– Hace 30 años, un santo, el papa Juan Pablo II, visitó la ciudad de Iquitos:
Por: Adolfo Ramírez del Aguila
arda1982@yahoo.es
1985-2015. Han pasado ya 30 años, desde que un avión trajo desde el cielo a un ilustre visitante: Juan Pablo II. Personalmente, no tuve el gran privilegio de estar en esa apoteósica concentración, aún no vivía en Iquitos. Sin embargo, quiero compartir los testimonios de algunos protagonistas presenciales de este hito histórico en el devenir de nuestra Amazonía Peruana, a quienes pido permiso para enriquecer este artículo-memoria.
En una conversación espontánea, tuve la oportunidad de hablar con el Padre Ángel Pastor Aparicio, uno de los curas que organizó esa visita inolvidable. Cuenta el padre Pastor, que la visita a la selva no estaba en la agenda oficial, fue una decisión personal del Papa a último momento. Un agente eclesial al otro lado del teléfono, dio la noticia: «El Papa va a ir a la selva» Y fue todo un loquerío armar en pocos días el gran acontecimiento. Iquitos, fue la ciudad amazónica que el pontífice eligió para ser el pueblo elegido.
Y como para creer hay que ver, los loretanos venidos de todos los rincones de la vasta Amazonía, acudieron a la cita para ver al Papa en persona y escuchar su voz sin intermediarios. Ya se le había escuchado y visto –en nuestros pocos televisores sin control remoto que había en la ciudad– de su recorrido por Ayacucho, Arequipa, Lima y otras ciudades del Perú; pero era la oportunidad de verlo cara a cara.
Poniendo a prueba de fuego la alta capacidad de organización que siempre ha tenido nuestra Iglesia iquiteña, todo había quedaba listo para ese irradiante día Martes 5 de febrero. Los loretanos comentaban: «quizá nos moriremos sin conocer un Papa, es nuestra oportunidad de romper el conjuro». En ese entonces, el Obispo de nuestro Vicariato de Iquitos, era el Monseñor Gabino Peral de la Torre (que en paz descanse); el Alcalde de nuestra ciudad, Rony Valera Suárez; el Presidente de la República, el Arquitecto Fernando Belaunde de Terry, en sus últimos meses de gobierno. Eran tiempos electorales para elegir a un nuevo presidente. El terrorismo en Ayacucho preocupaba y la crisis económica golpeaba a los pobres del Perú. El joven Alan García Flores era el favorito para ganar las elecciones generales en Abril de 1985.
Y como para ver y no creer, la blanca figura del Papa polaco, descendió por las escalinatas del avión, y todos gritaban dando vivas al ilustre huésped, cantando: «Los hijos de la Selva». Como no pude ser testigo presencial de este gran momento, mientras escribo este especial, estoy mirando las fotos que ha publicado el pasado domingo, el suplemento «Somos» del Comercio, sobre esta visita a Iquitos. Contemplo la foto que dio la vuelta al mundo, en donde el sumo pontífice abraza a una mujer nativa que cargaba a su niña de dos años, hoy esa niña ya tiene 32 años. Sigo observando la foto, atrás está la pelada figura de Monseñor Gabino, con sus clásicos lentes grandes; rodean al Papa en el estrado, una delegación de indígenas tocando su didín y su quena. El Papa está con su estola roja, sonriendo a estos privilegiados pobladores que nos representaron. Mejor miren la foto para recordar, porque recordar es volver a vivir.
Esos nativos y sus descendientes, son los mismos que hoy, después de 30 años, siguen luchando para que la Amazonía deje de ser contaminada y destruida por las empresas petroleras, que se niegan miserablemente a asumir los pasivos ambientales de mas de 40 años de actividad voraz y saqueadora. Esos mismos nativos y sus descendientes, recuerdan a nuestro clero eclesial, que nuestra opción preferencial es estar de lado de los nativos, los pobres entre los pobres, así las petroleras nos ofrezcan construir bonitos templos. La Amazonía Peruana que hoy se levanta para defender lo suyo, pide la intercesión de San Pablo II para que se haga el milagro de poner la creación al servicio del hombre amazónico y no al servicio del apetito voraz de las transnacionales.
Al calor de un discurso improvisado (recordemos que no estuvimos en agenda oficial) el Papa con su castellano «bola bola» nos dijo que Cristo nos amaba mucho y que defendamos este hermoso paraíso, llamado Amazonía, de todo egoísmo personal y estructural. Cuando casi se despedía, surgió de entre la multitud el ya famoso coloquio de un pastor con sus ovejas: La multitud gritaba: «el Papa también es charapa», «el Papa también es charapa»…. Juan Pablo, no entendía la frase, y mientras la multitud gritaba a rabiar, volteó hacia los que lo acompañaban en el estrado, para preguntarles qué es eso de «charapa»; y un cura, el sacerdote loretano Agustín ( no el párroco de San Juan, que quizá no había nacido aún) le trató de asesorar rápidamente al Papa en su laberinto: «Su santidad –le dijo– a los nativos y naturales de esta zona, nos llaman charapa, y charapa es un animal fuerte de la selva». Entonces el Papa voltea sonriente a la multitud y les dice: «Ustedes dicen que el Papa es charapa, pues bien, EL PAPA TAMBIÉN ES CHARAPA… Y USTEDES ROMANOS» y toda la selva se dasmayó previa a una psicosis colectiva.
La famosa frase, que quedará en el adn de nuestra identidad selvática, es la mayor expresión de la comunión de la Iglesia de la selva con la Iglesia universal; es la fidedigna expresión de una Iglesia inculturada, nunca impuesta desde arriba, nunca dogmatizada con ideas doctrinales ajenas a nuestra diversidad cultural. Esta frase del «Papa también es charapa…» junto a la otra gran frase «Hambre de Dios sí, hambre de pan no» proclamado en los arenales de Villa el Salvador, marcarán para siempre, el itinerario de nuestra agenda pastoral regional y nacional: Una Iglesia atenta y solidaria ante al sufrimiento del pobre y marginado, nunca instalada en su burocracia eclesial ni adormecida en su rutina litúrgica. La Cruz de madera que quedó sembrada a la entrada del aeropuerto, es la expresión de ese pacto eclesial entre el Papa y los selváticos.
A 30 años de este acontecimiento, reafirmamos nuestra identidad charapa y cristiana, pidiendo a San Juan Pablo II, que ruegue por nosotros. Amén.