- (CALUMNIAS Y MEDIAS VERDADES) – II PARTE

La entusiasta acogida en Loreto de la publicación Los Crímenes del Putumayo – Calumnias y Medias Verdades, donde se reproduce la defensa hecha por el empresario loretano Julio C. Arana, durante la investigación abierta en la Cámara de los Comunes británico, por presuntos crímenes cometidos entre los años 1900- 1910, contra la población indígena que habitaban en territorio en disputa entre las Repúblicas del Perú y Colombia (Cuenca del río Putumayo y alrededores), ha motivado esta nueva edición de la parte principal de la llamada Carta Abierta a Mr. Geo B. Michel (ex cónsul de S.M.B. en Iquitos), hecha por el eminente intelectual, periodista y diplomático peruano doctor Carlos Rey de Castro, edición publicada en 1913, en la ciudad de Barcelona, España.
Carlos Rey de Castro (*Lima- Perú, 1866 / +Asunción- Paraguay, 1935), pertenece a esa pléyade de jóvenes universitarios que enfrentaron al invasor chileno durante la ocupación de Lima (1881- 1883), primero como improvisado soldado en las batallas de San Juan y Miraflores, y luego durante la guerra de resistencia liderada por el Héroe de la Breña don Andrés A. Cáceres. Compartió aula, estudios e inquietudes intelectuales en San Marcos, además de un indeclinable patriotismo, con Jenaro E. Herrera Torres, gran intelectual y patriota loretano.
Al término de la guerra, ambos retomaron sus estudios de jurisprudencia graduándose como doctores (así se denominaba entonces el título profesional que otorgaban las escasas Universidades que existían en el país). Después siguieron caminos distintos en la vida pública: Carlos Rey de Castro compartió durante su juventud ideales con Manuel Gonzáles Prada, fue escritor y poeta, luego se dedicó al periodismo en Lima, incorporándose después al Servicio Diplomático en diversas legaciones representando al Perú. El tiempo ha relegado injustamente al olvido a este hombre extraordinario que dedicó su vida a defender los intereses del Perú, en un período crucial de nuestra Historia. Seguramente la posteridad recuperará su memoria.
Por su parte Jenaro Herrera optó por la judicatura, el periodismo y la vida política, principalmente en la Amazonía, destacándose -sin embargo- como escritor e historiador loretano.
LOS LLAMADOS “CRÍMENES DEL PUTUMAYO”
Como lo expresé en anterior publicación sobre el tema, los llamados “Crímenes” o “Escándalos” del Putumayo, están constituidos por diversos eventos ocurridos entre los años 1900- 1914, en una extensión de aproximadamente 150,000 Km2. de territorios ubicados entre los ríos Putumayo y Caquetá, cuya soberanía fueron materia de enconadas disputas entre las Repúblicas de Perú y Colombia, y en menor medida del Ecuador, a lo largo de los siglos XIX y XX.
Recordemos que la Primera Guerra que enfrentó nuestra naciente y devastada República fue principalmente por estos territorios; y nos fue declarada por el General Simón Bolívar, en julio de 1828. De esta guerra sobresale la figura de quien fuera -en rigor- el primer presidente constitucional y gran patriota peruano, el Mariscal don José de La Mar.
En resumen, se acusaba a los peruanos, específicamente a la Casa Arana y su mentor, el empresario Loretano don Julio César Arana del Águila, de ser responsable, en su condición de principal accionista de la empresa constituida en Londres: The Peruvian Amazon Co. Ltd. (más conocida como La Casa Arana), de los más horrendos crímenes cometidos contra una población nativa de cerca de 30,000 personas que, según se dijo, formaban parte de diversas etnias que vivían en forma dispersa, en estado primitivo, a lo largo de los extensos territorios de bosques tropicales, en la zona antes anotada del Putumayo y Caquetá. En partes de estos territorios operaba la Casa Arana, desde 1904, en que Julio C. Arana se asocia a empresarios caucheros colombianos (Benjamín y Rafael Larrañaga, Juan V. Vega y otros), que operaban desde décadas anteriores en dicha región, explotando quina (de donde se obtenía la quinina, medicamento muy preciado para combatir la malaria), y luego el caucho.
