El Padre Gonzalo González sabía bastante de la selva, como que había vivido años en Santa Rita de Castilla y viajado durante varias décadas por los ríos y quebradas de Loreto. De familia campesina en su nativo León, cuando llegó de joven misionero a Santa Rita se propuso hacer producir la tierra y trabajó como si de un campesino más se tratase: crió ganados, plantó frutales, sembró y cultivó por aquí y por allá en la restinga donde se asienta Santa Rita, hoy vueltos a reclamar por el caprichoso río, pues cada pocos años el pueblo tiene que desplazarse restinga adentro debido al «barranco».
El P. Gonzalo agarraba su machete como cualquier campesino y se ponía a cultivar el ‘matapasto’, a matar los nidos de isula y hormigas bravas que molestaban al ganado, y se enfrentaba con los enemigos más acérrimos: los «mashos» o vampiros, que enflaquecían a las reses de tanto chuparles, y hasta mataban algunos terneros. Una vez le escuché contar cómo luego de intentar diversas estrategias, incluyendo la de jugosas propinas a los muchachos del pueblo para que encontrasen y destruyesen los nidos de los mashos (árboles huecos donde se refugian en el día), la única que tuvo éxito fue trasladar al galpón donde dormían las vacas a una gata con sus gatitos recién nacidos: a la mañana siguiente amaneció con un montón de mashos al lado de su camada, y en pocos días desaparecieron de la zona y no volvieron a molestar a las vacas por buen tiempo.
Cabe resaltar que los suelos de la restinga de Santa Rita, arrastrados por el río Marañón desde los Andes, son bastante fértiles en comparación con los pobres suelos de altura que predominan en Loreto. A pesar de eso, luego de deslomarse y agarrar montón de enfermedades, el Padre Gonzalo se convenció de que ni la agricultura ni la ganadería tenían mucho futuro en la selva. Solía decir: «La selva está hecha para selva; lo único que se da bien son los árboles». Sabia afirmación que luego corroborarían sesudos estudios y numerosos experimentos, que muestran la pobreza de la mayoría de los suelos amazónicos, lo que sumado a la proliferación de plagas debido a la temperatura y humedad excesivas, y otras limitaciones (donde no son menores las socioculturales) impiden el desarrollo de una industria agropecuaria tradicional competitiva y sostenible.
«La mejor prueba de que en la selva no tiene futuro la agricultura tradicional es que no hay ningún chino cultivando la tierra por acá: llegaron un montón a la selva, en la época cuando traían culíes para las plantaciones de caña y arroz de la costa, pero no hay ninguno en la chacra, todititos están en la ciudad. En otras regiones hay chinos que se han hecho ricos con la agricultura», sentenciaba el sabio padrecito.
La Amazonía peruana está plagada de proyectos agropecuarios fracasados, que trataron de replicar al oriente de los Andes la visión agropecuaria de desarrollo copiada del Ande o la Costa.
Los que han funcionado o están funcionando ocurren mayormente en ceja de selva y selva Alta, donde pese a las altas pendientes ocurren suelos mucho más fértiles, climas más benignos, y se han asentado colonos andinos con una sólida cultura agropecuaria.
Un ejemplo de estos proyectos fracasados es el del Proyecto Pichis-Palcazu, impulsado en época de la euforia colonizadora y agrarista posterior a la apertura de la Marginal de la Selva (la farra de los créditos chicha y las titulaciones de bosques a mansalva para fines agropecuarios). Pese a que en esas zonas los suelos son algo mejores que en la selva baja, y la mayoría de los protagonistas fueron colonos de origen andino, los resultados esperados son deprimentes, luego de millones invertidos, decenas de miles de hectáreas taladas, y fortunas mal habidas gracias al tráfico de créditos, tierras y maderas.
