Por: José Álvarez Alonso
En cierta ocasión fui invitado a hacer una presentación en el auditorio Porras Barrenechea del Congreso de la República. Como el evento sufrió un retraso, me condujeron a una de las antesalas del Congreso, donde tuve que esperar como una hora. Además de observar de soslayo las reuniones de algunos congresistas con hombres de negocios con apariencia de lobbystas (por sus miradas furtivas y tono de voz bajo sospecho que sus tratos no eran muy santos) estuve mirando algunos cuadros que adornaban el recinto y vitrinas con objetos varios. Me llamó la atención una vitrina en particular: había hermosas figuras, medallas y recuerdos varios, y en todos decía algo así: «Regalo de la República X al Presidente del Congreso, Henry Pease». Había un par de vitrinas más con objetos similares, de algunos otros past presidentes del Congreso, pero los objetos regalados a Pease representaban casi la mitad del total.
La pregunta viene a la mente inmediatamente: ¿Recibió Pease más regalos que todo el resto de presidentes del Congreso juntos? Sospecho que no: todos los presidentes del Congreso, como todos los presidentes de la República, presidentes de gobiernos regionales y alcaldes, reciben obsequios protocolares cuando alguna autoridad o dignatario o delegación extranjera los visita, o cuando ellos visitan un congreso u otra autoridad en el exterior. Estos regalos no están destinados a la persona propiamente dicha, sino al cargo que ocupa, a su investidura, y en justicia no les pertenecen a ellos sino a la institución y al pueblo al que representan. Dicho de otra forma: ellos como personas no habrían recibido esos regalos si no ostentasen la alta investidura que ostentan.
El Congreso de la República ha tenido en su más de siglo y medio de vida decenas, quizás cientos de presidentes, pero sólo uno tuvo la decencia y dignidad de dejar TODOS los regalos recibidos en donde deben estar… en el Congreso. Y no me extraña que haya sido Henry Pease: se dice que es el único congresista que salió más pobre de lo que entró, pese a los largos años de servicio en esta institución tan venida a menos. Conozco también su trayectoria intachable, su sencillez a pesar de los puestos que ocupó, y sus esfuerzos por defender la democracia y a los más pobres.
Es convicción de buena parte de los defraudados electores que la absoluta mayoría de quienes aspiran a un puesto público, incluyendo el de congresista, no lo hacen movidos por un sincero deseo de servir a su patria y a su pueblo, sino de ganar dinero, obtener favores, establecer contactos para favorecer sus negocios privados, y cosas así. Hay excepciones, y Pease es una de ellas. Hay unos pocos políticos como él, con la decencia y vocación de servicio que en teoría debería tener un político, el profesional del «ejercicio del poder» (definición de Política según Wikipedia), pero son los menos. Veo que después de varios años de ausencia del Congreso Pease vuelve otra vez a postular. No voto en Lima, sino en Iquitos, pero si allí lo hiciese votaría por el ex presidente de la vitrina en la salita del Congreso.
Recuerda que eres mortal
De modo similar a lo que ocurre con los regalos a los políticos, ocurre con los honores, la atención de la prensa, las invitaciones y los sitios preferenciales en las ceremonias públicas y privadas: hay «políticos» y otras «autoridades» que se lo llegan a creer, que por su trompa bonita los agasajan, halagan, invitan y lisonjean, y no se dan cuenta de que no es a ellos sino a su cargo a quienes van dirigidos estas con frecuencia hipócritas atenciones. Y decimos ‘hipócritas’ porque más que a menudo se nota la sonrisa forzada de quienes las otorgan, trasluciendo su desdén hacia el personaje en cuestión…
Una vez que dejan el puestito y bajan al llano, estos efímeros homenajeados aprenden al caballazo que, de nuevo, no son nadie, nadie se acuerda de ellos y hasta los tratan y miran con compasión, como diciendo: mira a qué ha llegado ése, que se creía la última chupada del mango o la última coca cola en el desierto». Más humildad, decencia y sentido de lugar, y menos bacanería no les vendría mal a quienes disfrutan de un poco de efímeros poder o fama por cuenta del puestito que temporalmente ocupan.
Si alguien ha tenido a lo largo de la historia poder de verdad fueron los emperadores romanos junto con otros de su calaña en épocas antiguas: su poder era absoluto e incuestionable, decidían sobre vidas y haciendas de sus súbditos, y eran divinizados como si de dioses en la tierra se tratase. Se dice que algunos emperadores romanos tenían un esclavo a su lado que les repetía constantemente: «Recuerda que eres mortal». Esto, para evitar que se endiosasen de tal modo que se alejasen de la realidad. Aunque en este incipiente siglo XXI no tenemos ya emperadores, sí tenemos diositos e idolitos criollos a los que se les ha subido a la testa su pequeña migaja de poder, fama o dinero. Se creen omnipotentes, omniscientes y merecedores de honras y prebendas, en su pequeño y efímero puestito, o con su platita habida malamente.
Eso que decía el esclavo al emperador habría que escribirlo en las sillitas de todos esos subidos al palto, temporales y coyunturales detentadores de efímera fama y poder, para que no se lo crean, se recuerden representantes temporales de una elección popular, sepan realmente servir al pueblo al que representan, y cuando caigan el golpe no sea tan brutal.





