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El hacha de Lincoln y la investigación para el desarrollo

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Por: José Álvarez Alonso

«Si dispusiera de ocho horas para cortar un árbol, dedicaría seis a afilar mi hacha», dicen que dijo en cierta ocasión Abraham Lincoln, quizás el presidente más respetado y visionario de el país del norte. El mensaje es meridiano: para lograr el éxito en cualquier empresa o proyecto, no hay que escatimar esfuerzos y recursos en la preparación y planificación, incluyendo la investigación en ciencia y tecnología; y esto atañe especialmente a la Amazonía, donde tan escaso es el conocimiento todavía. El costo de no hacerlo es tremendo, especialmente en lo que respecta al campo ambiental: se calcula que el costo de mitigar un impacto ambiental es diez veces mayor al de prevenirlo.

Parece que a muchos de los que toman decisiones sobre y para la Amazonía no les gusta «afilar el hacha», quieren resultados inmediatos y se matan tratando de cortar el árbol con una herramienta roma. Entendamos que cuando mencionamos el ejemplo del hacha no estamos hablando de los pobladores amazónicos, indígenas y ribereños, a los que tantas veces he visto afilando cuidadosamente sus machetes y hachas antes de las faenas cotidianas. Hablamos de los tomadores de decisión, de los planificadores, de los altos funcionarios, técnicos y consultores (especialmente en Lima, pero también, ay, en Loreto) que diseñan y aprueban planes y proyectos para la Amazonía, creyendo que lo saben todo e ignorando lo que ya se conoce y a quienes siquiera algo saben.

De la improvisación y la falta de información ya sabemos lo que resulta: fracasos imprevistos, sobre costos insospechados, e impactos inesperados en términos económicos, sociales y ambientales. ¿Cuántos proyectos productivos y de desarrollo han fracasado en la Amazonía porque no se tomaron las mínimas precauciones para investigar previamente la realidad local, las condiciones ecológicas y edáficas, las tecnologías apropiadas, las experiencias previas, o porque no se preocuparon de averiguar con anticipación su viabilidad técnica, económica, ambiental y social? Cada uno seguro tiene una lista, la mía es kilométrica.

Por citar un par de ejemplos: el fracaso del proyecto de cultivo, envasado y exportación de palmito que impulsó la cooperación española en la carretera Iquitos-Nauta a fines de los 90 (con enorme inversión e incluyendo inauguración de planta envasadora por el Presidente Aznar) se debió a la falta de investigación: de la capacidad productiva de los suelos de la zona, de la realidad sociocultural de los colonos, del paquete tecnológico para el cultivo, de la factibilidad y costos del transporte al mercado, y de la rentabilidad; si se hubiese invertido en estos estudios se habría ahorrado tremenda cantidad de recursos, esfuerzos y bosques sobre suelos frágiles, los que fueron talados por gusto…

Segundo ejemplo: la falta de paquetes tecnológicos completos (incluyendo la disponibilidad de variedades mejoradas y adaptadas a la zona), el desconocimiento del potencial productivo de los suelos en las zonas de siembra, la falta de estudios y planes de mercado, y otros vacíos están en la raíz del limitado éxito (por no decir fracaso) de los programas de promoción de cultivos como sacha inchi, cacao, y en menor medida, camu camu, que tienen problemas de producción y comercialización. Se ha invertido ingentes cantidades de recursos en promoción, créditos, etc. (i.e., en cortar el árbol de Lincoln), pero ¿cuánto en investigación (i.e., en afilar el hacha)? Ayau, no hemos aprendido la lección de don Abraham.

Algunos preguntarán qué hace el IIAP: pregunten más bien qué presupuesto maneja para investigación de alguna de estas líneas y se llevarán sorpresas; a pesar de los exiguos recursos se ha obtenido grandes avances. Mi compañero de universidad César Delgado, experto en plagas de camu camu, me informa que con apenas 30,000 soles de inversión (provenientes de INCAGRO y, en menor medida, del Municipio de Parinari) el IIAP ha conseguido impulsar en los tres últimos años en el bajo Ucayali y bajo Marañón (zona de Parinari) la siembra de casi mil hectáreas de camu camu en ricos suelos inundables, con más 800,000 plantones seleccionados por su productividad, alto contenido de ácido ascórbico y resistencia a plagas. Si en vez de 30,000 hubiesen sido 3’000,000 los fondos, imagínense el impacto.

Es un lugar común decir que la investigación, junto con la educación, constituye la base del desarrollo. Si la educación está marginada en el Perú, la investigación mucho más: con el 0.15% del PBI destinado a investigación, estamos en los últimos niveles de Latinoamérica, por detrás de Ecuador o Bolivia, y apenas por delante de Haití y Paraguay. Muchos analistas, incluyendo el «gurú» de la economía Michael Porter, han resaltado en el último CADE la debilidad e insostenibilidad del modelo de desarrollo vigente en Perú, debido entre otros factores a la baja competitividad, al deficiente sistema educativo -con una de las inversiones más bajas en educación de la región -, al mínimo apoyo a la investigación y a las escasas instituciones de investigación.

Toda esta reflexión viene a cuento del «Taller de Presentación y Organización de la Red Peruana de Investigación Ambiental», en el que me encuentro participando junto con otro profesional en representación del IIAP. Encomiable iniciativa del Ministerio del Ambiente de articular, conectar y armonizar esfuerzos de investigación en temas de medio ambiente y gestión de recursos naturales de todas las instituciones vinculadas con el tema, entre universidades e institutos de investigación. Todos sabemos que se están duplicando esfuerzos y se comparten poco los resultados y conocimientos entre instituciones e investigadores. Pero si el esfuerzo de poner en marcha la red no está unido a un significativo incremento de la inversión en investigación y educación, estaremos de nuevo sembrando en el mar, y socavando las bases de un auténtico desarrollo sostenible, mientras países vecinos como Brasil desarrollan a un ritmo envidiable nuevas tecnologías y abren mercados a nuevos productos (incluyendo muchos productos amazónicos como assaí y guaraná, que han invadido los mercados del primer mundo).

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