El talento empresarial de Arana lo llevó a adquirir la totalidad del accionariado de la mayoría de las empresas colombianas; afirmando así la peruanidad sobre dichos territorios, que en derecho y justicia pertenecían al Perú en mérito de la Real Cédula de 1802, expedida por el rey de España Carlos IV, que dispuso su reincorporación al Virreynato del Perú, segregándolo del Virreynato de Nueva Granada.
El desconocimiento de esta Real Cédula por parte de Simón Bolívar y los que le sucedieron en el gobierno de las nacientes Repúblicas de Colombia y Ecuador -luego de la fragmentación de la República de la Gran Colombia-, fue la causa de largas disputas territoriales por la Amazonía hispana; disputas que transitaron a lo largo de dos siglos, con guerras, arbitrajes, contenciosos diplomáticos, etc.
CONFLICTO TERRITORIAL Y GEOPOLÍTICA
Han pasado más de un siglo del Tratado de Límites suscrito por el Perú y Colombia en 1922, ratificado por los Congresos de ambas naciones, e inscrito en la Sociedad de Naciones (hoy ONU) en 1928; Tratado que teóricamente debía poner término al conflicto territorial existente entre ambos. Empero, en 1932-1933, se desataron nuevos enfrentamientos militares, que concluyeron en junio de 1933. En 1934 ambos países suscribieron un Protocolo complementario en Río de Janeiro que zanjó de modo definitivo el diferendo territorial.
Sin embargo, aún pervive la leyenda negra construida por las potencias de la época interesadas entonces en favorecer los intereses colombianos en desmedro del Perú. Curiosamente, el decurso del tiempo
-antes que disipar- ha servido para demonizar la figura de Julio C. Arana, y ensalzar a quienes -disfrazando sus reales propósitos hegemónicos como “fines humanitarios”- actuaron como manifiestos enemigos del Perú, como es el caso del agente inglés sir Roger Casement, el gobierno inglés, la Anti- Slavery Society (Sociedad Antiesclavista de Londres), y otros; el gobierno norteamericano, a través del cónsul en Iquitos Mr. Charles Eberhardt, Mr. Walter E. Handenburg, y otros; el gobierno colombiano y sus diversos agentes; entre tantos otros.
Fue una campaña sistemática y sincronizada, que se inicia con libelos y denuncias calumniosas recogidas por pasquines que se publicaron en Iquitos, como “La Sanción” y “La Felpa”, dirigidos por un notorio chantajista y extorsionador criollo Benjamín Saldaña Roca, que disfrazado de periodista, inició en 1907 una sostenida campaña calumniosa contra el Perú y la Casa Arana, sobre presuntos crímenes horrendos en las posesiones de esta empresa, en sospechosa coincidencia con la exacerbación de los afanes colombianos de reivindicar y ejercer soberanía sobre los territorios del Putumayo.
Al ser puesto al descubierto sus propósitos de extorsión y chantaje, Saldaña Roca huyó de Iquitos (¿Le habrá sido facilitada tal denuncia por los verdaderos interesados?). Claro está que Saldaña fue sólo un peón y chantajista en este complot geopolítico en agravio del Perú. Empero, su versión sobre presuntos crímenes en el Putumayo fue inmediatamente acogida y amplificada en los medios periodísticos de Bogotá, presentando la noticia como hechos verosímiles, por haberse presentado en el Juzgado de Iquitos una denuncia penal inconsistente y descabellada.
Asimismo, el preferente interés del gobierno colombiano en resaltar la calumniosa denuncia de Saldaña Roca, hizo que su repercusión en la opinión pública colombiana diera origen, en 1910, a la publicación del libro: Crueldades en el Putumayo y el Caquetá, del escritor y diplomático colombiano Vicente Olarte Camacho; que sin haber siquiera conocido el Putumayo, hizo afirmaciones superlativas sobre las calumnias publicitadas. La obra fue reeditada varias veces.
Producto de esta sincronizada campaña, desatada también por grandes medios periodísticos de Londres y Washington, la Cámara de los Comunes del entonces imperio británico, designó una Comisión Investigadora, encargándose al cónsul de S.M.B. en Belén do Pará (Brasil), Mr. Roger Casement, como delegado para conocer directamente de los presuntos graves hechos que se denunciaban.