El lúcido analista amazónico Guillermo Andrade, agrónomo de formación pero no casualmente convertido al manejo forestal en sus últimos años, ha descrito los entretelones de este drama en su obra todavía no publicada «Selva de burócratas», que he tenido el privilegio de leer (espero que lo tengan pronto el montón de iluminados que todavía creen en el desarrollo agropecuario de la selva baja). Con el permiso del autor reproduzco aquí algunos párrafos sobre el proyecto Pichis-Palcazu, donde el autor trabajo y dejó sus energías juveniles allá por los años 80. Esperemos que la profecía de René de Chateaubriand que él cita en el libro, no se haga realidad en Loreto: «Los bosques preceden a las civilizaciones, los desiertos las siguen».
«En las mentes costeña y serrana, las tierras de selva son «libres» si están cubiertas de bosques; sólo cuando ha desaparecido su cobertura admiten que tienen «dueño». Esa lógica simplista no la admiten si con ellos reflexionamos sobre los arenales de costa o cerros de sierra, en tanto no soportan cultivos ni crianzas, carecerían de propietario. La errada concepción -por añadidura, generalizada- es resultado del añejo accionar colonizador, interno y externo, agravado en extremo por el Presidente Belaúnde. Mientras no se enfrente sostenidamente esa aberración cultural, los bosques de la Amazonía estarán en peligro no sólo por las medidas políticas de los gobiernos sino, también por todos los ciudadanos que crecen en semejante adoctrinamiento». (Selva de Burócratas, p. 56)
«Estoy persuadido, si luego de 23 años (1988-2011) hiciéramos una peritaje a ese asentamiento (del Proyecto Pichis-Palcazu), concluiríamos que en sus 65,560 Ha no ha quedó asentado ningún colono, tampoco se instaló alguna industria agro-forestal, por cierto, tampoco ha quedado en pie ningún árbol maderable de especie comercial, menos un kilómetro de carreta afirmada y, quién sabe si, hasta hoy, con ese cuento, no de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, sino del popular Las mil y una noches, con Ali Babá y sus cuarenta ladrones, cuyos émulos peruanos han aprendido ante qué dependencia pública y quién decir las palabras mágicas: «Ábrete, Sésamo», para continuar con la rapiña de los recursos naturales del país». (Ídem p. 61)
Otro gallo cantaría si se hubiese impulsado una industria basada en el manejo forestal, según Andrade: «A causa de la búsqueda de lo inmediato y fácil (…) Ha quedado una población abandonada a su suerte, cuando ella debió ser, tras treinta años de iniciada su colonización, lugar de pujante actividad junto a von Humboldt, Puerto Zúngaro, Puerto Inca y San Alejandro. También quedaron quienes, ante el fiasco, optaron por lo peligroso, producir droga. Hoy estaríamos a escasos años de iniciar la cosecha de los primeros cedros o caobas sembrados. Que no se diga entonces ¿Quién va a esperar 30 años para cosechar lo sembrado? Ya esperamos ese tiempo, esperamos para nada, porque nada sembramos, nada habremos de cosechar. Sin embargo, nunca es tarde. Los chilenos, argentinos, uruguayos y bolivianos, para hablar sólo de nuestros países vecinos, no esperaron en vano, por eso hoy Chile exporta por 2,000 millones de dólares anuales; mientras el Perú sólo 200 millones, todos extraídos –sin siembra alguna- de nuestra Amazonía». (Ídem p. 69)
Algunas empresas están gestionando actualmente en Loreto la adquisición de grandes extensiones de áreas cubiertas de bosques para establecer monocultivos, especialmente de palma aceitera. Hay candados legales que impiden que extensiones de bosques sean taladas para fines agrícolas, salvo que se trate de los pobladores locales para fines de subsistencia. El Perú se ha comprometido ante la Comunidad Internacional a proteger sus bosques y a reducir significativamente la tasa de deforestación (0 en el 2021). Según la Ley Forestal el bosque es patrimonio de la Nación, y no puede ser dado en propiedad a particulares, ni los suelos con aptitud forestal pueden ser dedicados a fines agropecuarios. Adicionalmente, conociendo lo que ha pasado en otros lugares como los descritos por Andrade, ya podemos avizorar lo que pasará luego de unos años en esos hoy densos bosques si su proyecto llegase a prosperar. Dios nos libre.