Las mujeres diaconisas

Por: Adolfo Ramírez del Aguila.
arda1982@yahoo.com

  • El papa Francisco abre las puertas a la posibilidad de una gran reforma eclesialdiaconisas diaconisas1

Lo que era un rumor  a voces, desde que Francisco asumió el papado, ahora es una gran posibilidad real. Nos referimos a que las mujeres sean diaconisas permanentes.
La toma de decisión papal, que recogen todos los medios de comunicación del mundo entero, se dio en el marco de una audiencia que hace poco Francisco tuvo con 900 superioras generales de congregaciones religiosas. Una monja le preguntó directamente: «¿Por qué la Iglesia excluye a las mujeres como diáconos?» y otra le indagó a quemarropa: «¿Por qué no constituir una comisión oficial que pueda estudiar la cuestión?»
El Papa argentino, no rehuyó a la pregunta sino que se mostró interesado, y planteó la posibilidad de formar una comisión que viera el caso en el más breve plazo. Valga la aclaración, el diaconado es el primer paso para que un bautizado (en la actualidad solo para hombres) pueda ser ordenado sacerdote. El diácono hace todas las funciones de un cura, excepto confesar y presidir la eucaristía.
En las primeras comunidades cristianas –leer la Biblia para que no quepa la menor duda– el diaconado no era exclusividad de los varones de fe, sino que también estaba permitida a las mujeres creyentes. Febe, la diaconisa de la Iglesia de Cencreas (puerto cercano a Corinto), es el caso más explícito; y tal vez Priscila y Aquila, compañeras de Pablo. Tres casos más emblemáticos del cristianismo primitivo, donde el diaconado era un servicio con toque femenino, lejos del pernicioso machismo propio del judaísmo (leer Romanos 16, 1-3).
Desde épocas bíblicas, el «diaconado», un término griego que significa etimológicamente «servicio», se le asignó a aquellos bautizados que tenían un cargo específico en la Iglesia, y según el libro de Primera de Timoteo, eran creyentes muy respetables que nunca faltaban a su palabra, ni se daban a la borrachera, ni a desear ganancias mal habidas (necesitamos diáconos en la política). Y específicamente las diaconisas como Febe, eran mujeres respetables, no chismosas, fieles en todo (lean por favor 1Tm 3, 8-13)
¿Qué pasó en el devenir de la historia de la Iglesia para que hoy en día el diaconado sea vetado a las mujeres? Hay muchas respuestas. La más sincera es que nos hemos dejado llevar por ideologías machistas que históricamente han relegado a la mujer a estados inferiores casi similares a la de un animal. En la controvertida Edad Media, por ejemplo, los teólogos discutían si la mujer tenía o no alma, imagínense. Curiosamente, la historia de la humanidad corrió ese mismo itinerario de discriminación sistemática al mundo femenino. Que una mujer sea presidenta de un país, es un fenómeno nuevo de los últimos 50 años.
Entonces, la decisión está tomada. Conociendo a este Papa, en los próximos años estaremos asistiendo a una ceremonia diaconal de una mujer y por qué no a su ordenación sacerdotal. Desde que asumió su pontificado, el año 2013, en sus primeras entrevistas a los medios del mundo, Francisco dejó entrever este gran deseo de acabar con el antievangélico machismo eclesial, cuando le dijo a un periodista: «Es necesario ampliar los espacios  para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia». Bergoglio propuso una teología profunda de la mujer para darle el rol que le corresponde tanto en la Iglesia como en la sociedad. Dijo textualmente en ese entonces: «Afrontamos hoy este desafío: reflexionar sobre el puesto específico de la mujer, incluso allí donde se ejercita la autoridad en los varios ámbitos de la Iglesia». (Ver entrevista a la «Civitta Cattolica» del 19 de agosto del 2013)
Lo que sucedió hace poco, entonces, en el encuentro en Roma con las monjas superioras, no fue más que un recordarle a Francisco sobre su promesa al inicio de su pontificado. Se nos vienen por lo tanto, días de grandes definiciones con respecto a ciertos temas prohibidos e incómodos para los sectores conservadores de nuestra Iglesia, que no toleran ningún tipo de cambio. Este asunto del rol importante de las mujeres en la Iglesia, estaba durmiendo en nuestras discusiones actuales, y en hora buena que una mujer, una monja, lo haya reabierto.
En este Mes Mariano, pedimos a la madre de Jesús, una mujer que se preocupó por la falta de vino en las Bodas de Caná (Juan 2, 1-12), nos acompañe en estos procesos de apertura y cambios en nuestra Iglesia, para llegar a ser un verdadero Pueblo de Dios en donde se elimine para siempre las discriminaciones de todo tipo.
Que el vino de la alegría, de la novedad evangélica, perdure por siempre en la Iglesia Madre y Maestra. Amén.