Una vez más comprobamos lo saludable que puede resultar tener una ciudad sin ruidos excesivos. Lo que vivimos el día de ayer con un silencio que cuando ocurre nos lleva a recordar al Iquitos de los años 60.
Es cierto que no teníamos el abundante parque automotor como el de ahora, pero los pocos vehículos que circulaban lo hacían respetando al vecindario, sin quitar el tubo de escape de sus unidades móviles, que es lo que ocasiona un ruido ensordecedor.
En ese tema es muy evidente la falta del principio de autoridad, porque tienen la base legal para obligar a que cumplan con tener vehículos no ruidosos, por lo menos con lo mínimo permitido.
Eso no pasa en nuestra ciudad, literalmente ya nos quieren romper el tímpano con los ruidos estruendosos, al punto que si vamos en motocarro no podemos ni dar alguna indicación al conductor si es que no levantamos la voz, si es que no gritamos, en realidad.
Hace unos años lo que ocurrió ayer, el disfrute del silencio, nos lo ponía en evidencia con comité contra el ruido, que en esos años, había logrado silenciar la ciudad unos 15 minutos, para que cada uno de nosotros tomáramos conciencia de la diferencia entre una situación y la otra.
Alguna autoridad municipal intentó hacer que los propietarios de motocarros usaran el silenciador correspondiente, caso contrario les aplicarían una multa fuerte, esto no prosperó, eso porque se empezó a rumorear que los miles de motocarristas no votarían por esa autoridad que ya anunciaba postular a la reelección.
Y la autoridad cedió, se debilitó frente a sus ambiciones políticas y en la práctica, personales, sí personales, porque no tamizó entre el interés de un individuo y el de toda una comunidad de miles de personas que cada día se afectan por el ruido en su salud física y mental.
Mientras tengamos autoridades que tomen decisiones en base a sus intereses de grupo y personales, y no se inclinen a favorecer el interés ciudadano, el desarrollo seguirá muy lento para nuestra ciudad y región, y por supuesto, país.