización del adolescente, la estereotipificación, el uso del marketing, hasta una confusión de términos y definiciones como mostramos a continuación.
Situación de la adolescencia
Cuando nos preguntamos: ¿dónde se ubica la adolescencia en el ciclo de vida de la persona? Al respecto, desde la perspectiva o mejor: desde las perspectivas del lifespand (o del ciclo de vida de una persona) no existe un consenso en reconocer la presencia de la adolescencia. En algunos casos, es posterior a la niñez, anterior a la juventud (en los enfoques sociológicos esencialmente que consideran más a la “juventud” que a la “adolescencia”), o a veces de frente anterior a la adultez (en los enfoques psicológicos que, por cierto, obvian el periodo llamado “juventud”: de la adolescencia sigue la adultez).
En el plano legal, para demostrar la confusión, según el Código del Niño y Adolescente se considera niño de 0 hasta los 12 años y adolescente hasta los 18; la Asociación Española de Pediatría habla de una niñez desde los 5 a los 11 y una adolescencia hasta los 16 años. Por otro lado, se considera (en la práctica) adolescente hasta los 19 años en los servicios de atención de salud materno-infantiles. Un libro recientemente publicado (TORMENTA CEREBRAL. REFERENCIA), de corte psicológico, describe a la adolescencia como un periodo que va desde los 12 y se extiende hasta los 25 años (“aunque usted no lo crea”, según menciona el autor). Para la Encuesta Iberoamericana de Juventudes (no se habla de adolescentes en ningún momento: es un documento de corte sociopolítico): joven es todo aquel comprendido entre los 15 y 29 años (luego se es adulto).
Desde nuestro marco conceptual, consideramos que toda persona, desde que nace, empieza una vida que transita por los siguientes periodos: infancia, niñez, juventud, adultez y senectud. Esta categorización no es cronológica, sino que consideramos dependiente de las circunstancias sociales en las que la persona se desarrolla. En este contexto, grosso modo, vamos a decir que la adolescencia debe estar entre la niñez y la juventud. En ese sentido, no existe la adolescencia, sino personas que son (unas más que otras, y obviamente: unas menos que otras) adolescentes, y que (cronológicamente) transitan el paso entre la niñez y la juventud.
Ahora bien, en un contexto educativo, donde se sigue la ruta: familia, escuela, educación superior y trabajo, y es ésta la que marca el ciclo de vida de la persona, se ha definido a la adolescencia como un periodo en la vida de la persona en la cual ésta “adolece” de una serie de características, habilidades u otra especificidad del desarrollo. Se la ha definido entonces a partir de las características de los llamados adolescentes: no niños, no jóvenes, que “presentan más probabilidad” de incurrir en “prácticas de riesgo” o “conductas peligrosas”.
Lo interesante de esta perspectiva es que evidencia un hecho trascendente: nunca se hace referencia a la adolescencia en un contexto laboral. Cuando se habla del trabajo, se entiende que no cabe pensar en adolescentes sino en jóvenes o adultos. En ese sentido, el entorno social del adolescente (repetimos: en un contexto donde se sigue la ruta: familia, escuela, educación superior y trabajo) está estructurado normalmente en torno a una institución educativa: en concreto: la escuela o el centro de educación superior.
Tampoco es que la adolescencia podamos ubicarla en toda la escuela (“educación básica”) y en toda la “educación superior”. Se espera que la adolescencia sea un paso (entre la niñez y la juventud) demasiado breve (en tanto su connotación negativa) en la vida de una persona. Con esto, y considerando muy superficialmente los años fijados en las propuestas cronológicas de las etapas de la vida, la adolescencia estaría ubicada en la educación secundaria más que en la educación primaria (en la práctica, en los contextos de la educación primaria no se suele usar el término adolescencia, sino “pre-adolescentes”), y más todavía (en la educación secundaria) que en la educación superior (por ejemplo se aspira a que el sujeto de la universidad no sea un adolescente sino un joven que realiza el trabajo universitario). Desde esta perspectiva, la adolescencia se ubicaría espaciotemporalmente en la educación secundaria (esto aclara mejor la relación existente entre adolescencia –como fenómeno social– y pubertad –como fenómeno biológico o neuroinmunoendocrino).
Con todo esto, decimos que la adolescencia no es otra cosa que una forma característica de la niñez, un “periodo” o un “paso”, como decíamos, una “forma de ser” en la vida de las personas, en cada una de modo particular y específico (en la vida real no existe la adolescencia sino los adolescentes). En ese sentido, el (epi)fenómeno llamado adolescencia sucedería en la transición entre la niñez (tardía) y la juventud (temprana): que justamente por lo mismo involucra las instituciones de la escuela (educación secundaria) y, se espera en menor medida, las de educación superior (que desde una perspectiva neurosocial ya no son estrictamente instituciones “educativas” sino centros de ((in)formación para el) trabajo: trabajo universitario, trabajo técnico).
Finalmente, hemos propuesto que la adolescencia es una etapa en la vida de las personas en las que se empiezan a sentar las estructuras “mentales” para la actividad de anticipación hacia el futuro. Siendo la educación secundaria y la educación superior las instancias de discusión en el ámbito de la adolescencia, resaltamos aquí un hecho esencial: cuando una persona imagina el pasado: o sea: recuerda: está desarrollando la misma actividad neurofisiológica que cuando imagina en general, incluyendo el hecho de imaginar un (difícilmente “el”) futuro.
Ahora bien, es más fácil imaginar el pasado (se le llama: historia), pero, coherentemente como hemos dicho: urge desarrollar tecnologías sociales que permitan aprender a imaginar el futuro. Se espera que las instituciones de educación superior asuman esta responsabilidad.
En tanto no se asuma esta responsabilidad seguiremos hablando de adolescentes en la universidad (un espacio sine qua non a la juventud), y dado que el tiempo pasa de modo invariable: un adolescente en la universidad es un joven que todavía no se da cuenta de su tiempo, de su historia, de su sociedad, de su cultura, de su economía, ni de su política; en resumen: un joven que no se asume como joven: como agente. No logra estructurarse todo él mismo a partir de la integración virtuosa de su neocortex prefrontal dorsolateral y medial.
Lo que planteamos es que este no lograrse no es responsabilidad de la persona, sino de la estructura social que lo alberga: que lo limita en términos de “grados de libertad”. En suma: es el sistema educativo poniendo en práctica la eficacia de su obra.