Por: Fernando Herman Moberg Tobies
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@FernandoMobergT
La lluvia entra por todos lados, el techo de irapay tiembla ante tanto viento que desata la naturaleza, la luz de los lamparines amenazan apagarse, Stefany está asustada, sentada bajo una mesa, mientras Albert sostiene los listones para que no se sigan aflojando y se rindan al piso, es sus primera tempestad en la selva, él le dice palabras que intentan protegerla, tranquilizarla, el peso que doblega sus brazos no le quitan la serenidad que intenta trasmitir a Stefany, que solo atina a cerrar los ojos y recordar la misión que los llevó a ese lugar.
Albert era un joven piloto de la fuerza aérea, dejó su trabajo militar y se mudó a África, organizó un proyecto social y lo puso en acción, transportaba la comida que sobraba desde los restaurantes en una avioneta que el mismo piloteaba hasta las comunidades más alejadas de aquel lugar donde el hambre destruía los sueños humanos. Cuando se reunió al primer año de su labor para informar los beneficios de su gestión a la directiva de la asociación que financiaba su proyecto; la presidenta del directorio era una joven empresaria de la misma ciudad de donde Albert provenía; se quedaron asombrados de que dos personas de la misma ciudad estén trabajando en beneficio de una población en otro continente, conversaron de la isla de donde provenían, Iquitos, y de las cosas que en su momento hicieron por allá y de cómo salieron a seguir compartiendo ideas y oportunidades en tierras lejanas.
Stefany enseñaba la verdadera historia del ser humano en los caseríos que bordeaban su ciudad, intentando despertar el verdadero poder creativo de las personas, para que puedan posicionarse sin frustraciones en el sistema social competitivo devorador, donde muchas veces las creencias son limitaciones para manipular a la población. Sus acciones empezaron a ser reconocidas por una entidad internacional que la contrató y la sacó de su natal para replicar la idea a nivel mundial, tras años de dirigir y gestionar ejecutivamente las funciones, decidió volver al trabajo en campo y decidió ir a África, al mismo lugar a donde Albert fue guiado por su corazón.
Ambos se sorprendían de las interesantes coincidencias que tenían, entre las conversaciones que compartían surgía sus pasión por la naturaleza, el río, los árboles, el cielo despejado con estrellas, el sonido de la selva, su gente pausada y más conectada inconscientemente al fin supremo del hombre, añoraban volver a Iquitos. Stefany propuso a Albert regresar a la isla, a ir por los ríos y pueblos llevando motivación y conocimiento, le convence añadiendo que si los accionistas no quieren invertir en Loreto, ella renuncia e igual tiene unos fondos ganados para poner en marcha la idea hasta que se vea los resultados y llegue el apoyo.
Hicieron maletas y sin el soporte de ninguna entidad internacional se fueron de África, Albert vendió su avioneta y Stefany las acciones de la empresa que tenía en Egipto y renunció a la presidencia de la ONG que dirigía y que no quería mejorar la vida de las personas de la amazonía peruana. Llegaron a Perú, contrataron un abogado y un contador, amigos de la infancia en quienes podían confiar sus gestiones, les explicaron lo que necesitaban, compraron un bote de madera de treinta metros con techo de irapay que lo llamaron SABIDURÍA, lo llenaron de todo lo que necesitarían para desparecer por cinco años que duraría el recorrido que se habían propuesto. Sus familiares estaban en la orilla nuevamente diciéndoles adiós, comprendiendo que el camino de sus hijos muchas veces no está en el de uno mismo. Albert prendió el peque peque mirando al horizonte, mientras Stefany en la popa miraba al cielo pidiendo a la energía que bendiga sus esperanzas con fortaleza y coraje.
La tempestad pasa al llegar el amanecer, Albert cansado suspira al ver que la lluvia no destruyó completamente su casa, camina hacia la mesa donde debajo Stefany rezaba horas atrás, la mira dormida, con el rostro en paz, en armonía con la naturaleza, se hecha a su lado, la abraza, los pobladores empiezan a llegar con todo lo necesario para reparar la casa de los maestros que los orientan con amor y paciencia. Stefany abre los ojos sonríe a Albert, se quedan en silencio, aceptando que el reto recién empieza y que juntos todo estará bien.