Piensas: Pasos eternos

Por Fernando Herman Moberg Tobies
http://riendasciegas.wordpress.com
hmoberg@hotmail.com
@FernandoMobergT

Avanzan de la mano, algo lento pero perseverantes, encogidos por el tiempo, guiados por la inmensa fe que marcó cada paso que dieron en sus vidas. Acaban de llegar a Iquitos, no contestaron ni una llamada,  apagaron el celular después de la que hicieron a una de sus nietas para pedir un taxi que los condujo hasta el aeropuerto en Lima.
No cargaron equipaje, se lanzaron precavidos a una nueva aventura juntos, solo con una mochila que lo lleva Francisco, su esposo, una travesía más de aquellas que comparten por más de cincuenta años. Donita tiene una obstrucción de flujo de líquido céfalo raquídeo en la médula cervical, lo que progresivamente la ha ido dejando sin poder utilizar de manera efectiva sus manos y pies, no puede levantarse sola de la cama, ni logra asearse sin manos que la apoyen, destrozando la valentía de una mujer que ha soportado la vida con la frente en alto y bondad en sus actitudes, siempre alerta, consecuente y entregada a las normas de un dios que ahora no ejerce sus parábolas en aquella sierva que nunca le dio la espalda a pesar de lo que le quitaba.
Los neurocirujanos con el pronóstico que cuentan no logran animarse, sus huesos ya sin el calcio necesario podrían impedir el éxito de la intervención, su diabetes y edad logran ahuyentar hasta al más prestigioso médico de la capital. Donita al escuchar a uno de los doctores que tal día se definiría la operación, esperó a que una de sus hijas se regresara a su casa, para llamar a otro de sus hijos en Pucallpa y pedirle que comprara pasajes aéreos para ella y su padre, ya que querían ir unos días a su tierra a ver unos asuntos en el banco y temas legales de sus alquileres. Este aceptó la petición de su madre sin medir la avalancha de críticas de los cinco hermanos que se vendría, suponían que su progenitora huía de Lima para no ser operada, llevando a sus padre que acababa de ser intervenido quirúrgicamente en el ojo, y lo peor era que no respondían el celular, no sabían si podían caminar bien sin caerse, estaban preocupados por cualquier hecho trágico que pudiese ocurrir a dos personas de avanzada edad.
Salen del aeropuerto, suben a un motocarro que los lleva a casa, Donita está feliz de estar en su tierra, sonríe, mira a todos lados como si quisiera registrar por última cada vez cada espacio del lugar que ha querido con tanto respeto, lugar donde ha materializado sus sueños, amor y gratitud por cada bendición que recibió. Sabe que sus hijos deben estar preocupados, conoce su linaje del cual ella también es parte, mira a Francisco que siempre acepta callado cada petición que ella ejerce, siempre la acompaña desde el momento que unieron sus corazones e ideales, le coge la mano, lo observa, suspira, se seca las lágrimas: “Hay Francisco, tus hijas piensan que vengo huyendo porque no quiero operarme, aunque es verdad, no quisiera, tengo miedo viejo, de no que no salga bien, qué va a ser de ti… pero, sabes viejo, quiero ver a mis nietos, a mis bisnietas, las extraño mucho, estando en el departamento encerrados, sin conocer a nadie, me deprime más, gracias por venir conmigo, sin ti qué sería de mi vida, viejo”. Francisco la abraza, mientras el motocarrista derrama unas lágrimas por lo que escuchó.
A unas cuadras de llegar al lugar donde formó a sus hijos, la ansiedad invade sus emociones, tiembla intentando controlarse, intenta divisar su casa, se mueve de una lado a otro, observa un tumulto de personas en la puerta, no logra ver bien los rostros, pero la ansiedad desaparece, Donita grita y saluda a su familia que se ha reunido a esperarla, está feliz, la aplauden pronunciando su nombre, Donita mira a cada uno de los seres que llenan su esperanza, aplaude con sus manitos que no pueden juntar sus dedos, no le importa si lo puede hacer, su alma está en júbilo, se siente una niña que ya tiene un regalo que tanto esperaba, volver nuevamente a los suyos.
Ahora a un día de fijar la operación, ya más fortalecidos, después de que Donita sin poder moverse mucho bailará en el sala con sus bisnietas, después de abrazar y aconsejar a cada uno de sus nietos, de ver que todo está bien, regresan tranquilos, sentados en el asiento trasero del carro de su hija que no puede hablar por la pena que siente de ver a su madre en ese estado.
Están rumbo al aeropuerto, pasan por la universidad donde estudia uno de sus nietos, el último al que pudieron criar también como a unos de sus hijos, Donita y Francisco observan por la ventana del carro, la publicidad en la que sale su nieto, miran la foto en grande y mueven la mano despidiéndose: “Chau hijito, chauuu, chau hijito, cuídate mucho, te queremos mucho, siempre tienes que hacer bien las cosas pensando que tu abuelo y yo te amamos y esperamos mucho de ti, chau hijito que dios te bendiga”. Donita siente un nudo en la garganta, Francisco se seca las lágrimas, no se quieren ir, pero entienden que aún hay una batalla más que conquistar.