Este agente británico viajó en dos oportunidades al Putumayo, la primera en 1910, en compañía del cónsul peruano en Manaos (Brasil), Carlos Rey de Castro, y otros; retornando a Iquitos; oportunidad en que no se advirtieron los presuntos crímenes denunciados. En esa oportunidad se tomaron las fotografías de indígenas desnudos (a quienes pidieron desnudarse, para comprobar su estado físico y detectar algún menoscabo en su salud; comprobándose su buen estado); empero, algunas de estas fotografías fueron empleadas después -descontextualizadas- para respaldar el Informe calumnioso de Casement.
En su segundo viaje trasladó desde el Putumayo hacia el Brasil, a cerca de una treintena de súbditos barbadenses -de la colonia inglesa de Barbados (analfabetos en su mayoría), a quienes atribuyó todas las declaraciones que estimó convenientes para dar soporte a su preconcebido plan de atribuir calumniosamente a la Casa Arana (sin evidencia alguna), de presuntos horrendos crímenes contra la población nativa del Putumayo. Muchos de estos barbadenses desmintieron poco después las declaraciones que les fueron atribuidas.
Los viajes de Casement al Putumayo sirvieron para dar apariencia de objetividad ante la opinión pública de la época (y persuadirlo), de haber sido “testigo ocular” de inexistentes hechos contenidos en su Informe. En realidad, fue un impostor.
COMPLOT INTERNACIONAL
Este Informe, falaz y calumnioso, de Roger Casement hecho a la Comisión investigadora del Parlamento británico, fue luego publicada y conocida como El Libro Azul Británico (1913), de amplia difusión hasta nuestros días. A esta publicación siguieron otras -coincidentes en el tiempo- como el presunto informe hecho por el cónsul norteamericano en Iquitos Mr. Charles Eberhardt, con motivo de su viaje al Putumayo
¡en 1907! El llamado Libro Blanco norteamericano, (conteniendo el presunto informe de C. Eberhardt), fue publicado ¡seis años después!, en febrero de 1913, por el Gobierno de los Estados Unidos, que, como lo reconoció el Secretario de Estado de Relaciones Exteriores inglés (1913), sir Edward Grey, dicho libro “Ha sido fraguado por la Cancillería de Washington”, como nos refiere Rey de Castro en la Carta Abierta que publicamos.
Fue el entonces presidente de los Estados Unidos de Norteamérica Willian Howard Taft (1912), quien denunciaba la existencia de “esclavitud en el Perú”, autorizando la publicación del llamado Libro Blanco norteamericano sobre el Putumayo, que además del anotado informe de C. Eberhardt, incorporaba -amplificándolo- las denuncias calumniosas de Casement y Handerburg. Esta política claramente imperialista fue continuada por su sucesor Woodrow Wilson.
Esta fue la dimensión del complot internacional urdido contra el Perú. Dos grandes potencias de la época, una en alza (Estados Unidos de Norteamérica), y otra en declive (Inglaterra), quienes pusieron en acción su enorme capacidad económica, militar y demás, así como su innegable influencia en el mundo, para favorecer los intereses colombianos en la Amazonía del Putumayo, como una forma de “compensar” y “reconciliarlo” por la imperialista mutilación del entonces Departamento de Panamá colombiano, cuya independencia fue fraguada -como se sabe, por los EEUU- para tener un control directo sobre la gran vía interoceánica del Canal de Panamá; obra que debía inaugurarse en 1914.
También se publicó el Libro Rojo del Putumayo (1912, distribuida en 1913), cuya autoría se encubre bajo el seudónimo “un testigo ocular”, que años después fue atribuida -y no desmentida- al norteamericano Walter E. Hardenburg, quien coincidentemente en el tiempo publicó otra obra con el mismo guion calumnioso: El Putumayo – El Paraíso del Diablo, editado en Londres en diciembre de 1912, y reeditado en enero de 1913. La primera edición -traducida al español- del llamado Libro Rojo fue hecha en 1913, en Bogotá.
