Los concursos para plazas laborales en ciertas entidades públicas no son de confiar, puesto que es un secreto a voces cómo todos los espacios ya tienen un ganador antes del proceso, representando así otra de las tantas formas de corrupción que se han normalizado en el sistema peruano.
Esto es un atentado contra quienes se presentan a las convocatorias de buena fe, si es que logran enterarse de las mismas, porque una de las tácticas era hacerlos públicos entre gallos y medianoche, y cerrarlas cuando apenas se empiezan a enterar los probables postulantes ajenos al fiasco.
Y el escenario tiene una doble moral gigantesca, porque los que estando en el poder político y de gobernanza comenten estas ilegalidades, bajo la consigna de meter a su gente, les parece que es correcto. Mientras los opositores de turno lanzan el grito al cielo y hacen las denuncias públicas.
Pero, vaya sorpresa cuando quienes estando en la oposición logran llegar al poder, se olvidan de lo que criticaron y condenaron y hasta denunciaron, y pasan a hacer lo mismo y hasta de peor forma. Y ahí no termina, los ex que gobernaron estando de vuelta en la oposición critican con dureza lo que antes ellos mismos hicieron.
Se turnan, y no hay cómo acabar con estos fiascos. Se frenan sólo cuando se presentan denuncias y si son públicas resultan más eficaces para la intervención de las autoridades correspondientes, pero si no suceden reclamos aquí no pasa nada, y se siguen cometiendo atropellos contra una cultura de transparencia y decencia, afectando la igualdad de oportunidades.
La prevención de ilegalidades, para este tipo de procesos de concursos de plazas laborales tendrían que implementarse de forma que resulte eficaz, donde ingresen los que merecen conforme al derecho, a su preparación académica y capacidades.