El cacao y el mito del potencial agrícola en la selva baja

Por: José Álvarez Alonso

En la comunidad nativa Piura, bajo Tigre, me encontré después de muchos años con mi amigo Jorge Ayachi, convertido ahora en un dedicado padre de familia y en un emprendedor. Me puso al día de un montón de aspectos sobre la comunidad, sus proyectos, sus expectativas y sus frustraciones. Una de las que más me llamó la atención fue su aventura personal con el cultivo de cacao. Como en muchas comunidades loretanas, la fiebre del cacao (como antes ocurrió con el sacha inchi, y todavía más atrás con una variada serie de productos) infectó como si de un virus se tratase a funcionarios de distintos niveles del gobierno, agencias de cooperación y organizaciones no gubernamentales, que se dedicaron con empeño a promover su cultivo de cualquier modo y en cualquier parte. Jorge, que ya había sido testigo de varios proyectos fracasados de plantaciones y crianzas, fábricas de harina de plátano y yuca, y otros por el estilo, se dejó seducir por las cifras maravillosas que le vendieron los promotores y se arriesgó a sembrar dos hectáreas de cacao.
Luego de cinco años de cultivar y cuidar su preciosa plantación, de cientos de horas de trabajo arduo y de agotar sus escasos ahorros, mi amigo se convenció de que todo había sido un engaño: pese a que había escogido el mejor suelo de “yarinal” en la quebrada Huanganayacu, que pertenece a su comunidad, y había aplicado todos los consejos de los promotores, la producción de cacao apenas superó los 150 kg al año por hectárea. Y lo peor fue el precio que recibió por esa magra producción: apenas 4 soles por kg, lo que no compensó ni la gasolina que gastó para llegar con su peque peque a su chacra en la quebrada. Me comentó que también había experimentado en una de las hectáreas fumigando con un insecticida llamado “Bazuca” que le habían recomendado los promotores: ahí la producción fue todavía peor, y se le murieron muchas de sus plantas de cacao.
Conozco bien la cuenca del río Tigre, porque viví ahí por cinco años, y he visitado varias veces cada una de las comunidades a lo largo de este río y su afluente el Corrientes. Sé que en estas dos cuencas, en la parte baja sobre todo, se encuentran algunos de los suelos no inundables más fértiles de la Amazonía baja peruana, debido a un factor muy particular: son sedimentos depositados por el río Pastaza, que a lo largo de miles de años se ha desplazado desde el río Tigre hasta el río Morona, a medida que las sucesivas erupciones del volcán Tungurahua cargaban de fértiles cenizas volcánicas sus aguas en su cabecera en Ecuador, colmatando su cauce y provocando lo que los geólogos e hidrólogos llaman una “avulsión”, un cambio del curso hacia zonas más bajas. Como consecuencia de repetirse este fenómeno a lo largo de miles de años hoy tenemos el llamado “Abanico del Pastaza”, un delta interior, el más grande del mundo según algunos estudiosos, donde abundan los aguajales y otros tipos de humedales en las zonas más depresionadas, mientras que en las zonas con mejor drenaje afloran parches de suelos ricos en sedimentos volcánicos y relativamente aptos para la agricultura.
Por ello me llamó tanto la atención del fracaso de la plantación de cacao de mi amigo Jorge. Sé que el cacao (Theobroma cacao) es una planta exigente, que ha evolucionado para crecer en suelos ricos, neutros, profundos, tanto de las restingas en zonas estacionalmente inundables de la selva baja, como en las faldas de colinas de la ceja de selva, donde ocurren suelos más fértiles por degradación de la roca madre. En suelos no inundables más pobres y ácidos han evolucionado otras especies de Theobroma, como el T. subicanum. Cuando se planta el T. cacao en suelos pobres y ácidos, no solo la producción se desploma y es mucho más susceptible a plagas y enfermedades, sino que las plantas sufren un estrés nutricional que las induce a acumular cadmio, un metal pesado que por desgracia ocurre de forma natural en muchos de los suelos de la Amazonía y de la región andina en general.
Tengo copia de un estudio de suelos realizado en la zona de la carretera de Tamshiyacu donde se ha estado sembrando cacao, y todos los nutrientes esenciales son o muy deficientes o extremadamente deficientes, y la acidez muy alta. Algunos aducen que se pueden aplicar fertilizantes y rectificar los suelos con cal, pero eso resultaría tan caro que eliminaría cualquier mínima rentabilidad. Además, esto es insostenible a mediano plazo, debido a las altas precipitaciones que arrastran y lixivian rápidamente cualquier agroquímico.
Los estándares para el cadmio en cacao son cada vez más estrictos en el mercado internacional, y en especial en la Unión Europea, el principal mercado para productos agrícolas peruanos. Ya ha habido problemas con algunos embarques, de ahí la importancia de orientar bien el cultivo de cacao para que no se produzcan fracasos como el de mi amigo Jorge, o, peor aún, sean rechazados luego embarques por contenidos excesivos de cadmio.
Todavía muchos proyectos, tanto de agencias gubernamentales como de la cooperación internacional, siguen insistiendo en promover diversos tipos de monocultivos en suelos pobres de las áreas no inundables, y peor aún, con comunidades indígenas que no tienen un perfil “campesino”, sino, como decía el desaparecido antropólogo Jorge Gasché, “bosquesino”: efectivamente, las culturas indígenas en la Amazonía ha priorizado históricamente el manejo de los recursos silvestres, de los bosques y de los cuerpos de agua, y antiguamente apenas cultivaban en sus chacras yuca, maíz y algunas otras plantas que son fuente de hidratos de carbono, pero no de proteínas o de grasas. La mayor parte de su tiempo lo dedicaban a pescar, cazar y recolectar en sus bosques y cochas, de donde provenían la mayor parte de las proteínas y grasas indispensables para una alimentación equilibrada. Este patrón histórico, por cierto, todavía se conserva en buena medida en las comunidades indígenas más tradicionales.
Jorge Gasché, que estudió a las comunidades amazónicas por casi medio siglo, afirma en sus publicaciones que todos estos proyectos con perfil “agropecuario”, TODOS, han fracasado estrepitosamente con comunidades indígenas de Loreto, algo que por cierto yo mismo he comprobado, y cualquiera lo puede comprobar… Porque, tristemente, se siguen repitiendo los errores y se sigue impulsando proyectos no pertinentes ni cultural ni ambientalmente para la realidad de Loreto, con la premisa falta de también funcionará aquí lo que ha tenido éxito en otras regiones del Perú (donde el perfil de la población rural es efectivamente agrícola y ganadero, y los suelos y el clima son más apropiados, como el Ande o la costa peruana). Las consecuencias han sido terribles para los bosques amazónicos, para la biodiversidad y para la economía de la región y de las comunidades, por los recursos malgastados y las expectativas frustradas. Mientras tanto, casi no se ha invertido en poner en valor el enorme potencial de los bosques y ecosistemas acuáticos de la región, donde está su mejor activo para un desarrollo sostenible, inclusivo y pertinente culturalmente para las más de tres mil comunidades rurales loretanas.