POR: JUAN SOREGUI VARGAS
En 1979, el señor Samoa, presidente de la FAO, definió muy bien uno de los elementos fundamentales que hacía fracasar los programas de desarrollo rural en África y otros países subdesarrollados y él lo llamó «El turismo rural». No se refería al turismo de aventura o gastronómico, sino a lo que los promotores del desarrollo hacían: no vivían con los comuneros o pobladores y cuando se expresaba a vivir, él involucraba no solo el estar de paseo en tal o cual pueblito que había sido elegido para créditos o capacitación. No, él indicaba que el promotor debe estar en ese caserío y sus alrededores en cuerpo, mente y alma. Participar de sus trabajos comunales, de sus comidas, de sus bebidas, de su cultura en un intercambio positivo, estar en la siembra, pescar con ellos, supervisar y revisar cada día los cultivos, enseñar aprendiendo con ellos, transponiendo las fronteras de vivencias y, al final educar al beneficiado con los créditos y con la capacitación para manejar su producción tanto para autoabastecimiento y para comercialización.
En 1980, cuando con el biólogo James Beuzeville Zumaeta iniciamos la promoción de la piscicultura en zonas de frontera y rurales, contratamos profesionales y técnicos egresados de diferentes universidades con el compromiso de ir a vivir en tal o cual caserío elegido previamente para el establecimiento de las piscigranjas. Les explicamos el perfil de promotor que queríamos y firmaron un documento de compromiso que ellos iban a vivir en la zona hasta por lo menos el primer año de cosecha, preparando promotores rurales nativos. Muchos no quisieron, porque querían ir solo a estar dos días y después de pasearse regresar a Iquitos a cobrar. Otros se iban y regresaban porque no querían vivir de la manera en que vivían los beneficiados con el crédito y la capacitación. Algunos de ellos se quedaron no solo un año, sino hasta dos y no solo se dedicaron a la piscicultura, sino que aprendieron a realizar cultivos agrícolas y evaluar las pesquerías de las cochas y quebradas. Ellos nos agradecieron al final del programa, porque incluso los técnicos y motoristas una vez salidos de trabajar de pesquería se volvieron expertos asesores independientes en construcción de estanques y crianza de peces de consumo, ganando mucho más que la burocracia estatal. En este caso la consolidación de la acuicultura en la mayoría de estas zonas fue gracias al trabajo del promotor comprometido con la comunidad, en una especie de filosofía religiosa.
Estoy casi seguro que lo que dice Samoa, es lo que ocurrió en este buen intento de región productiva: hubo mucho turismo rural. Una vez hace dos años, encontré en Nauta a un profesional que se dirigía a una comunidad del río Corrientes. Era un promotor acuícola, iba en un potente deslizador. Lo saludamos un lunes y lo volvimos a encontrar el viernes de la misma semana. Le preguntamos qué pasó y nos contestó que se había demorado en el viaje más de dos días y que trabajó solo una mañana y tenía que regresar porque no había donde dormir. Eso es lo que se llama turismo rural. Es posible que en este fracaso de los créditos agrarios para el desarrollo rural, esto haya ocurrido con la mayoría de los promotores: viajaban más de lo que trabajaban con la comunidad y no como habíamos establecido nosotros conforme al pensamiento de Samoa, un perfil de promotor que tenía que vivir en la zona asignada. Es por eso, quizá que prendió en algo la piscicultura en esas zonas y que toda esta experiencia fue volcada de una manera muy sencilla y didáctica con 140 dibujos y con lenguaje amazónico en un libro llamado «Historia de una piscigranja», cuyo autor fue el suscrito y el dibujante Carlos Chu, presentado por el padre José María Arroyo, publicación financiada por AECI en 1993 y apoyada por el doctor Jorge Sánchez Moreno, en esa época presidente del GOREL.
Es posible que existan otros elementos (mala selección de tierras y cultivos, posibles malos manejos administrativos, falta de una buena supervisión) que hayan hecho tambalear este buen intento de desarrollo rural (analizarlos nos ocuparía varias páginas), pero con nuestra experiencia y lo que vimos y escuchamos de los mismos promotores de este programa, es que como dijo Samoa en 1979: Solo se hizo turismo rural. Dos libros, además de este artículo y el discurso de Samoa, que les recomendaría leer es La Pedagogía del Oprimido de Paulo Freyre y la Historia de una piscigranja, y de vez en cuando las autoridades saber escuchar y no contraer el síndrome de Calígula, contratar profesionales por mérito y seleccionar mejor a los promotores del desarrollo y no a los turistas rurales.