Por: José Álvarez Alonso.
Quizás no haya otro recurso natural más estratégico para la región Loreto que el pescado. Gracias a la productividad natural que todavía conservan cochas, quebradas, caños y tahuampas, la mayor parte de las familias rurales más pobres pueden todavía acceder a proteínas y grasas saludables y baratas. Siendo tan importante ese recurso, sin embargo, su gestión ha recibido poca atención por parte de las autoridades en comparación con, por ejemplo, el recurso forestal, o con la acuicultura.
En los últimos meses tuve oportunidad de visitar un número de comunidades en diversas cuentas de Loreto, y de disfrutar de pescado fresco, un lujo que aprecio sobremanera como loretano adoptivo. ¡No hay pescado más sabroso en el mundo, ni más saludable! Pero más que un insumo gastronómico de lujo, hay que ver el pescado amazónico como una de las principales alternativas para combatir la gravísima lacra de la desnutrición crónica infantil y la anemia que asola nuestras comunidades. Estas lacras afectan a más de la mitad de los niños indígenas loretanos, hipotecando su potencial de desarrollo personal en la vida adulta y, de paso, limitando el potencial de desarrollo futuro de la región. Las soluciones basadas en la distribución de suplementos como el sulfato ferroso han demostrado muy poca eficacia, por su poca pertinencia cultural (hay una alta tasa de rechazo por las familias indígenas) y poca sostenibilidad (no abordan la causa del problema, que es la escasez de hierro en la alimentación).
Luego de más de una década de trabajo en Lima, aunque con viajes frecuentes a otras regiones del Perú (no tantos a la selva), me sorprendió gratamente constatar que todavía el pescado sigue siendo un recurso muy importante para la alimentación familiar. No en todas las comunidades, por supuesto. En las orillas de grandes ríos, como el Marañón y el Amazonas, donde el acceso desde las ciudades es más fácil y la presión de pesca comercial es más intensa, se notan los impactos de la sobre explotación, y probablemente de la degradación de los ecosistemas acuáticos, tanto por deforestación en las riberas como por contaminación de diversas fuentes. La gente se queja de la escasez de pescado, y recurre con frecuencia a alternativas comerciales como el pollo y el huevo provenientes de la ciudad, que están fuera del alcance de las familias más pobres.
El desembarque de pescado en los puertos de las ciudades loretanas, que es monitoreado por la Dirección Regional de la Producción y el IIAP, oscila actualmente entre unas 7 mil a 10 mil TM al año, muy lejos de los volúmenes de los años 80, en que los desembarques casi duplicaban esas cifras: Bayley y otros expertos (1992) calcularon en unas 80 000 TM el rendimiento pesquero de la Amazonía peruana en los años 80, correspondiendo un 75 % a la pesca de consumo, y un 25 % a la comercial, esto es, unas 20 000 TM, de las que tres cuartas partes correspondían a Loreto.
Sin embargo, hubo un pico de desembarque entre los años 2009 y 2011, cuando casi se duplicaron las cifras, debido probablemente a los famosos créditos pesqueros impulsados por el Gobierno Regional de entonces. Estos créditos se tradujeron en un incremento del esfuerzo pesquero (se apoyó la compra de redes, botes y motores) sin estar acompañados de un fortalecimiento de la gestión; es obvio que esto no era sostenible, y al poco las cifras de desembarque bajaron a los niveles anteriores. La creciente récord del año 2012 ayudó a mitigar el impacto de la sobrepesca, dando un respiro a las maltrechas poblaciones de peces, que se refugiaron en las tahuampas durante los largos meses de inundación.
Un dato que resaltan los investigadores, además, es que aunque aparezcan niveles todavía bastante altos de desembarque, las especies desembarcadas en los últimos años han cambiado respecto a las que dominaban los desembarques en los años 80: la gamitana, el paiche, el dorado y el paco, especies muy valoradas y que dominaban los desembarques en esa época, han sido sustituidas en gran medida por especies de menor tamaño y ciclos reproductivos más cortos, como el boquichico, la llambina, la palometa, el maparate o la ractacara. Este es un típico indicador de sobre explotación de un ecosistema.
Aunque hay esfuerzos en formalización y capacitación de pescadores, y en la formulación y aprobación de un número de programas de manejo pesquero (PROMAPE) en ciertas cuencas, además de ciertas medidas de ordenamiento pesquero, como tallas mínimas de pesca de ciertas especies, vedas de pesca, y normas sobre artes y aparejos de pesca, es obvio que falta mucho por hacer para mejorar la gestión de un recurso tan estratégico.
Un tema pendiente es la actualización del Reglamento de Ordenamiento Pesquero de la Amazonía (ROPA), que lleva en revisión desde hace unos 13 o 14 años. Pese a las presiones de los gobiernos regionales a amazónicos, el Ministerio de la Producción no culmina un proceso que podría adecuar la gestión pesquera a los nuevos retos y a la realidad amazónica. Mientras tanto, hay muy buenas experiencias de gestión pesquera eficiente en ciertas zonas, donde las comunidades organizadas han tomado el control de la pesca en sus zonas de influencia.
Un caso muy reconocido es el del lago Rimachi, o Musa Karusha, donde el pueblo Candozi expulsó hace años al Ministerio de Pesquería para liderar ellos la gestión de la pesca en el lago, con gran éxito. Actualmente venden entre 50 y 60 TM de pescado fresco congelado en San Lorenzo y Yurimaguas, a través de la organización comunal Katinbash. Otros casos emblemáticos son los de las comunidades de la cuenca del río Tahuayo, y de las cuencas del Ampiyacu y Apayacu. Este modelo de cogestión, o gobernanza local participativa, es una de las innovaciones que se está tratando de incluir en el nuevo ROPA, aunque hay resistencia de algunos funcionarios que siguen todavía creyendo en una gestión centralista y burocrática, cuyas debilidades están más que demostradas.
El cambio del modelo de pesca comercial de los años 80, donde medio centenar de grandes “botes congeladores” lideraban los desembarques, a un modelo actual más “inclusivo”, donde cientos de comunidades pesqueras embarcan su pescado en lanchas y botes de pasajeros, es una oportunidad para promover modelos de gestión pesquera más participativos y descentralizados. La gestión local es mucho menos susceptible de caer en excesos como, por ejemplo, el empleo de métodos de pesca destructivos que diezmaron las pesquerías y crearon tantos conflictos entre pescadores comerciales y comunidades. Esos métodos, que incluyen el uso de tóxicos y explosivos, y el uso indiscriminado de redes honderas y arrastradoras (tan dañinas para los mijanos y en ciertas cochas en época de vaciante) deben ser extirpados. Eso lo han logrado ya las comunidades organizadas mencionadas más arriba, y ese modelo debería ser replicado en toda la región.