Por: José Álvarez Alonso
Hay algunos ilusos que todavía creen que todos los problemas de este mundo se pueden solucionar con la ciencia y la tecnología. Pero este Planeta Azul que es nuestro hogar, y la Madre Naturaleza que lo rige, tienen sus límites y leyes, y según los más serios científicos, no estamos lejos de sobrepasarlos. Síntomas claros de esto son el cambio climático y la llamada «Revolución Verde» iniciada en los años 60, ésa que un día se pensó acabaría con el hambre en el mundo; lo que ha causado, en cambio, es la contaminación de los suelos y de los cuerpos de agua por el uso masivo e irresponsable de los agroquímicos, especialmente fertilizantes sintéticos, herbicidas y pesticidas, y la erosión de la biodiversidad con el abuso de los transgénicos y los monocultivos.
Los efectos de la Revolución Verde, digna nieta la Revolución Industrial dos siglos más vieja, se aprecian cada vez más: un ejemplo de esto es la incontenible desaparición de las abejas en los países del hemisferio norte. Mi hermano Jesús, apicultor aficionado, me ha explicado el drama que sufren tanto los que se dedican a esta actividad milenaria en Europa, sino los agricultores que dependen de la valiosa función polinizadora de las abejas para fecundar sus cultivos. Lo que se ha dado en llamar «el síndrome de la colmena vacía» empezó hace unos cuatro años en USA y hoy se ha extendido a toda Europa Occidental, India, China, y la mayoría de los países desarrollados, con pérdidas medias anuales de más del 308% de las colmenas. Por ejemplo, en el invierno 2006-2007, un 25% de los apicultores norteamericanos sufrieron pérdidas de colmenas del 45% en promedio.
La progresiva debilidad de las abejas parece muy relacionada con los monocultivos en EEUU y otros países, que exigen la presencia de gran número de colmenas para la polinización; existe un tráfico gigantesco de colmenas de un sitio a otro, lo que crea un caldo de cultivo extraordinario para la transmisión de todo tipo de enfermedades. Para responder a la demanda se fabrican industrialmente colmenas, sobrealimentadas e hipermedicadas, como los pollos de granja; las abejas son cada vez más débiles genética e inmunológicamente (las reinas no viven más allá de 11 ó 12 meses, cuando lo normal es que vivan 4 ó 5 años), lo que engorda el círculo infernal.
Nadie sabe a ciencia cierta la causa: algunos científicos citan una posible interacción de patologías pre existentes en las abejas con nuevos patógenos, con los pesticidas y con otros contaminantes, junto con los nuevos métodos de producción industrial -especialmente la alimentación suplementaria de las abejas-. No falta quien eche la culpa al cambio climático o a las radiaciones de los móviles. Si las tendencias siguen como están, algunos científicos auguran una desaparición total de las abejas melíferas en dos o tres décadas. Parece que muchas otras especies de abejas salvajes están sufriendo el mismo proceso, pero no se sabe en qué medida, pues no hay estudios anteriores.
¿Un mundo sin abejas?
La desaparición de las abejas sería una catástrofe no sólo para los que gustan de la miel y otros productos de las abejas, sino para el medio ambiente y para la agricultura. Las abejas cumplen una insustituible función como polinizadoras de muchas especies arbóreas y herbáceas, incluyendo cerca de un centenar de frutas y verduras cultivadas que sirven para la alimentación humana o para la industria. Según un estudio, los servicios que prestan a la agricultura global están valorizados en más de doscientos mil millones de dólares al año.
Un ejemplo como ilustración: sólo las plantaciones de almendros de California, de más de 300,000 ha., movilizan 1,4 millón de colmenas, alquiladas por los agricultores durante la floración. Para una adecuada polinización requerirían del 80% de las colmenas del país. Como no disponen de ellas, la producción de fruta decae cada año. Hace unos años alquilar una colmena por un mes costaba menos de 40 dólares. Ahora ese precio varía entre 150 y 200 dólares, y sigue subiendo. EE. UU. está ya importando cientos de miles de abejas al año desde Australia. Ante la catástrofe que se cierne sobre la agricultura comercial en EE. UU. algunos científicos ya están hablando de crear abejas genéticamente modificadas para hacerlas resistentes y más productivas, con los peligros que esto conlleva.
Según algunos científicos, la abeja, por sus características de alimentación, es muy sensible a la presencia de sustancias dañinas, incluso residuales, y la desaparición creciente de las colmenas es el síntoma de un futuro nefasto para el Planeta si no se corrigen los errores y abusos del desarrollo agrícola y de la biotecnología.
En resumen, las abejas europeas, que han endulzado la vida a los antiguos judíos, incluyendo a San Juan (que se alimentaba de langostas y miel de abejas) y probablemente a Jesús, y a todo el mundo occidental hasta la aparición de la azúcar refinada, están en grave peligro, y esto es una señal de alarma que hay que tomar muy en serio. Porque si ellas desaparecen, no sólo se perderán muchas cosechas: detrás de ella probablemente desaparecerán otros animales y plantas, y tarde o temprano les seguiremos nosotros.
La solución a la crisis de las abejas puede que esté en la vuelta a los sistemas productivos tradicionales, menos rentables económicamente a corto plazo, pero mucho más sostenibles social y ambientalmente, y también económicamente, en el largo plazo.
Si hay un lugar donde todavía no han llegado -¡todavía!- las plagas del desarrollo «agroplaguicida y transgénico» es en la Amazonía baja (en la Selva Alta se usa cada vez más agroquímicos para los cultivos comerciales y para la coca). Frente a quienes postulan la transformación de la Amazonía en un inmenso campo de agrocombustibles y otros monocultivos, y tratan incluso de cambiar leyes para retirar la protección legal a los bosques amazónicos (la infausta Ley 1090, con sus 34 muertos en Bagua, es un ejemplo de su poder y ambición), debemos promover el uso de tecnologías limpias, revalorar los sistemas tradicionales indígenas, limpios, orgánicos y sostenibles, promover el uso del bosque en pie, y la agregación de valor a los productos naturales de la biodiversidad.
No siempre el progreso está hacia delante o en lo más moderno: hay que aprender a recuperar también algunos de los hábitos y tecnologías de los antiguos. Los indígenas amazónicos tienen mucho que enseñarnos para vivir en armonía con el medio.