Cuestión de ver y no creer. El electorado nacional desde hace unos quince días, asiste asombrado al acto de transmutación del más discutido de los candidatos a la presidencia del país, cuyo nombre Ollanta Humala, para el electorado siempre fue sinónimo de rudeza, de intransigencia y sobre todo de denuncias que según su exégesis eran dirigidas contra su persona y su candidatura.
Fueron innumerables las veces en que el citado candidato, en todos los tonos pedía la destitución del actual presidente, porque presumía que estaba contra él, y con tono premonitorio, comunicó a todo el país que de llegar a la presidencia eliminaría todos los TLC firmados por el gobierno actual y haría sentir en el ámbito de la marcha de su gobierno todo el rigor autorizado por las leyes.
Pero hay más, su posición en el camino hacia la presidencia estuvo plagado de poses y reacciones, la mayoría hepáticas, acompañadas de un lenguaje virulento y confrontacional que lo relegaba al quinto lugar en la intención de voto, y de repente casi por ensalmo y según sus seguidores, gracias a la asesoría de uno de los asesores más caros del mundo que nadie sabe quién le paga, el antes levantisco ex militar, cambia de lenguaje y de mensaje, bajando el tono y ofreciendo respeto a todos los acuerdos y convenios firmados por otros gobiernos y que el amenazó con revisar y anular; y la respuesta ciudadana en un incremento casi aluvional de aprobación que lo catapulta al segundo lugar primero y luego al primer escaño dejando atrás a candidatos casi fijos a la segunda vuelta.
Sin duda alguna el militar en retiro, está aprovechando el impulso que ha tenido su campaña, introduciendo diferentes giros a su mensaje a la espera de hacer crecer aún más su ventaja.
Pero aquí surge la primera interrogante; ¿hasta dónde es sincero su replanteamiento y que rédito le puede permitir?, en segundo lugar preguntamos ¿tanta mansedumbre no le traerá como consecuencia que la “tortilla” se vuelva y lo lleve más a perder que a ganar votos? El electorado tiene la palabra.