Cuando Cristóbal Colón y un grupo de hombres suicidas, partieron del puerto de Palos en 1492, buscando mar adentro, nuevas rutas alternas para llegar a China, no se imaginaron que estaban a punto de cambiar sus vidas y la historia de la humanidad. El descubrimiento de un nuevo mundo para los europeos, la invasión extranjera para nosotros los hijos de los antiguos pobladores de estas tierras, significó desde todos los ángulos de análisis, un encuentro, un choque cultural con implicancias geográficas, económicas, antropológicas, culturales y naturalmente religiosas.
La hazaña de Colón y sus tres carabelas (los historiadores relatan que el descubridor murió sin saber que había pisado la tierra de un nuevo continente), despertó viejas ideologías colonizadoras de España, Portugal y más tarde de Inglaterra. Con el descubrimiento de estos nuevos espacios geográficos, empezó entonces un nuevo periodo histórico para la América nativa, que costó el arrebato violento de millones de vidas y el saqueo de ingentes riquezas materiales. Los historiadores plantean que el oro, el cobre y demás riquezas encontradas en las indias, sirvieron para las posteriores revoluciones industriales europeas.
Y entonces, en los galeones (barcos) de conquista, junto a la espada y el caballo del colonizador, se embarcaron también la cruz y la biblia del misionero católico. El rey de España y el papa de ese entonces, tenían cada uno su intermediario, para resguardar los intereses de la corona y del papado; el oro y el Evangelio, hicieron una simbiosis fatal que tiene sus repercusiones pastorales hasta la actualidad. La alianza de la espada y la cruz (que tienen formas parecidas) significaron para el nuevo mundo, el cambio de rumbo hacia inevitables destinos de opresión y etnocidio.
Han pasado más de 500 años de todo este proceso de descubrimiento, encuentro, conquista y colonización europea y aún se discute sobre si es lícito o no que un pueblo abuse de su poder para sojuzgar a otro más débil. Acaba de concluir el pasado domingo, el otro descubrimiento de América por un papa con residencia en Europa y dos pueblos de este continente: Cuba y Estados Unidos. Una semana completa dedicada a un verdadero re-descubrimiento evangelizador, un encuentro solo con las armas de la Palabra del Evangelio y el testimonio de un cura designado papa, para proclamar en los tejados del mundo globalizado, que Dios está de lado de los pobres y ninguneados del planeta.
Y así fue, una vez más, este papa nacido en América, el papa Francisco, biblia en mano, verdad evangélica en la boca, sandalias humildes en los pies, amor misericordioso en el corazón y proyectos de amor en la cabeza, nos señaló el camino más adecuado para hacer de estas tierras un continente de la esperanza y de la caridad. Primero en Cuba, un país con gobernantes ateos, marxistas y que sin embargo compartió sus sueños de libertad económica (aunque la libertad política sea una cuestión aún pendiente) sus luchas por la autonomía y libre determinación sin interferencia de los actuales países que se creen dueños del orbe.
Luego visitó Estados Unidos de Norteamérica, un país creyente, el país más poderoso del mundo, poderoso en el sentido de la espada moderna. Un pueblo, que goza de todos los beneficios de su poderío material y que sin embargo vive atemorizado por su vulnerabilidad frente a los actos terroristas de sus enemigos, que son capaces de dar un golpe duro como el del 11 de setiembre del 2011 (11-S) rompiendo todas las vallas de seguridad que ha podio crear su tecnología de punta.
A este país que se cree el sheriff del mundo, a este pueblo que heredó no solo el idioma de Inglaterra sino que le reemplazó en el trono del control del mundo (después del imperio inglés vino el imperio norteamericano) llegó el papa Francisco, para encontrarse con su presidente de descendencia afroamericana y proclamar en todos sus espacios, que Dios está de lado de los humildes y de los que luchan por un mundo más humano. Un mundo, que necesita ser salvado de la autodestrucción ecológica provocada por nosotros mismos y en especial por el desenfreno consumista que promueven las recetas económicas de los países capitalistas ricos e industrializados.
Y se encontró con estos dos pueblos, en una semana maratónica de evangelización para remediar en cierta manera la actitud colonizadora de la primera evangelización colombina. Abogó por relaciones más fraternas y solidarias entre Cuba y EE.UU y dio un discurso histórico en la sede de la ONU y en el Congreso norteamericano. Se encontró con hermanos de distintas religiones en un lugar muy simbólico del terror vivido el 11-S para abogar por la paz mundial y para que nunca más el terror tenga un tinte religioso, ni musulmán, ni cristiano.
Y casi para despedirse, en un encuentro con la familia en Filadelfia, enfatizó que el futuro de la Iglesia, no está en la preservación de sus templos, ritos y costumbres religiosas sino, en la promoción de sus creyentes, la Iglesia viva, en especial la de los bautizaos laicos y mujeres: “Sabemos que el futuro de la Iglesia, en una sociedad que cambia rápidamente, reclama ya desde ahora una participación de los laicos mucho más activa”.
Que esta histórica visita de un papa a estos países hermanos del gran continente americano, renueve una vez más la fe y el compromiso de todos los que nos hacemos llamar cristianos, hacia la construcción de un reino de Dios en donde permitamos hacer la voluntad divina, sin rodeos pastorales ni postergaciones cómplices. Amén.