LAS PANDILLAS DE NUEVA YORK.

POR: JUAN SOREGUI VARGAS

El jueves 4 de la semana antepasada, a la once de la mañana, muchas horas después de haber visto y oído un espectáculo circense de baja calidad en la plaza 28 de Julio, sentado en la banquita bautizada por los mal hablados como la de los pájaros caídos, descansando luego de  dos horas intensa de  training y absorber  una negra con leche y huevo para recuperar fuerzas, llegué a mi casa en la restinga de  las Palmas, bombardeada por los alcantarilleros, me senté en mi mecedora y prendí el televisor.

Mirando una famosa película con Leonardo di Caprio, que ilustra una parte de la historia de los Estados Unidos de Norteamérica: Las pandillas de Nueva York, donde se enfrentan por el poder de las  calles de esta ciudad y por una honra manchada, me puse a meditar.  Sentí que lo ocurrido en la plaza 28 de Julio, parecía ficción.  En las horas que estuve en ese parque, pregunté cuál era el motivo de la disputa, algunos me decían que unos querían lavar su honra, y otros hablaban de corrupción, y hasta que uno  me espetó: ¿te haces o eres? Es por la plata que entra por la explotación y comercialización del petróleo. No puede ser, ese dinero es del pueblo y para el pueblo. Cualquiera que sea el motivo, estos grupos  no pueden llegar a extremos de actuar como los de la película, unos porque les dijeron corruptos y otros defendiendo al hombre de radio.  Estamos en pleno siglo XXI, donde se supone que hemos evolucionado y existen normas y leyes que nos permiten aplicarlas para reclamar y hacer valer nuestros derechos. Si esto sigue así y los líderes de los bandos loretanos continúan atizando la candela, vamos a llegar a matarnos entre hermanos.

Es, también, responsabilidad de los que administran justicia. Sin justicia no hay paz. De una vez por todas que deslinden la inocencia o culpabilidad que tiene tal o cual denunciado, sea gobernante o no, de ahora o de ayer.   Es, también, responsabilidad de algunos comunicadores sociales de informar de mejor manera a la población. Ellos que, se  supone, conocen al dedillo el castellano, pueden utilizar sinónimos de adjetivos,  por ejemplo, en vez de decir corruptos, expresar señores cacos. Pero, quizá la mejor lección que se aprende en la película las pandillas de Nueva York, es que al final, después de destruida la ciudad, muertos casi todos los pandilleros y gente inocente, uno de los lideres sobrevivientes (Di Caprio) hace mea culpa y en una de las riberas del río, entierra su puñal de guerra y empieza una era de paz y prosperidad que hasta ahora se nota en esta ciudad. ¿No pueden hacer eso los líderes de estos movimientos, antes que se aniquilen y mueran inocentes? ¿No puede el poder judicial acelerar los procesos de denuncias por corrupción para que los ciudadanos estén claros y no confundidos? ¿No pueden utilizar los comunicadores sociales sinónimos para dirigirse a la masa?  ¿No pueden dejar de mentir los candidatos para llegar al poder y las autoridades no engañar cuando están en el gobierno? Que los demandantes presenten pruebas fehacientes que nadie les pueda refutar y no confundir al pueblo con casos sin pruebas que requieren las autoridades.  ¿Qué, pues, hay en el seno de los gobiernos? Tal vez diamantes. Pero, también hemos observado en estas acciones a hombres honestos y filósofos del desarrollo sostenible como el profesor Julio Pérez Isuiza y el doctor Américo Menéndez, entre otros que, estoy seguro, con sabiduría pondrán la calma y no se dejarán manejar por los ideólogos de los clanes, como despectivamente llamaba Napoleón a los fracasados de la revolución francesa que buscan solo  el poder, o de aquellos que quieren perpetuarse en él. Si tienen tiempo en estos días vean la película con Di Caprio que recrea una de las más feroces batallas entre pandillas y perciban lo que está pasando en nuestra ciudad. Comparen y digan si la ficción no estaría ya superando la realidad en Iquitos y aprendan de la última escena de la película, antes que derramemos nuestra preciosa sangre loretana, y que Dios quiera que los que nos gobiernen los próximos años,  no sean mentirosos, que gobiernen  con verdaderos  profesionales y técnicos con mérito y con un verdadero plan de desarrollo sostenible.