También volvió a reeditarse en Bogotá la obra Las Crueldades en el Putumayo y el Caquetá, de Olarte Camacho, a la que hemos hecho referencia. Esta campaña fue reproducida por influyentes medios de prensa de la época en nuestro país como El Comercio y La Prensa.
En el anotado Libro Rojo del Putumayo se proclama sin rubor alguno el propósito de esta campaña de desinformación: “el territorio de Colombia [se refiere al Putumayo], ha sido usurpado por el Perú por las fuerza de las armas, y que se han llevado a Iquitos, como prisioneros, muchos de los colonizadores colombianos del Putumayo”; y reproduce la recomendación hecha por Mr. Bryce, embajador de Inglaterra en Washington, en carta dirigida a sir Edward Grey con fecha 12 de enero de 1912: “Es mi creencia que este sería el momento que el Gobierno de S.M. sugiriera a los Estados Unidos una línea de acción definida, tomada de acuerdo con los dos Gobiernos, con el fin de asegurar, una vez por todas, la supresión de las crueldades y de la opresión que por tanto tiempo han existido en el Putumayo” 1
Todas estas obras y campañas periodísticas repetían un mismo libreto: la Casa Arana es responsable de los más horrendos crímenes contra la población indígena del Putumayo, donde de asesinaron a cerca de 30,000 nativos de diversas etnias. Estos crímenes son de conocimiento del Gobierno del Perú, que no ha hecho nada para impedirlo y sancionar a los culpables.
Pero el libreto se sustentaba en dichos y manipuladas “evidencias”. Carecían de evidencias jurídicamente válidas.
La cereza que faltaba para dar verosimilitud al relato le fue proporcionada principalmente por un peruano que temporalmente se había desempeñado como juez de Iquitos en 1910 – 1911: Carlos A. Valcárcel. En un plano secundario, también colaboró con esta triste felonía, el juez accidental (suplente) de Iquitos Rómulo Paredes. Al primero de ellos me referiré sumariamente más adelante.
Como dije en anterior ocasión, el año 1910 fue especialmente peligroso para los intereses geopolíticos del Perú. Se escuchaban tambores de guerra simultáneamente en nuestras fronteras con las vecinas Repúblicas de Ecuador, Colombia, Bolivia e inclusive Brasil. Aún no estaba resuelto el contencioso con Chile, que tenían ocupado Tacna y Arica, ejerciendo soberanía en ellas; soberanía que pretendían hacerla definitiva.
El Perú, aún no se había recuperado del desastre de la guerra del 79. Teníamos graves carencias, en todos los planos de la vida del país, especialmente en el ámbito militar.

EL AMÉRICA Y EL COMBATE DE LA PEDRERA EN 1911
Nuestro grabado detalla bien de qué fácil blanco sirvió la «América», cuyo blindaje es tan débil que las balas la atravesaban de parte á parte, dándose el caso de que una bala perforara una banda del buque, una plancha de la máquina, matara al maquinista y atravesara la contraria banda. Inmóviles, indefensos, soportando el nutrido fuego sin que el propio pudiera causar daño, así permanecieron nuestros valerosos soldados, hasta que el comandante Benavides y el denodado comandante de la «América», teniente Manuel Clavero, decidieron vencer la correntada á toda máquina. Así se hizo en efecto, entre la mortífera fusilería, parte de la cual se dirigía especialmente hacia la proa para imposibilitar el manejo del timón, viéndose obligado el timonel en vista de que habían caído muertos dos de sus compañeros y era imposible permanecer de pie, á tenderse en el suelo y manejar el timón con los pies en lo más recio de la correntada.
El resto lo conocen nuestros lectores. Nuestras tropas, guiadas por los marinos de la flotilla se arrojaron al agua y atacaron bríosamente las posiciones enemigas hasta apoderarse de ellas y batir á los usurpadores y hacer prisioneros á gran número de ellos.
Estos prisioneros han sido tratados con toda consideración por nuestros soldados, y los que no fueron devueltos, como el teniente colombiano Forero, que ha declarado por carta nuestra generosa actitud, gozan de libertad, y á éste, verbigracia, se le ha proporcionado hasta empleo en una casa comercial de Iquitos (!).