Por: José Álvarez.
Saúl está siempre sonriendo. Lo he observado por horas, porque hemos estado ambos en el congreso anual de la Asociación Uare Yojuna, que agrupa a los criadores de abejas nativas del Pueblo Maijuna. El congreso se realizó recientemente en la comunidad de Sucusari, en el bajo Napo, y congregó a buena parte de las más de 40 familias maijuna que crían esas abejas. En cierto momento, aprovechando un descanso, le pregunto a Saúl si es feliz, y no demora ni un segundo en contestarme: “Sí”, con un aplomo y energía que me dejó sorprendido.
Saúl es criador y promotor de la cría de abejas nativas, con su esposa Loida. Ambos viven en la comunidad de Nueva Vida, en la quebrada Yanayacu, en el Napo. La cría de abejas les está cambiando la vida. Tienen como medio centenar de colmenas, de diferentes especies, y además de capacitar a otras familias interesadas en la actividad, venden la miel en Iquitos a través de la asociación, a unos 170 soles el litro. Estas ventas suponen la mayor parte de sus ingresos económicos, según me informa Loida, que afirma que gana algo más de platita vendiendo algunas artesanías. “Con la venta de la miel pagamos la mayor parte de nuestros gastos, la comida no nos cuesta en la comunidad.” Saúl complementa lo que dice su esposa: “Tenemos lo que necesitamos, ¿para qué más?”
Everest, el apu de la comunidad maijuna de Sucusari, también criador de abejas, me comenta que él probó la vida fuera de la comunidad. En 2017, invitado por un pariente que tenía en Pucallpa, se fue para allá en busca de trabajo, para juntar algo de plata. Allá trabajó para una conocida empresa que cultiva palma aceitera. Su trabajo era polinizar manualmente las flores de las palmeras en una plantación. Junto con su cuadrilla, tenían que cumplir con la tarea de polinizar 33 “cuadras” al día, había días que les tomaba más de 12 horas diarias según me dijo, de 5 am a 6 pm. El pago era significativamente superior a los ingresos promedio de una familia en su comunidad (unos 1200 mensual), pero apenas duró ocho meses en esa chamba.
Echando cuentas de lo que gastaba en comida, alojamiento, etc., y lo duro que era el trabajo en las plantaciones, decidió que vivía mejor en su comunidad. “Aquí es mejor, no tengo tanta plata, pero tampoco necesito mucha, porque aquí tengo mi casita, no tengo que pagar alquiler, tengo mi chacra, tengo la quebrada para pescar, el monte para ir a cazar cuando quiero comer carne, tengo todo lo que necesito”, me comentó sonriendo. Me explica que con la creación del área de conservación regional Maijuna – Kichwa, hace siete años, los recursos han aumentado significativamente, y pueden encontrar animales para cazar y peces para pescar en abundancia cerca de la comunidad.
Los maijuna, junto con sus aliados los kichwa del Napo, están organizados en grupos de vigilancia que controlan el acceso al área, que antes era saqueada a discreción por madereros, cazadores y pescadores, todos ilegales. Yo tuve la oportunidad de visitar sus comunidades y trabajar con ellos hace años, y he podido comprobar esto en persona, cuando he vuelto luego de una década a visitar sus comunidades. En mis primeras visitas me sorprendió la gran escasez de pescado, pese a ser una zona bastante alejada de Iquitos. Cuando les pregunté por qué no había más, me dijeron que los madereros echaban barbasco en las cabeceras, matándolo todo. Hace años que no entran madereros, y los cazadores y pescadores de comunidades vecinas solo pueden ingresar al área con artes de pesca aprobados y tienen cuotas establecidas, de acuerdo con el plan maestro del área.
Duglas, hermano de Everest, es otro “abejero” entusiasta, presidente de la asociación de los criadores de abejas del pueblo maijuna. Tiene más de 70 preciosas colmenas, todas bien ordenadas y pintadas de rojo, en el patio detrás de su casa. Se nota el cariño que les tiene a sus “uare”, abejitas en maijuna. Conoce el nombre científico y maijuna de cada especie, sus hábitos y carácter. Algunas son más mansas que otras, aunque todas son manejables, no pican porque no tienen aguijón, a diferencia de las abejas italianas. Duglas me comenta que prácticamente la totalidad de sus ingresos familiares provienen ahora de la actividad de cría de abejas.
“Hace años teníamos que internarnos por semanas en el monte a sacar madera, o a mitayar para hacer algo de platita. Sufríamos duro para ganar una miseria”, me dice. Ahora es más fácil con la miel, no tiene que moverse de casa, y la asociación tiene expectativas de poder vender en el próximo futuro directamente a compradores del extranjero, donde pagan ese tipo de miel más de 300 dólares el litro.
Duglas viajó a Lima hace unos días para participar en la rueda de negocios organizada por la Cámara de Comercio de los Pueblos Indígenas del Perú, donde tuvo ocasión de conocer a otros emprendedores indígenas y contactar con potenciales compradores de la miel maijuna. Además de vender toda la miel que había llevado a Lima, diez empresas mostraron interés en sus productos y le dieron sus contactos.
Su mayor preocupación ahora es el proyecto de carretera que atravesaría su territorio hacia el Putumayo. Ninguna de las comunidades y organizaciones, maijuna y de otros pueblos indígenas, cuyos delegados estuvieron como invitados en el congreso de la Federación de Comunidades Nativas Maijuna – FECONAMAI, realizado también en esos días en Sucusari, está de acuerdo con dicho proyecto, que ven como la peor amenaza para su estilo de vida y su futuro. Algunos dirigentes explican que ya conocen el “desarrollo” que traen las carreteras en la selva, han visitado la carretera Interoceánica en Madre de Dios, y no quieren que pase lo mismo en su tierra. Apuestan más por la alternativa de manejar sus bosques, impulsando bionegocios como el de la cría de abejas, las artesanías, o el manejo de frutos de palmeras. Saben que tienen aliados, que los mercados internacionales buscan productos como los que ellos pueden venderles y que hay leyes que los amparan.